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La historia final
Cuatro siglos de la muerte del padre Mariana (II): el escritor
En España históricamente se ha tenido mucha afición a echar a otros: judíos, moriscos, ahora jesuitas…
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En el siglo XVIII se le denostó, obviamente por los propios jesuitas ya que había escrito un Discurso de las cosas de la Compañía (con desdén le trató el gran ilustrado el padre Mayans, S.J.) y por otros. Se debatía entonces que qué era ser español, ciertamente. Y un jesuita crítico no podía ser buen español porque tenía voto de obediencia al Papa. Así, claro, se les acabó expulsando de España. En España históricamente se ha tenido mucha afición a echar a otros: judíos, moriscos, ahora jesuitas… , y si mal no recuerdo también se ha mandado al exilio a algún que otro rey desde Isabel II.
Así que contra aquel jesuita se creó la especie de que su madre era francesa. ¡Qué infamia en la España imperial ser hijo de francesa, sin padre conocido! A fin de cuentas Isabel Clara Eugenia, y Catalina Micalea eran hijas de francesa, aunque de padre conocido, Felipe II. Pero eso no valía para Mariana. En España históricamente se ha tenido mucha afición en crear bulos, fangos y barros maledicentes para insultar a pobres inocente. Autores como el padre Feijoo (en 1729) y repito, Mayans, se ocuparon y reocuparon de estar a favor o en contra del ser español de este fraile.
No me voy a detener en su formación, ni en sus estudios habidos dentro y fuera de España, o en sus clases en la Sorbona. En verdad que su juventud transcurrió no en blandengues lamentaciones del «quién soy yo», o «qué mal me ha tratado la vida», sino en el permanente esfuerzo del decidir y alcanzar el «para qué estoy aquí».
Aprendió en los colegios de la Compañía a la perfección el latín, el griego y el hebreo, así como la Teología.
Tras un extenso periplo por distintas universidades y centros de formación de Italia y Francia, acabó recogiéndose en 1574 en Toledo.
Tal era el reconocimiento a sus saberes que el cardenal Quiroga le pidió un informe sobre la Biblia Regia de Arias Montano, informe que fue crítico y demoledor, así como confidencial. Porque puede servirnos este punto de arranque la libertad de pensamiento y la dignidad fueron dos máximas recurrentes de sus valores éticos. Al precio que fuera (ya vamos entendiendo por qué se le olvida o manipula en estos años del siglo XXI). La censura a la Biblia, que querría que hubiera ocupado medio folio dando poco más o menos el parabién, se fue alargando con una apostilla acá y otra allá, hasta ocupar 48 páginas (que curiosamente se han perdido y se conocen por fuentes indirectas). Libertad, dignidad, y rigor en el trabajo.
Dos décadas después hizo lo propio con un libro del cronista real Esteban de Garibay y Zamalloa (nacido en Mondragón, angustioso perseguidor del cargo de cronista de Felipe II, curioso historiador, adulador de su rey ad nauseam porque había que ganarse el sueldo). Contra esas Ilustraciones genealógicas también se despachó a gusto, siguiendo sus métodos de trabajo. En esta ocasión, sí se conserva el informe: en la British Library de Londres que es el gran bibliotafio de los manuscritos del padre Mariana, porque a lo largo de los tres últimos siglos hemos tenido muchos amantes de la cultura española que la han amado tanto, que se han servido de sacar el patrimonio material hacia grandes colecciones en el extranjero, aprovechando la indolencia y la estupidez de los (esta vez sí vale la fórmula) «nativos hispanos».
Su obra magna fue su Historia de España, publicada primero en latín (los XX primeros libros en 1592, la obra completa en 1605), luego en español (1601), que suscitó revuelo y críticas, así como adhesiones y admiración, hasta el punto que tuvo continuadores durante el siglo XVII y durante el XVIII y durante el XIX, de tal forma y manera que acaso tenga especial sentido citar que la Historia de España de Mariana se ocupa de los pronunciamientos de 1840 y de otros sucesos hasta 1848 y así sucesivamente. En definitiva, hasta la aparición de la de Modesto Lafuente fue la que había que tener y, de hecho se tuvo en todos los anaqueles de las gentes que tenía que ser leídas, o aparentarlo.
En medio de esos trabajos, sacó a la luz en 1599 en la imprenta de Pedro Rodríguez el famosísimo De rege et regis institutione, traducido al español como Del rey y la institución real. Manejo a traducción de Pi y Margall para la Biblioteca de Autores Españoles, vol. 31-2, Madrid, 1854.
Este largo texto está ordenado en tres libros de diez, catorce y dieciséis capítulos respectivamente, con títulos a cual más jugoso o significativo: «De todas las formas de gobierno, es preferible la monarquía» (Cp. II); pero ¿debe ser hereditaria? (cap. III); la «Diferencia entre el rey y el tirano» (cap. V); «¿Es lícito matar al tirano?» (cap. VI); o también, ¿es lícito envenenar a un tirano? (cap. VII); «Es mayor el poder del rey o el de la república?» (cap. VIII); «El príncipe no está dispensado de guardar las leyes» (cap. IX); «El príncipe no puede legislar en materias de religión» (cap. X).
Todo el Segundo libro es un tratado de educación, de educación fundamentalmente de príncipes (acababa de morir Felipe II y se casaba Felipe III)
El Tercer libro está dedicado al poder, y así reflexiona sobre los magistrados y la Justicia (cap. I), o sobre “Si los hombres malos deben ser completamente excluidos de los cargos del Estado” (cap. III); o un capítulo VII dedicado en exclusiva a “De los tributos”; un capítulo XII dedicado a “De la lealtad”; y un décimosexto y último capítulo en el que discute sobre que “No es verdad que pueda haber en una sola nación muchas religiones".
(Continuará)
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