Edadismo o evidencia
Jill Biden, más que una primera dama en campaña
La esposa del presidente se anticipa a las críticas que recibirá su octogenario esposo y convierte la edad en contrafuerte
Después de 46 años de relación, nadie va a descubrirle a Jill el principal talón de Aquiles de su esposo, Joe Biden; la edad. Ella es la primera que se apresura a rectificar la dirección en la que tiene que caminar cuando se desvía. La hemos visto contener el aliento con sus deslices verbales o correr hacia él tras un discurso anticipándose a cualquier confusión. Faltan aún diez meses para que se celebren elecciones en Estados Unidos, pero la temporada de campaña ha arrancado fuerte y Jill Biden tiene su propia estrategia frente a un Donald Trump exultante y confiado en volver a la Casa Blanca tres años después.
La primera dama se ha adelantado al factor de su avanzada edad que, según puede sospechar, será el principal motivo de mofa del adversario. Estará a punto de cumplir 82 años cuando los ciudadanos acudan a las urnas el 5 de noviembre de 2024 y, lejos de inquietarse, ha advertido que los años son un «elemento valioso». Son las palabras con las que ha respondido en una entrevista con el programa «Morning Joe», de la cadena MSNBC, a aquellos que están preocupados por la vejez del presidente demócrata.
Con simpatía, pero desprendiendo firmeza, ha argumentado que «tiene sabiduría y tiene experiencia», recordando además que conoce a todos los dirigentes del escenario mundial. «Ha vivido la historia. Sabe de historia. Es reflexivo para tomar decisiones. Es el hombre indicado o la persona correcta para el puesto en este momento de la historia», recalcó. Tiene la difícil tarea de convencer a una población que, según una encuesta publicada en agosto, realizada por The Associated Press y el Centro NORC para la Investigación de Asuntos Públicos, no opina muy a favor. El 77 por ciento de los adultos estadounidenses, incluyendo al 69 por ciento de los demócratas, consideran a Biden demasiado viejo para ser eficaz otros cuatro años. Joe Biden también intenta calmar la tensión con un poco de humor: «Siempre supe que seríamos tú y yo», ha declarado a través de sus redes sociales después de la victoria de Trump en Iowa, consolidándose como favorito para la candidatura republicana de 2024.
La primera dama asumirá un perfil alto en la campaña presidencial para apoyar a su marido y no se ha hecho esperar. El martes visitó una escuela local en Utah y participó en un acto de recaudación de fondos. Aprovechó la cita para realzar el papel de los maestros, una profesión a la que ella ha dedicado su vida. Comenzó como maestra de secundaria para niños con necesidades especiales y desde la vicepresidencia de su marido en 2009 decidió compaginar su apretada agenda institucional con su trabajo como profesora de inglés en un colegio universitario en Virginia.
Después de Utah, donde también participó en algún evento de financiación para la campaña presidencial de su esposo, la primera dama continúa su viaje por California y Ohio, donde se encuentra ahora cumpliendo otros compromisos.
Frente a las cautelas que despierta el presidente, su presencia es uno de los puntales de su mandato, y no solo como simple acompañante. Ha impuesto su personalidad en ese incierto rol de primera dama convirtiéndose en ocasiones en fenómeno mediático. Basta con recordar la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en julio de 2022, cuando desató una especie de «jillmanía». Acompañada de sus nietas, Maisy y Finnegan, remarcó su papel de matriarca de una dinastía compleja, pero a la vez sirvió para intuir que el respeto ganado allá donde va favorece la figura como político de su octogenario esposo. Revelador de todo ello fue el comentario del cantante Pablo López cuando, después de interpretar al piano «El patio», se fundió en un efusivo abrazo y escribió en sus redes: «¡Qué abrazo más hermoso tiene la doctora Biden!»
Pullas por WhatsApp, en lugar de discutir
Joe la conoció en 1975, en una cita a ciegas tres años después de perder a su primera esposa, Neilia, y a su hija en un accidente de tráfico. Enviudó con dos hijos de corta edad, Beau y Hunter, y Jill, divorciada, no dudó en ser para ellos una auténtica madre. Más tarde nació su hija Ashley, educadora social. En 2015, el primogénito, Beau, abogado y militar, falleció de un tumor cerebral. El menor se ha visto envuelto en escándalos de infidelidades, prostitución y drogas. A Jill, según ha contado, el tiempo le enseñó a relativizar los problemas y a no alzar la voz innecesariamente. Practica el fexting, o intercambio de pullas con su esposo por WhatsApp. Así, ni se altera ni pone en alerta a los servicios secretos. Son detalles que explican que aquella cita a la que acudió sin expectativas se haya prolongado casi cinco décadas.
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