Casa Blanca
Joe Biden: Jill Biden bien vale un poema
La esposa del presidente de EE UU se ha convertido en su escudo y en su mejor protección. Siempre está cerca para reconducirle el gesto
Joe Biden tiene por costumbre, cuando llegan las fechas navideñas, permitirse un momento de arrobo para escribirle a su esposa Jill un poema. Tiene un cuaderno que le regaló hace tiempo y lo va rellenando cada año con unos versos dedicados a ella. Jill bien lo vale. Es la mujer que ama, pero también la esposa del primer mandatario octogenario en la historia de Estados Unidos. Se ha convertido en su escudo y en su mejor protección. Con extrema delicadeza, le muestra el camino recto cuando, a causa de la edad, se le presentan los renglones torcidos. Con extraordinario estilo transforma en batallitas del abuelo esos deslices puntuales en su memoria antes de que algún avispado aproveche para echarle del poder con cajas destempladas.
Jill va aprendiendo de todo ello y lo hace sin soltarle de la mano. Con ojo avizor para sujetarle si amaga con caer antes de que las cámaras lo capten y las redes acaben haciendo mofa del traspiés. Siempre está cerca para reconducirle el gesto esas veces en las que aparece errático o esboza el ademán de saludar a quién no está. Según su gabinete, la preocupación de la primera dama sobre la resistencia de su marido es cero. Se niega a que una imagen ocasional de fragilidad o ancianidad desplace a sus éxitos políticos. Es la guardiana de la normalidad y en este sentido está marcando una nueva era en la política estadounidense.
Su presencia es la principal garantía cuando se cuestiona su reelección, aunque los pensamientos en esta decisión aún no están del todo claros en el matrimonio. El 59 por ciento de los demócratas dice que preferiría un nuevo candidato para 2024. No obstante, la mayoría le seguiría votando en caso de ganar unas primarias. En este futuro cada vez más próximo, Jill jugaría un papel esencial. Su simpatía, su energía y la resistencia que demuestra serían avales suficientes para sus electores.
A nadie se le escapa que cada vez está tomando más peso como primera dama presidencial. En su visita a Ucrania eclipsó literalmente la cumbre del G7 a la que asistió su esposo ese mismo día. También acaparó infinidad de titulares cuando vino a España el verano pasado. Se muestra afectuosa con la gente, pero sin perder la discreción y la diplomacia que exige su posición.
Esa prudencia le lleva a pedir a los periodistas que se reserven los comentarios sobre sus «looks», aunque es inevitable ofrecer detalles cuando todas las miradas se dirigen a ella. En la cena de Estado que ofreció el matrimonio recientemente a Emmanuel Macron y su esposa Brigitte en la residencia presidencial, Jill escogió un arriesgado vestido de Óscar de la Renta con bordados y transparencias. La primera dama francesa se decantó por un diseño de Louis Vuitton con motivos plateados y una generosa abertura en la pierna izquierda. Una vez resueltas las anotaciones estilísticas, la atención se la llevó la buena sintonía entre las dos parejas.
Tiene fama de buena anfitriona, pero también en casa ejerce como madre y abuela impecable. Se conocieron cuando Jill tenía 24 años y Joe 33. Ella vestía vaqueros, deportivas y camiseta. Cuando él se presentó con abrigo y mocasines, solo pensó «Dios, esto no funcionaría ni en un millón de años». Al regresar a casa, supo que «por fin había conocido a un caballero». Él estaba viudo y tenía dos hijos, Hunter y Beau. Antes de casarse tuvo que proponérselo hasta en cinco ocasiones. La novia no le dio el «sí, quiero» hasta estar completamente convencida de que nunca le fallaría. Cuatro años después de su boda, en 1977, nació su única hija en común, Ashley.
Sin miedo a nada
Es el pilar de una familia compleja y hay pocas cosas que le acobarden. Cuando en 2008 su marido fue nombrado vicepresidente por Barack Obama, enseguida se habituó a vivir bajo el asedio de helicópteros que sobrevolaban su casa formando círculos. No le impidió salir a correr, seguir ejerciendo como maestra o continuar con sus rutinas y compromisos con los más desfavorecidos. Todo ello le sirvió como ensayo para lo que se le vendría encima. A nadie le extrañó cuando, antes de jurar como el 46º presidente de los Estados Unidos, Joe se dirigiese a ella a través de su cuenta de Twitter con un cariñoso apelativo: «Te amo, Jilly, y no podría estar más agradecido de tenerte conmigo en este camino que tenemos por delante». Ella le retuiteó con un corazón morado.
Jill se maneja bien en la arena política y ha apoyado siempre su ambición presidencial. Como candidato, le dedicó estas palabras: «Si le confiamos esta nación a Joe, él hará por su familia lo que ha hecho por la nuestra: reunirnos y unirnos, sostenernos en tiempos de necesidad». Y él respondió: «¿Veis por qué ella es el amor de mi vida y la roca de mi familia?».
Desde entonces, los requiebros en público son continuos. «La amo más que ella a mí», ha bromeado el presidente en alguna ocasión. Cuando el lunes le preguntaron, en la entrevista que concedió el matrimonio al programa «The Drew Barrimore Show», si era el autor de esos poemas que le escribe de puño y letra, no dudó: «Por supuesto. Hay mucho sobre lo que escribir». Que la energía de Jill es inagotable lo deja claro con su voz, afónica estos días en los que las visitas, fiestas y eventos se amontonan.
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