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Premios

¿Acaso tengo derecho a objetar, a malmeter, como tantos resentidos maldicientes, después de haberme lucrado de la mamandurria de la oficialidad…?

¿Qué hay de los premios literarios y culturales «oficiales»? Muchos avinagrados critican ásperamente la existencia de una «cultura oficial», o chanchullos ídem. ¡Bah! Recuerdo con ilusión cómo, en otra hégira (textual), me llamaron para comunicarme la gozosa nueva de que el Ministerio había comprado…, ¡3 ejemplares e-book de un libro juvenil del que soy autora, al extraordinario precio, con descuento editorial, de 1’99 euros cada uno!, ¡IVA incluido! Lo hicieron oficial las autoridades culturales del momento mandándome una carta donde dejaban constancia, resaltando la hazaña, supongo que para que yo pudiese tener un testigo material de aquel privilegio que poder enseñar a mi incrédula familia, y luego enmarcar, o algo. Saltaron lágrimas desde mis ojos, como ratas en un naufragio. Pensé incluso en darme un homenaje. ¿Qué hacer para celebrarlo? Me volví loca. Me puse tontorrona perdida. ¿Qué podía hacer, pobre de mí, como diría un nacionalista histórico?, ¿qué hacer con aquel ingreso extra, caído de un cielo ministerial, así porque sí, sin decir «¡subvención va!»…? Ojo: que hablamos de casi 6 euros del año 2016. ¡Podía comprarme dos periódicos –pensé, codiciosa total–, adquirir una de pipas con sal, dando cuerpo a mis sueños más ambiciosos!, ¡podía incluso procurarme un sello para envío local sin comprarlo a plazos! Las posibilidades que aquel mecenazgo institucional me ofrecía me trastornaron de emoción. Estuve a punto de desmayarme (aunque es verdad que llevaba varios días sin poder comer, como autónoma sin ingresos). Así fui agraciada con un estímulo contante institucional, de esos que te hacen seguir luchando por la cultura, y tal. De hecho, fue de lo más emocionante, como aquella invitación que recibí para acudir por mis medios a Asturias a aplaudir en la entrega de un premio millonario que le daban a una escritora del régimen... Así que, ¿quién soy yo para criticar la existencia de prebendas culturetas estatales?, ¿acaso tengo derecho a objetar, a malmeter, como tantos resentidos maldicientes, después de haberme lucrado de la mamandurria de la oficialidad…? Ah, no. No poseo bizarría, ni jeta, para tanto.