Cargando...

Letras líquidas

El ejercicio de extrañarse

Freire recurre a la evolución vital de cuatro escritores que mantuvieron una compleja relación, a veces más nítida, a veces más borrosa, con el sentimiento de pertenencia

Recuerda Jorge Freire que el patito ni era feo ni era, en realidad, un patito. La historia del cisne desubicado, con la que el filósofo entretiene también a su hija, le sirve como guía para acercar a sus lectores eso tan inherente y tan intrínseco a la condición humana que es sentirse fuera de lugar. Y si «el más joven de nuestros clásicos», según le describió Javier Gomá, sitúa su mirada en el desarraigo, haremos bien en prestar atención para captar, un poco mejor, los distintos modos y maneras en los que cada yo se va relacionando con sus circunstancias. En «Los extrañados» (Libros del Asteroide), Freire recurre a la evolución vital de cuatro escritores que mantuvieron una compleja relación, a veces más nítida, a veces más borrosa, con el sentimiento de pertenencia, para que sus biografías, como si fueran puntos que unir a través de una línea imaginaria, terminen componiendo la imagen completa del desarraigo.

Wodehouse y el rechazo de sus compatriotas británicos, el español Bergamín con su acercamiento al entorno abertzale, la lejanía de la patria de Blasco Ibáñez y el destierro doméstico de Edith Wharton (como una suerte de habitación propia), todos ellos, con sus memorias y sus claroscuros, se revelan como arquetipos de la distancia. Y no solo física, como una especie de apátridas sociales, sino la desconexión también en lo espiritual, con lejanías intelectuales o emocionales de periodos convulsos, las guerras mundiales, la guerra civil española o los años de plomo de ETA. Pero sus desubicaciones, esos exilios que padecieron, no pueden quedar solo en lo remoto sino que justifican y avalan el debate sobre nuestro tiempo y sus imposiciones. Esas que aspiran a forzar uniformidades contemporáneas, exigencias posmodernas que se han estrenado arrasando con la intensidad del siglo XXI, dejando atrás principios de equilibrio y moderación consolidados en el epílogo del XX.

Y, ahora, en esta era tumultuosa y acelerada (me acuerdo del «homo agitatus») nos enfrentamos, como arrollados, a una realidad que se sucede vertiginosa y obliga, a cada instante, a responder con premura multimedia y digital a cuantas controversias se presenten, entorpeciendo el sosiego intelectual, enredados, además, en un mundo dicotómico y binario, que exige posicionamientos radicales, sin templanzas. Inmersos en semejante hábitat desordenado y polarizador, es imperativo plantearse si sucumbir a esas corrientes o pulsar otros estilos, quizá fuera de moda, pero más reflexivos y valiosos. Y es justo ahí donde volvemos al patito feo y a la tentación de la extrañeza con las incertidumbres que conlleva. Para resolverlas, sin duda, lo mejor será consultar a Freire.