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Fernando Fernán Gómez
Decisión importante
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Hay quien cree que la juventud no es una época de la vida hecha para tomar importantes decisiones, pero se equivocan. Una de ellas es la de hacerse o no hacerse uno de esos tatuajes que, en esta exhibicionista estación del año, afloran en un hombro, una espalda o una triporra. Un tatuaje puede convertirse en la decisión más importante y también más desastrosa de tu vida.
Porque cualquier otro paso puede ser reversible, reparable, modificable. En la vida puedes cambiar de domicilio, de país, de profesión, de amigos, de pareja… Pero, si te tatúas en el pecho «amo a Carolina», eso ya no hay nadie que te lo arregle. Con esta moda de los tatuajes, el mundo cada vez está más lleno de tipos que se tatuaron un corazón tamaño pizza familiar en el abdomen con esa leyenda cuando, en efecto, amaban a Carolina, pero que ahora están casados con Berta y condenados a llevar en verano una camiseta de tirantes para no tener una bronca diaria. Sé también del caso de la doctora que se tiene que poner todos los días laborales una tirita en la nuca para ocultar una margarita y que no la despidan de la clínica donde trabaja. Sé del caso de la que no puede usar anestesia epidural en sus partos porque lleva una serpiente tatuada en la espalda y su tinta puede causarle infecciones al mínimo pinchazo. Sé del caso paradójico, sí, de la atea condenada al mandato bíblico de parir los hijos con dolor por llevar enroscada a la cintura una serpiente realmente venenosa.
El tatuaje posee una doble y desconcertante naturaleza. Por un lado, parece muy trasgresor, pero, por otro, se revela de lo más tradicionalista en lo peor, en lo tribal, lo ancestral, lo contraindicado por la ciencia médica. Se finge frívolo, superficial, banal, inocuo, leve, posmoderno, pero de repente nos muestra su premoderna y dramática condición de irreversible. Porque es la irreversibilidad de ciertos hechos lo que aporta el elemento dramático y hasta trágico a nuestra existencia. El problema de los tatuajes es que no son sólo para el verano, como las bicicletas de Fernando Fernán Gómez, sino para toda la vida, aunque es en el verano cuando resplandecen como una pesadilla y aunque en invierno se vistan de paisano. Cuando veo un pterodáctilo incrustado en un hombro o en una cara, me pregunto qué clase de misteriosa pulsión le lleva a un individuo a ese tipo de decisiones. Y, cuando no veo nada, me pregunto cuáles serán los tatuajes que lleva dentro, qué ideas, valores, afectos, desea realmente que sean irreversibles en su vida esa persona. En eso consiste el trato humano y en eso la decepción, en comprender que el tatuaje que suponías en el corazón de alguien era una calcomanía.
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