Religión

El apartamento del Papa, un búnker «en aislamiento»

Según ha confirmado LA RAZÓN, el Vaticano ha activado un protocolo para limitar el acceso a la segunda planta de la residencia de Francisco

Francisco ya está en casa. El Papa inició ayer, en torno a la una de la tarde, un particular viacrucis de dos meses de convalecencia exigida por su equipo médico para poder vencer a la neumonía bilateral que padece. Solo pasaban dos minutos de las doce del mediodía cuando la silueta del Pontífice argentino en silla de ruedas comenzaba a hacerse visible en una de las habitaciones del Policlínico Agostino Gemelli de Roma.

Con el rostro hinchado, pero sonriente, aparecía Jorge Mario Bergoglio, de 88 años, ante una multitud que se congregaba a las puertas del hospital. A la visible alegría del Papa por su alta hospitalaria se sumaban los gestos de sus manos. Ora saludaba, ora bendecía, ora levantaba el pulgar como signo de victoria, ora apretaba su mano derecha para reflejar su fortaleza después de 38 días de ingreso y dos episodios críticos en los que estuvo en peligro su vida. No estaba previsto que hablara, pero Francisco se lanzó ante las tres mil personas que le vitoreaban.

El asistente que sostenía el micrófono llegó tarde para alcanzar sus primeros comentarios. «¡Gracias a todos!», dijo el Obispo de Roma con voz ronca y dificultades para respirar, pero con mejor dicción que el audio con el que hace tres semanas quiso acompañar a quienes se congregaban en la Plaza de San Pedro para rezar un rosario implorando su recuperación. Justo después de este primer agradecimiento, el Pontífice jesuita, siempre con la atención puesta en la gente sencilla de a pie, dirigió su mirada a Carmela Mancuso, una calabresa de 78 años, que se ha hecho popular en este tiempo en Italia porque no ha faltado un solo día al Gemelli para rezar por el Papa, pero tampoco a la cita con el rosario vaticano. Y, hasta en diez ocasiones, con unas flores bajo su brazo. Francisco, observador, correspondió desde su balcón hospitalario: «Veo a esta señora con las flores amarillas. ¡Brava!». Hasta ahí, sus palabras. Apenas noventa segundos duró la escena.

Solo unos minutos después, el Papa abandonaba el hospital en un Fiat 500L y ya con las cánulas nasales para el oxígeno. ¿Su destino? La basílica de Santa María la Mayor para rezar ante la imagen de la Salus Populi Romani, un icono de la Virgen que ha visitado en cada ingreso hospitalario, en cada viaje o cuando el Pontificado se le ha puesto cuesta arriba.

Prácticamente una hora después de su reaparición pública, se adentraba en el Vaticano para iniciar un tiempo de aislamiento similar al vivido en el Gemelli. Al menos durante las primeras semanas, hasta que vaya remitiendo la infección polimicrobiana que parece. Tanto es así que la residencia de Santa Marta, especialmente la segunda planta donde se ubican las estancias papales, es ya un «búnker» al que será prácticamente imposible acceder sin la correspondiente autorización. Incluso para quienes comparten edificio con el Pontífice.

Según ha confirmado este diario, la Santa Sede habría activado un protocolo que garantice que Francisco se exponga lo menos posible a cualquier riesgo para su salud, desaconsejando las reuniones en grupo o salidas que supongan grandes esfuerzos y evitar el contacto con aquellos colectivos, como los niños, por los que se pudieran transmitir virus como la gripe que agravaran su complejo cuadro clínico.

¿En qué se traducen estas medidas preventivas? LA RAZÓN ha tenido acceso a una nota interna que se les ha enviado a los vecinos de Francisco en Santa Marta, esto es, a cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes que trabajan en la Curia vaticana y que comparten techo en alguna de las cinco plantas en las dos alas de la residencia vaticana.

«Queridos hermanos, para favorecer la pronta y completa recuperación del Santo Padre lo antes posible, se ruega a todos, sin excepción, no acceder al segundo piso del edificio A, que en este momento se encontrará en aislamiento», se lee en el escrito, en el que se remite a los secretarios del Pontífice para hacerle llegar cualquier carta o aviso. Esta limitación de movimiento de los inquilinos curiales es una situación excepcional en estos doce años de Pontificado, en tanto que el lugar en el que habita Francisco, más allá del correspondiente control del equipo de seguridad, ha sido hasta ahora una casa de puertas abiertas.

Es más, habitualmente el Papa comparte con ellos y con otros trabajadores el comedor en el almuerzo y en la cena, salvo que se vea obligado a participar en un acto institucional o que se encuentro de viaje. Ahora, Bergoglio verá también restringido el que es para él un momento de encuentro y de distracción, pero también para tomar el pulso de la vida eclesial y vaticana, una vía alternativa de conocer qué se cuece en la Iglesia que pastorea.

De hecho, fue este uno de los motivos que llevó a Jorge Mario Bergoglio en marzo de 2013 a negarse a vivir en el apartamento papal del palacio apostólico, como sí lo hicieron, por ejemplo, Juan Pablo II y Benedicto XVI. No solo se trataba de un gesto de austeridad, sino que los vetustos edificios vaticanos son más inaccesibles para las visitas y reducirían enormemente el contacto directo con otro tipo de personas más allá de su «staff» directo.

Lo cierto es que Jorge Mario Bergoglio ni tan siquiera tiene un apartamento. Su espacio más íntimo se compone de su dormitorio con aseo, una pequeña salita de estar y un despacho de trabajo. Unas estancias sencillas y de un reducido tamaño, teniendo en cuenta que se trata del lugar en el que vive uno de los líderes internacionales de mayor relevancia.

Ahora, todas la relaciones informales de Francisco se frenan en seco durante dos meses. Porque, además del diálogo con los otros habitantes de Santa Marta, las tardes las dedicaba a recibir en su sala de estar a quien conforman su agenda B de encuentros: políticos que huyen de las audiencias públicas para evitar notoriedad, clérigos, amigos, víctimas de abusos, religiosas, misioneros. A todos ellos los recibía fuera de la agenda oficial matutina en el palacio apostólico, que queda anulada por el momento.