Aunque moleste

La ruleta rusa de Trump

Las negociaciones con Putin van mucho más allá de la guerra en Ucrania

Las conversaciones a tres en Riad, americanos con rusos y ucranianos, sentados a la vez pero en mesas separadas, terminarán dando algún resultado, pero más bien parece que no de manera espectacular a corto plazo. Las urgencias de Trump no son iguales a las de Putin, si bien a ambos les va bien abrazar el nuevo concepto de mundo multipolar, lejos de la unipolaridad del espacio postsoviético, nuevo tablero en el que USA, China y Rusia marcan líneas geoestratégicas y respetan sus áreas de influencia. Trump juega con la ruleta rusa de Putin a algo más que acabar con la guerra en Ucrania. El fin del conflicto bélico es básico para el presidente norteamericano, pero es solo el punto de partida para un nuevo statu quo en las relaciones internacionales, por el cual Washington, Pekín y Moscú demarcan sus patios traseros, al tiempo que establecen líneas de colaboración. Al de la Casa Blanca le viene bien no sólo el win-win de la cooperación económica energética, petróleo, gas y tierras raras, sino también que Putin medie ante Irán para evitar una escalada en Oriente Medio. Los ayatolás no se fían de Trump desde que, en su anterior mandato, diera la orden de ejecutar al general Soleimani, considerado por Teherán héroe nacional, urdidor de toda la estrategia de ejércitos proxy contra Israel a través de Hamas, Hezbolá, los huties, las brigadas Al Qassam, etc. Cosa diferente es que sea Putin el que intervenga para mediar con Irán, en favor de Trump, evitando una guerra con Israel. Un trueque de cromos, según el cual el Este de Ucrania lo consolida Putin a cambio de hacer la vista gorda ante las tropelías de los rebanacuellos (amigos de Albares) en Siria, el control de Gaza y Líbano por Tel Aviv, y la eliminación de las milicias yemeníes para garantizar corredores energéticos o comerciales al margen del Estrecho de Ormuz. Amén de que, siguiendo la doctrina Nixon, se frena la alianza entre chinos y rusos, al quedar Estados Unidos entre ambos.

Planteamientos todos que, desde el punto de vista de los valores, son inasumibles, por inmorales. Solo que la realpolitik, desde los tiempos de Bismarck, y ya con Maquiavelo, no tiene nada que ver con la moralidad. Trump abraza el realismo en las relaciones internacionales, que significa que puede tratar con cualquier gobierno que esté dispuesto a cooperar, no importando demasiado si ese régimen es autoritario o democrático, socialista o comunista. En realidad, es lo que EE.UU ha hecho siempre en Asia o LATAM, sólo que ahora sin ningún tipo de maquillaje, como hacía Kissinger. Interesa todo lo que es bueno para América y genera rentabilidad.

El obstáculo principal para ese giro geoestratégico no está en Pekín o Moscú, sino en Europa. El viejo continente se aferra al pensamiento post-telón de acero unipolar, en el que solo cabía un hegemón, un gobierno mundial dirigido por la OTAN. Trump se apunta al realismo de la política de bloques, respetando los espacios de cada cual. Solo que los tiempos del presidente USA son distintos a los del Kremlin. Él tiene prisa, mientras que Putin va despacio, un paso adelante y dos atrás si le conviene, pero en la convicción de que el papel de Rusia en el mundo ya no es el mismo que con Yeltsin.