
Naturaleza
El humedal más grande de España estuvo en Galicia y oculta la ciudad de Antioquía
Cubría aproximadamente 3.600 hectáreas y fue desecado durante el franquismo

Existen lugares en Galicia, muchos, donde el cielo cambia cada día, cada minuto, cada instante. Ahora azul intenso, casi negro, ahora transparente entre nubes de tormenta. En algunos de estos sitios, también muchos, las brumas que cubren mañana otorgan al espacio un halo de misterio, como si las almas se levantasen tiñendo la tierra de un blanco sepulcral.
Sucede, por ejemplo, cerca de A Limia (Ourense), donde la leyenda y la realidad conviven sobre ese cielo siempre cambiante y bajo aquellas aguas que, un día, fueron una extensión casi eternaa: la laguna de Antela.
Ahí, en ese humedal que con aquella niebla matinal esconde todos sus secretos, afirman los más ancianos que se oculta la ciudad de Antioquía, no la presente que se puede visitar en tierras turcas, sino una urbe legendaria levantada por rey Antíoco próxima a Xinzo de Limia.
Cuentan que mucho antes de la existencia de la laguna, prosperaba una gran ciudad que había entregado a la idolatría y al desenfreno. Hasta tal punto era esto así que, al parecer, su dios era un gallo al que rendían culto con devoción ciega.
Un día, Jesucristo, disfrazado de mendigo, llegó a sus calles en busca de cobijo y alimento, pero fue rechazado por todos, salvo por una anciana que le ofreció ayuda. Como castigo, la tierra tembló, los cielos se oscurecieron y un torrente de agua surgió del suelo, ahogando para siempre a Antioquía, de la que hoy sólo puede contemplarse, durante la mañana de San Juan, la punta de la torre.
Uno de los humedales más extensos
Lo cierto es que más allá del mito, la Laguna de Antela fue en su tiempo el humedal más extenso de la península ibérica. Uno que cubría aproximadamente 3.600 hectáreas y que en invierno alcanzaba dimensiones de hasta 7 kilómetros de largo por 6 de ancho. Con una profundidad que variaba entre los 0,5 y los 2 metros, llegando en algunas pozas a los 3 metros, este ecosistema era un refugio para innumerables especies de flora y fauna.

Su importancia medioambiental era incuestionable. Sin embargo, la laguna sucumbió víctima de una lucha centenaria entre su valor ecológico y el deseo de convertir sus tierras en suelo fértil para la agricultura.
La desecación
En este marco, desde el siglo XIX, se realizaron numerosas propuestas de desecación bajo la premisa de sanear lo que algunos llamaban un "charco inútil". Las autoridades consideraban que la laguna era un obstáculo para la productividad agrícola y un foco de enfermedades.
Pese a todo, los proyectos fueron fracasando uno a uno, a veces por problemas técnicos, otros por falta de financiación o la resistencia de los vecinos, quienes dependían del humedal para la cría de ganado y la pesca.
Un sino que cambiaría con el franquismo. En 1958, el Instituto Nacional de Colonización ejecutó un plan que convirtió las aguas en tierras de labranza, alterando radicalmente el paisaje de A Limia. Aunque la transformación trajo consigo oportunidades económicas, también significó la pérdida de un ecosistema único y la desaparición de un humedal que había sido parte del equilibrio natural de la región.
Vestigios arqueológicos
Desde la desecación, se han encontrado restos arqueológicos que han avivado el mito de la ciudad sumergida. Así, se han hallado estructuras circulares y herramientas antiguas que sugieren que, efectivamente, hubo un asentamiento humano en la zona en tiempos remotos. Descubrimientos han dado alas a Antioquía.
Sea como fuere, hoy la Laguna de Antela no es más que un recuerdo en el paisaje transformado de A Limia. Un lugar en el que, quizás, durante alguna noche de tormenta alguien escuche el eco lejano de unas campanas ahogadas en el tiempo.
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