
Opinión
Hernia fiscal
Alguien como García Ortiz, que borra todos sus mensajes el mismo día en que se le anuncia una investigación, está claramente intentando hacerse pasar por lo que no es

¿Puede que la exabadesa de Belorado sea García Ortiz disfrazado de monja? Este fin de semana he estado comparando imágenes y hay unas similitudes fisonómicas inquietantes. Compruébenlo ustedes mismos en las redes.
El conocido gusto del fiscal general por el disfraz podría coincidir sospechosamente con un travestismo de este tipo. Disfrazar sus intenciones, entendámonos. Alguien que borra todos sus mensajes el mismo día en que se le anuncia una investigación sobre él –y luego quiere hacernos creer que es una práctica habitual y casi obligatoria en su profesión– está claramente intentando hacerse pasar por lo que no es.
Incluso aunque el borrado fuera una costumbre en el gremio (que tampoco lo es), al saberse investigado, su mejor defensa si fuera inocente habría sido mostrarlos al juez, ya que ahí estarían las pruebas indudables de su posible inocencia.
Para huir de sus responsabilidades, resulta que quien precisamente debería contribuir, por exigencia ética obligatoria de su profesión y cargo, al esclarecimiento de los hechos, usa las tácticas dilatorias propias de aquellos a los que está obligado a perseguir. Eso desprestigia su propio estamento. ¿Contratará para su defensa dentro de poco a Gonzalo Boye? Le ofrezco generosamente esa idea que quizá no se le había ocurrido.
El fiscal general del Estado es una pieza importantísima en cualquier democracia para mantener la solvencia contra la corrupción de los políticos. Yo no sé si se acordarán ustedes de Luis Burón Barba. Fue el fiscal general del Estado que aceptó la presentación de la querella contra Jordi Pujol por el asunto de Banca Catalana. El caso dividió a los jueces de la audiencia territorial de Barcelona. Veintinueve estaban en contra y doce a favor. El poder político de aquel momento prefería que ni siquiera se juzgara el asunto no fuera que saliera de allí toda el pus de corrupción que se albergaba bajo Convergència. El tema fue aparcado y el hombre que dirigía la fiscalidad de un territorio (precisamente evadiendo impuestos él en Andorra) se permitió dar clases de ética a sus sufridos y estafados conciudadanos. Es decir, se vistió de monja y se hizo pasar por lo que no era: un administrador honrado.
Cuando Luis Burón Barba tuvo constancia de lo que iba a suceder con la Audiencia territorial de Barcelona, sencillamente presentó su dimisión. Lo que jamás se permitió a sí mismo fue borrar ningún tipo de mensaje ni posibles pruebas.
Y aún mucho menos intentar desacreditar a todo un estamento judicial por mucho que estuviera en desacuerdo con su opinión.
El actual fiscal general del Estado le sigue haciendo un flaco favor a su profesión, a su cargo y a las instituciones. Se encastilla en su despacho, se atrinchera en el sillón y, para intentar resistir a que la fuerza de los hechos lo eche, está dispuesto a verter descrédito sobre la policía, sobre los jueces y estrangular a su profesión hasta que los españoles no crean en ella. Una verdadera hernia fiscal en la columna vertebral de la judicatura española. Desprestigiar y deslegitimar a las instituciones es mal asunto. Es debido a ello que los chavales en los barrios salen cada día más ultras y desconfían de las instituciones. No digo que sea apocalíptico o irrelevante, solo digo que pasa. Y si se polarizan esas dos tendencias nos encontraremos un panorama de peronización donde la gente solo sabrá ser peronista o Milei.
Por eso, no está de más recordarle al fiscal general del Estado las palabras de George Washington, quien recordaba que la independencia del poder judicial y su pluralismo eran el último bastión de los desfavorecidos para poder luchar contra la corrupción de los políticos cuando se daba. En su escrito «Farewell Adress» decía literalmente lo siguiente: «Permitidme preveniros del modo más solemne contra los efectos perniciosos del espíritu partidista, que por desgracia es inseparable de nuestra naturaleza y arraiga en las pasiones más fuertes de la mente humana, inclinando gradualmente a buscar seguridad y reposo en el poder absoluto de un individuo». Fijaos si es viejo una vez más lo que está pasando, que eso ya lo dejó escrito en 1796 un expresidente norteamericano, de cuando los expresidentes eran una cosa seria. Ahora, los expresidentes, en lugar de redactar textos bien construidos, tienen opiniones personales. Y a ello se fían alegremente. Y si son españoles, más. No se dan cuenta de que el valor de sus opiniones así expuestas es el mismo que le otorgaban Los Punsetes a un tertuliano en una de sus canciones. No vale posar de anciano del consejo si no te respalda una labor textual e intelectual de peso. Yo no dudo que José Luis Rodríguez Zapatero, desde que dejó la presidencia, se haya dedicado a reflexionar duramente sobre los grandes temas de la vida humana como por qué los mocos son a veces amarillos y otras verdes. Pero estaría bien que intentara hacer el esfuerzo de plasmar todas esas supuestas reflexiones por escrito.
En un plato de la balanza tenemos a George Washington y en otro a Rodríguez Zapatero para intentar averiguar por qué los fiscales generales del Estado se disfrazan de monja. Una razón más para no ser vegano: poder merendarnos a Bambi.
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