El consentimiento sexual, a debate en el cine: "ahora la víctima es más compleja, el agresor es más complejo y el testigo también lo es"
La cineasta Delphine Girard contribuye con su fantástica ópera prima, "Víctima imperfecta", a engrosar la lista de filmes que profundizan en este tema
Madrid Creada:
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Ojalá el consentimiento sexual, ese concepto jurídico referido a la voluntad en el terreno de lo íntimo que sigue generando auténticas nebulosas morales en según qué cabezas, se entendiera por parte de quienes tienen que entenderlo con la misma facilidad con la que Audrey Hepburn aprendía a romper huevos, en aquella prestigiosa y coqueta escuela parisina de "Sabrina", con una sola mano. Ojalá bastara un simple movimiento de muñeca para propiciar el asentamiento de las percepciones correctas, para integrar el sentido común en las decisiones tomadas sin unanimidad, en las acciones ejercidas sin la aprobación del que tenemos delante, para entender no solo la trascendencia ética de un "no" pronunciado de manera explícita, sino los mensajes emitidos a través del lenguaje del cuerpo. Saber leerlos. Respetarlos.
Como dice Sara Torres, "no se le puede pedir claridad al que pronuncia un no, sino a quien lo escucha". Es precisamente en esta delimitación obligada entre la justificada imprecisión de la víctima y el grado absoluto de responsabilidad del victimario, entre las dos figuras principales que estructuran los puntos cardinales sobre los que se asienta el basamento teórico del consentimiento, donde parece haberse posado no solo el discurso actual de las conversaciones feministas y gran parte de las esquinas del debate público, sino la actualidad del relato cinematográfico.
Desde la reciente reposición de "Not a Pretty Picture", en donde Martha Coolidge proponía una monumental disección sin ambages con tinte desgarradamente confesional de la violación que sufrió en la década de los sesenta por parte de un conocido; hasta la ópera prima de Molly Manning Walker, "How to Have Sex", cinta estrenada hace tan solo unos meses en la que se relata un escenario de abuso hacia una joven que no tiene experiencia en el terreno del sexo y que se encuentra de viaje de fin de curso dionisiaco y etílico con sus amigas del instituto; pasando por la traslación a la gran pantalla del testimonio literario de Vanessa Springora, escritora que tuvo una relación de desequilibrio constante con el otrora intelectual francés y autor literario Gabriel Matzneff, treinta y seis años mayor que ella, son numerosos e igualmente potentes en términos discursivos, los títulos que abordan el tejido problemático del tema y que están copando la pantalla especialmente en el último año.
En el caso concreto de la docu ficción icónica sobre la cultura de la violación y sus consecuencias que propuso Coolidge, resulta particularmente interesante observar cómo el sujeto que agrede, que era un compañero de clase de la cineasta mayor que ella, responde a un perfil masculino en apariencia inofensivo, seductor, atractivo y envolvente que además, forma parte de un círculo que presuponemos de confianza o al menos, conocido, como puede llegar a ser el instituto, pero también las sensaciones intrínsecamente ligadas a la culpa, a la auto responsabilización y al señalamiento propio que invaden en ese momento a la realizadora estadounidense. El clásico ramillete de responsabilidad inoculado por el patriarcado que de manera discreta se instala en el subconsciente de quien sufre una agresión: si no me hubiera subido a ese coche, si no hubiera aceptado ese cigarro, si no me hubiera fijado en ese tío, si no hubiera llevado aquella falda, si no hubiera decidido atajar por esa esquina, si no le hubiera besado, si no me hubiera ido... nada de esto habría pasado. "La culpa no es el del que viola, sino de la que permite que la violen", viene a decirnos un marco social moderno cínico y ventajista que se parece mucho al que había entonces.
"Siento que ya no hay vergüenza para hablar de los abusos, que tenemos menos miedo como mujeres"Martha Coolidge
"A medida que han ido pasando los años mi mirada sobre la película se ha ido modificando, pero no sobre lo que me sucedió. Siempre digo que para mí fue extremadamente importante compartir la audiencia cómo me sentí después de aquello y cómo ocurrió y el tipo de público que ahora puede enfrentarse a la película también ha cambiado. Siento que ya no hay vergüenza para hablar de los abusos, que tenemos menos miedo como mujeres. Amo profundamente a las mujeres jóvenes de ahora y su forma de preguntarse cosas y de cuestionarse situaciones que antes nos costaba más señalar", reconocía en entrevista telefónica para este periódico esta apasionante y entrañabilísima mujer de 77 años, primera y única que hasta el momento ha presidido el Sindicato de Directores de Estados Unidos sobre la evolución evidente que se ha producido en los últimos años .
"Necesitaba hablar de lo que había vivido, necesitaba compartirlo, liberarlo del misterio, intentar entenderlo. En su momento tuve una mezcla de conceptos bastante confusa sobre lo que suponía una violación. Era muy joven, no lograba entender qué estaba pasando en el instituto. Para mí hacer la película fue algo terapéutico, formó parte de mi proceso de sanación. Una de las cosas que hice después de estrenar la película fue hablar con muchos hombres, escuchar lo que ellos tenían que decir sobre este tipo de comportamientos a pesar de que no era fácil para ellos tampoco en aquella época cuestionar según qué cosas, porque la mayoría tenían muy interiorizadas las situaciones de abuso a pesar de que eran chicos completamente normales", detalla Coolidge. Igual que en la cinta de Walker, en cuyo caso el individuo ya ha tenido un contacto sexual previo y consentido con la víctima antes de agredirla mientras duerme, asistimos a un dibujo del agresor despojado de exageración o dramatismo ficticio.
La situación vivida por Springora, por otro lado, es una de las más espeluznantes y complejas en cuanto a la integración del concepto de confianza en el otro porque en su caso su agresor era su pareja. Una pareja de la que llegó a estar intensamente enamorada (si es que con catorce años puede llegar a identificar una con claridad lo que significa eso). "Me sentía muy desgraciada al final de nuestra relación. Me daba cuenta de que el papel de objeto sexual o de objeto literario en el que me iba a convertir posteriormente, no me gustaba. Y precisamente los libros que él me había prohibido leer en los que narraba sus abusos a niños y niñas de países subdesarrollados son los que por otra parte a mí me permitieron liberarme", contaba la escritora durante la presentación del libro homónimo que más tarde inspiraría la película de Vanessa Filho. Y apuntaba sobre la importancia de los matices terminológicos en la asunción del concepto de consentimiento: "No solamente no oculté el hecho de que me enamoré sinceramente de este hombre, sino que al mismo tiempo quise cuestionarme la noción que tenía de esta palabra. El consentimiento es una palabra que permite atenuar la gravedad de los hechos en lo que respecta al agresor. Consentir es decir “sí”, pero para poder decir “sí” uno tiene que ser capaz de poder decir “no”".
"El consentimiento es una palabra que permite atenuar la gravedad de los hechos en lo que respecta al agresor"Vanessa Springora
"Hemos crecido con el relato maniqueísta de los buenos y los malos, de la recompensa y el castigo. Pero creo que por suerte los relatos están cambiando y eso se está trasladando al cine. Ahora la víctima es más compleja, el agresor es más complejo y el posible testigo de los hechos también lo es. Las narrativas cinematográficas están dejando atrás la simpleza con la que nos educamos y eso es algo bastante positivo, tal y como yo lo veo", celebra la directora Delphine Girard durante la conversación que mantenemos en una de las estancias del Instituto Francés con motivo del estreno –que tendrá lugar la próxima semana– de "Víctima imperfecta".
En este extraordinario e inteligentísimo retrato de la disparidad de escenarios envueltos en la lógica pragmática de lo contemporáneo que se generan después de que se cometa una agresión sexual hay una visión poliédrica del problema: la mirada evasiva y complicada de la víctima (a quien da vida Selma Alaoui), el hermanamiento inmediato y la empatía de la testigo (en este caso, una mujer que trabaja en un centro de emergencias y recibe la llamada de la víctima fingiendo que habla con un familiar), la culpa corrosiva del agresor, la incredulidad y dolorosa aceptación de la madre del agresor (aquí una fantástica Anne Dorval o madre cinematográfica de Xavier Dolan) o el ejercicio de elusión de la gravedad por parte de la actual pareja del victimario. Y es que Girard, despojada de cualquier atisbo de cinismo o trampa narrativa que interceda en su mirada detrás de la cámara, advierte con perspicacia de algo que el resto de filmes también dibujan con una considerable adaptación a los tiempos actuales: el agresor no es un monstruo de dos cabezas enfermo de odio, no tiene cuernos, ni rabo, ni la cara pintada de rojo.
Una vez superada la fábula del depredador caricaturizado que de forma excepcional ataca a las mujeres que caminan solas parapetado detrás de los matorrales con una capucha que dificulte su identificación y portando cualquier tipo de arma arrojadiza punzante, parece que a los hombres no les queda más remedio que reflexionar de manera profunda y concienzuda sobre sus conductas cotidianas sin que esto signifique que cualquiera de ellos puede ser potencialmente un violador. Analizar su tolerancia al rechazo, su capacidad de aceptación ante una negativa o canalizar sus niveles de frustración. Historias como la expuesta en "Víctima imperfecta" pretenden, tal y como explica la propia directora, fomentar este tipo de interrogantes y cavilaciones.
"Esta por ejemplo no es una película que nazca de los primeros meses post MeToo, sino más tarde y en ese sentido no procede de la misma rabia o el mismo nivel de cólera que había entonces. Siento que estamos en otro momento, en otra etapa de reflexión, con emociones por todas partes, sin duda, que tenemos que aprender a canalizar a través de conversaciones, debates, propuestas que son importantes. Pero con un nivel mayor de perspectiva y dejando atrás la rabia de los primeros tiempos del MeToo", señala sosegada.
"Ahora la víctima es más compleja, el agresor es más complejo y el posible testigo de los hechos también lo es"Delphine Girard
Y prosigue sobre el papel que ha jugado el movimiento en la introducción del concepto en las conversaciones: "Creo que el porcentaje de influencia que ha tenido el feminismo en la colocación del consentimiento dentro del discurso es inmenso. Es increíble pensar que hace tan solo unos años ni siquiera existía la noción del consentimiento, parecía una especie sensación rara, de término poco definido. Pero que se haya podido colocar en el centro es algo que me provoca una gran esperanza". Una esperanza que parece inevitablemente ligada al análisis equilibrado de los porqués que la generan. "Forzosamente tenemos que empezar a intentar entender la complejidad que albergan esas personas de naturaleza violenta, pero que son niños buenos, hijos buenos, empleados buenos. Esa realidad incómoda creo que tiene que formar parte de la discusión", remata. Sabiendo siempre a quién hay que exigir claridad y a quién demandar coherencia.