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El infinito sinsentido metaliterario de Vila-Matas

El escritor publica «Canon de cámara oscura», novela de fascinante lectura que aborda la caducidad o vigencia de obras y clásicos literarios
El infinito sinsentido metaliterario de Vila-Matas
Enrique Vila-Matas es autor de más de una treintena de obras literariasEfe
Jesús Ferrer

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En 1994 el prestigioso crítico literario Harold Bloom publicaba «El canon occidental», un amplio recuento comentado de los libros que, a su juicio, han conformado el acervo cultural de todas las épocas. Esta obra, de riguroso marchamo académico, observaba sin embargo ciertos rasgos objetables: la literatura española e hispanoamericana estaba insuficientemente representada, Shakespeare resultaba «santificado», y la mirada sociocultural era claramente menospreciada. Este tipo de inventario crítico, de clara intención normativa, cuenta con una antigua tradición intelectual. 
Las obras de Homero y Aristóteles, por ejemplo, guiaron durante siglos la estética del clasicismo épico y filosófico. Durante la Edad Media y el Renacimiento serían Ovidio, Virgilio, Cicerón y la Biblia los referentes fundamentales. En épocas posteriores, hasta nuestra contemporaneidad, diversos autores irían integrando estos listados, valorándose el impacto de sus obras sobre el público lector y su influencia en la mentalidad cultural de cada momento. 
Los criterios de estos registros estéticos siempre fueron la excelencia literaria, la huella histórica, la innovadora originalidad, el reconocimiento crítico y la importancia universal. A todo ello cabe sumar el íntimo gusto lector, que hace que una selecta biblioteca particular se erija en un subjetivo canon personal. Cuando en el Quijote los amigos y familiares del hidalgo escogen en su biblioteca los libros que deben salvar de la quema están, con ese «donoso escrutinio» estableciendo un canon literario sobre el género de la novela de caballerías.
Con esta cuestión como pretexto temático, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) publica «Canon de cámara oscura», novela coherente con sus mejores referentes narrativos, es decir: intensa ambigüedad entre realidad y fantasía, ensoñadas atmósferas ficcionales, personajes de acendrado intelectualismo, protagonismo del arbitrario azar, metaliteratura argumental, un irónico culturalismo, y cierta deriva de humorístico tono existencial. El protagonista de esta historia es Vidal Escobia, secretario y discípulo de un reconocido intelectual, Altobelle, apodado "el fracasista" al no haber alcanzado según parece el apetecido éxito profesional; ha legado la biblioteca personal a su alumno, quien debe establecer sobre la misma un singular canon. Este no debe obedecer a la convencional excelencia o al acostumbrado favor crítico. Ha de ser una selección gratuitamente subjetiva, que no coincida con ningún criterio lógico o normativa estética alguna, irritante incluso para biempensantes lectores y eruditos académicos. 
Se le nombra aquí como «canon intempestivo» por su carácter de rebelde repertorio y extravagante listado. Tendrán preferencia los libros tendentes a la inanidad expresiva, centrados en «lo indecible», en una suerte de nihilidad argumental; en este sentido, se cita a Cortázar, quien en "Rayuela" precisaba: «Pero lo que yo quisiera decir es justamente indecible. Hay que dar vueltas alrededor, como un perro buscándose la cola». Todo ello en una sociedad en la que habitan secretamente androides –los Denver– de apariencia humana; una tecnificada identidad a la que acaso no sea ajeno el propio Vidal Escobia.
Esta selección libresca no afecta solamente a los volúmenes escogidos, sino también, y sobre todo, a fragmentos textuales, dotando a estas secuencias prosísticas de una entidad propia, de una particular fuerza creativa, desvinculada del grueso sentido argumental: «¡Los fragmentos! No son, como tanto se cree, una parte más del todo, sino una parte importantísima del todo. Por eso tienen que tener la potencia suficiente como para que podamos abrir un libro por cualquier página y leer sin necesidad de saber qué ha sucedido antes o pasará después». Esta ruptura de la continuidad narrativa entraña un innovador ejercicio creativo. Se trata de una metodología que ahonda en el sentido maldito, heterodoxo y transgresor de la literatura. 
El protagonista tiene una persistente vocación de escritor, que le acerca a su admirado Kafka en su percepción de la vida como un absurdo existencial y en la pretensión de transformarse él mismo en escritura artística. Ostenta una personalidad deliberadamente indefinida, que le permite desarrollar una acendrada vocación intelectual: «Hago como que oscilo entre ser alguien o nadie. Y yo creo que sólo eso, aunque en breves ráfagas, me permite de vez en cuando ser un escritor verdadero». Reflexionando sobre la vacuidad de la fama literaria, se configura aquí el perfil de Glatz, el escritor inexistente, y su correspondiente libro de igual nombre, Glatz, que nunca ha sido escrito. 
Se trata de una literatura en perpetua expectativa, sustentada por el simple deseo de plasmar en el papel imaginarias ficciones o particulares experiencias. Así detalla el protagonista su sistemática operativa: «Primero, se trata de entrar en el cuarto oscuro de la biblioteca ligera y, casi a ciegas, elegir al azar un libro; lo segundo es llevar ese libro a la luz del ventanal de la casa y elegir un fragmento que me seduzca, que me inyecte ese estímulo impagable que me acaba llevando al gabinete de la escritura; lo tercero, ya en el gabinete, en ceremonia privada, dedicarme a una breve o larga, según el día, ficha para el archivo del Canon».

Fábulas e imaginación

Recorren estas páginas, profusamente citados, algunos de los escritores fetiche de Vila-Matas, desde el aludido Kafka a Julio Ramón Ribeyro, pasando por Laurence Sterne, Peter Handke, Marguerite Duras, Samuel Beckett y Robert Musil, entre otros señeros referentes. E igualmente aparece aquí un significativo imaginario cinematográfico, habitado por Orson Welles, Yasujiro Ozu, John Ford o Wim Wenders; de este último se comenta su película «Perfect Days», la historia de un limpiador de retretes que experimenta una vida alternativa con su obsesiva afición a la música y los libros, en una particular fuga compensatoria hacia el arte y la belleza, pretendiendo superar su áspera cotidianidad.
Se glosa un cuento de Juan Benet, «Catálisis», en el que unos viejos buscan denodadamente un colmado situado al parecer a las fueras del pueblo en que viven; en medio de esta búsqueda se desata una amenazante tormenta y, al caer cerca de ellos un rayo, deciden volver por donde han venido; una historia que se aprovecha aquí como fábula de la desorientación vital, los deseos frustrados, las dificultades cotidianas, y el absurdo de la realidad. Profundiza la novela en el sentido original de «Auctor», «entendiendo como tal a aquel que, al escribir, se dedica a augere, a aumentar, a agrandar, a multiplicar las coordenadas de la compleja y ambigua realidad». El escritor se halla, así, dando vida, conformación «real» a los ambientes y personajes imaginados. En este universo de archivos, estanterías y anaqueles se va conformado un irreverente canon, una biblioteca de libros salvados del olvido, valorados en su carácter disidente e inconformista.
Esta novela es toda una fábula sobre el fracaso profesional, la banalidad de muchas novedades literarias, la caducidad de obras olvidadas, la potente vigencia de inolvidables libros clásicos, la fuerza de la tradición literaria, los límites de la escritura, el poder de la ficción, y la validez del personal criterio estético. Son significativas las reflexiones del protagonista saliendo del restaurante donde acaba de comer, y que abocan a un intrigante y apocalíptico futuro: «Al salir del Bob Lulu, doy una vuelta por el barrio, que está tranquilo a estas horas. Los Denver, sin embargo, tienen su voz. Y sus risas, a mí no me engañan. Y hasta en el aire percibo el Mal indefinido que está por llegar». Un libro de fascinante lectura en el que, como sucede con su autor –«auctor»–, la vida y la literatura son una misma cosa.
▲ Lo mejor
La hábil combinación entre cine y literatura, los procesos de la creación narrativa
▼ Lo peor
Nada reseñable aquí, tratándose de una novela de impecable factura temática y estilística