Ángelo Néstore: “Hay una violencia brutal hacia los cuerpos fuera de la norma”
Artista queer no binaria y Premio Espasa de Poesía, en “Deseo de ser árbol” regresa a su infancia en Lecce, Italia, para reconciliarse con ella
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La hornada malagueña de artistas crecidos en los 80 sigue su curso: La Chachi, Alberto Cortés, Alessandra García... y también él, que nació en Lecce, Italia, pero fue en la ciudad andaluza donde explotó cuando comenzó a escribir con “25 o 26 años”, apunta, sin concretar, Ángelo Néstore.
Artista queer no binaria y Premio Espasa de Poesía por una obra que le ha reconciliado con la vida y con su infancia (Deseo de ser árbol), asegura que “la revolución se hace en Telecinco, fuera de tu zona de confort y aunque eso suponga el ataque de miles de personas, también del mundo poético. Pero es muy importante llegar a personas que no estén acostumbradas a esto”, dice quien desprende su particular lenguaje poético por los cuatro costados; y a partir de ahí crea lo que se le ponga por delante.
La excusa de este poemario es su infancia, su “manantial”, pero Ángelo pone los sentidos allá donde va. En el gimnasio, por ejemplo; un universo que no va con su rollo, así lo reconoce, pero que le sirvió para comprobar que entre mancuernas y máquinas se producían unas conversaciones que jamás tendría con su círculo y eso le enriquecía: “La superioridad cultural no es el camino, con ella no se va a ningún lado”. Su sendero multidisciplinar es el de mancharse, el de “sacar la poesía de los libros” para “jugar con ella”.
De momento, además de jugar con ella, la poesía le sirve para tapar agujeros de forma literal: “Buena parte del premio [en metálico] lo emplearé en arreglar el techo del salón. Cuando alguien entre en mi casa le podré decir que el techo lo he hecho con poesía”, ríe.
−Había oído que no le gustaba la playa y veo que comienza el poemario con ella: “Amamos pisar la arena fresca en la orilla (...)”.
−Me gusta el mar, no la playa, aunque ha estado muy presente en mi infancia. Mi padre amaba la pesca y buscó un vínculo conmigo a través de ella. Pero yo siempre he sido un niño muy sensible con el tema animal, así que el día que me llevó a alta mar fue el primero y el último: a escondidas, volvía a lanzar los peces al mar. No se enfadó, pero no me habló en un buen tiempo. Luego me di cuenta de lo simbólico de ese momento. Sin saberlo, rechacé el intento de volcar su amor a través de una acción física que me convirtiera en el macho alfa de la casa.
−¿A qué huele su niñez?
−A salitre y a perro.
−¿Ya era poeta por entonces?
−Entiendo que la poesía más que relacionada con la palabra, presente en el momento de la creación, lo está con la mirada, la curiosidad, y que tiene mucho que ver con el juego.
−¿No podía jugar de pequeño?
−Podía, pero no me amoldaba a lo que los demás querían que fuera porque no sabía fingir. No quería jugar al fútbol para ser aceptado.
−¿Ya ha aprendido a fingir?
−Sí, a eso se aprende (risas).
−¿Fue una infancia difícil?
−Con mucha soledad. Los perros me salvaron de una depresión, estuve más tiempo con ellos que con los humanos. Y, a su vez, estuve atrapado en una casa muy grande en la que tenía de todo, pero lo que quería no se podía comprar.
−¿El qué?
−Alguien con quien hablar y jugar. Me refugié en el rol y en el teatro, que te permiten fingir que estás fingiendo. El personaje que desarrollaba en mis juegos era yo y los demás pensaban que era ficción.
−¿Sigue renegando de aquella Italia de Berlusconi en la que creció en los 90-2000?
−Parece que vuelve...
−¿Qué siente con ese regreso?
−Malestar. Después de tantos gobiernos técnicos, la gente ha vuelto a Berlusconi y a la extrema derecha [suspira]... Me hace pensar que es muy fácil dar pasos atrás. Hay una violencia brutal hacia los cuerpos fuera de la norma, incluso de posturas que deberían ser aliadas y hablan despectivamente.
−¿Quiénes son esos aliados?
−El pseudofeminismo transexcluyente, que está haciendo mucho daño. No buscamos sustituir un sujeto por otro, sino abrir el abanico. Hemos sufrido, contemos nuestras historias y enterremos el hacha de guerra.
−¿Es tolerante la Europa de hoy?
−No. Hay gente que sí lo es, y mucho, pero se nos olvida el pasado muy a menudo.
−¿Se siente representado por Irene Montero?
−Sí. Está tomando decisiones muy valientes, aunque con muchos matices por culpa de las prisas.
−Una pregunta del prólogo, de Sara Torres: ¿quién devuelve a las infancias queer el amor perdido?
−Las amistades.
−¿Le ha dolido este poemario?
−Sí. También duele el presente y no soy capaz de vomitarlo en Twitter.
−Cuando hablamos de fronteras, nos imaginamos muros, vallas... ¿Cómo es el terreno fronterizo en el que usted habita?
−La frontera más peligrosa es la que no se ve, como en El show de Truman: crees que vives en un mundo libre, pero no. Es muy peligrosa la autocensura, ser ese niño que no sale de casa porque no tiene herramientas para romper el falso techo. Pero también hay fronteras buenas, como la ambigüedad, que para mí es un lugar muy fértil.
−Para terminar, explíqueme eso de que “un nicho es la utopía perfecta”, que sale de un poema suyo. ¿Quiere esa calma?
−Cuando me veo estresado siempre pienso que ya descansaré allí. Es una provocación que muestra que cuando morimos se deshacen todas nuestras diferencias. Ojalá solucionemos esas diferencias antes...
- Deseo de ser árbol (Espasa), de Ángelo Néstore, 80 páginas, 13,90 euros.