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Del sexo al amor: el peligro de ser Marina Otero

La creadora argentina llega al Festival de Otoño madrileño para hacer doblete con “Fuck Me” y “Love Me”, dos piezas en las que, primero, se “venga” del mundo masculino y, luego, rebusca en su pasado para dar con el origen de la violencia y el dolor
Frederic Rouverand

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Hay que habla de ella como “la heredera”. “La heredera” ni más ni menos que de Angélica Liddell (palabras mayores), aunque nunca haya visto uno de sus espectáculos, reconoce. Eso sí, comparten preocupaciones y sí se ha acercado a la obra escrita de la maestra. Ella es Marina Otero, argentina de 38 años que apenas se ha podido ver en España hasta ahora, que llega de la mano del Festival de Otoño. Hace un año mostraba en el FIT de Cádiz el Fuck Me que trae los días 15 y 16 al Canal; y sí es novedad por estos lares Love Me (25 y 26, en Réplika), su última pieza. La creadora va por partes: primero, el sexo y, luego, el amor.
Otero, en activo desde 2012, hace bueno lo de la montaña y Mahoma. Hace meses que se mudó a Madrid para montar el campamento base en sus bolos europeos (Francia, Suiza, Italia, Bélgica...). Sin embargo, no ha conocido bien la capital hasta la fecha. “Llegué, me instalé y empecé a viajar. Ahora sí estoy disfrutando de la ciudad”. Pero el viaje de la directora y actriz es más que un salto en su carrera, es la vuelta a los orígenes. Desembarca en un país que vio nacer a su abuelo, “gallego para más señas”. Ambos viajes, España-Argentina y Argentina-España, tienen un denominador común: la búsqueda de un futuro.
Y de todo ello surge Love Me, que ahonda en el desarraigo, pero, sobre todo, en la doble búsqueda de la violencia heredada: la que su propio bisabuelo ejercía sobre su mujer “y que, para no matarla −como dice Otero−, la abandonó y volvió a España para morir aquí solo”; y la otra es la violencia de los movimientos migratorios llenos de sinsabores, rencores, odios, injusticias...
Proceso ante el que la argentina reconoce que le “está costando mucho; no tanto haberme venido, no tengo dudas sobre esa decisión, pero hay algo que vengo pensando últimamente: aunque el cuerpo se traslade y los contextos sean distintos, hay algo de adentro que nunca cambia, ese dolor o ese sistema en el que la mente organiza las cosas es el mismo, y aunque quieras trabajar, aunque quieras deformar, aunque quieras transformar, hay algo que hagas lo que hagas siempre va a estar −continúa−. Pero hay que seguir viendo la forma de vivir de la mejor manera posible, porque para mí el arte fue siempre como una salvación ante lo imposible de la vida, y hay que tratar de que la vida también sea posible”.
Juega Otero con los límites de la realidad y la ficción. Rechaza las etiquetas, pero, finalmente, señala a la “autoficción” como el género escogido: “Hay un tratamiento de la realidad de la vida privada. Y el pasado se convierte en representación”. Pero su trabajo también profundiza en la idea de “inventar para transformar la vida. Usar la imaginación para cambiar la realidad ante la imposibilidad de alterar la propia vida. Tengo tendencia a meterme de tal manera en los procesos que me termino creyendo lo que ocurre. No soy de esas dramaturgas se meten en un cuerpo ajeno, sino que pongo mi propio cuerpo según voy inventando. Y ahí encuentro una conversación entre los límites muy delicada. Me gusta ponerme en peligro”.
Marina Otero convierte “lo bueno en malo y lo malo en bueno”, explica. La parálisis que sufría en 2019 se transformó en Fuck Me. Desde la cama (por una hernia discal múltiple que le llevó al quirófano) se imaginó todo un universo que, por entonces, solo era imaginable en los sueños. Otero grababa audios porque “no podía sentarme a escribir”. Tampoco pudo aprenderse los textos de memoria. “Iba de la cama al ensayo y del ensayo a la clínica. Le puse Fuck Me porque durante ese proceso nunca cogí”.
“Mi nombre es Marina Otero, soy la directora de este proyecto, pero esencialmente soy bailarina. Antes de empezar me gustaría contarles que recién salgo de un quirófano y todavía no sé bien cómo estoy acá hoy”, comienza esta pieza en la que sexualiza al extremo el cuerpo de los hombres. Era su “venganza contra la masculinidad sufrida: “Siempre fui una mujer cosificada por los hombres. Pero tras la operación mi cuerpo se volvió viejo, como el de una señora que no puede caminar”.
La catarsis llevó a la artista multidisciplinar a subirse a escena (de aquella manera) solo diez días después de salir del hospital. Luego la pandemia lo pararía todo. Tres funciones y a casa. Pero volvieron los teatros y “la obra mejoró mucho, sin duda, el tiempo hace que lo sutil se vuelva más preciso, y yo represento ese estado del pasado, porque el dolor sigue en mi cuerpo, está tan dentro de mí que entro a escena casi sintiendo el mismo dolor que entonces (...) Hay momentos en la vida en que el dolor es lo único y después el tiempo pasa y el cuerpo se regenera y pasan otras cosas. El dolor viene muy bien para pensar en qué es la realidad y qué es la ficción”.
Si Fuck Me es una gran puesta en escena, Love Me es “muy diferente, opuesta”, anticipa. En la primera todo me parecía triste y necesitaba construir un mundo maravilloso y muy estético; tenía que inventarme una gran ficción que contrastase con mi realidad y la pobreza en los hospitales. Love Me es más estática, sin apenas cambios de luz ni muchas transformaciones. “Son pensamientos que van pasando sobre la muerte, la vida, el amor, yo como mujer, la violencia recibida... Así he encontrado el origen del dolor”.
  • Dónde: Teatros del Canal y Réplika Teatro, Madrid. Cuándo: 15 y 16 (Canal); 25 y 26 (Réplika). Cuánto: agotadas (Canal); desde 10 euros (Réplika).