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Angélica Liddell saca la guillotina para instaurar su terrorismo contra la estupidez

Primer fin de semana del Temporada Alta con el regreso de una artista que busca de la “Caridad” de su parroquia tras el gatillazo del año pasado con “Terebrante”
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La obsesión de Angélica Liddell es, por encima de todo, la de «la defensa del arte, defensa de la libertad de la estética», incluso «por encima de las responsabilidades democráticas», cuenta quien se define como simpatizante del «terrorismo de la belleza». Vuelve la artista a Gerona con otro estreno, Caridad, y lo hace un año después de dejar frío a su ejército de fieles con Terebrante: la escritora funciona por obsesiones; genera un caos y lo sube a las tablas, pero no siempre se entiende... Más en aquella pieza en la que la palabra brillaba por su ausencia y las imágenes crípticas no fueron alcanzadas por una inmensa mayoría perdida entre simbología inteligible. «Sí lo entendieron los flamencos», asegura ante la evidencia: «Fue la primera vez que me frustró que no se me comprendiera. No se supo ver que era la bandera y la rueda gitana, el martirio de los nómadas».
Pero aquel homenaje a Agujetas ya es historia y la Liddell, la mujer que fuma «por donde no se debe», busca el perdón de su gente con una pieza que abre el melón de la caridad como «conflicto moral»: «Nos pide amar por encima de la ley. Como virtud es, sin duda, superior a la fe y a la esperanza. Y eso también es arte». Se sumerge así en la caridad «más conflictiva» de las virtudes teologales, «porque debe dar asilo al homicida, redimir al violador y malgastar su leche con los ancianos».
La creadora viajará, entre otras, hasta la “Caritas romana”, la fábula que narra la historia de una hija que da de mamar a su padre condenado a muerte por inanición. «Esa mujer que alimenta al homicida es inmoral. Es una mujer que acepta la naturaleza humana en su totalidad y comete un acto prohibido con el que consigue deponer la ley, ya que los jueces quedan tan conmocionados que perdonan a su padre». También quiere ella generar ese impacto: «El artista busca conmocionar y está más cerca del criminal que del juez porque se tiene que expresar con total libertad y someterse a las leyes de la estética y la poesía, no a las leyes del Estado. Trabaja con otro material, pero siempre remitificando el mal. Como ciudadana soy resistente a la barbarie; como poeta no y me intento poner en la situación de un criminal».
Represión y escándalo
El montaje pretende explorar los conceptos esenciales del ser humano y las fronteras que cada sociedad y cultura establecen respecto a la caridad, «límites que, en muchos casos, se pueden medir a partir de la expresión artística», añade de una caridad que «también sirve para expresar, según cada artista, el nivel de represión y escándalo que puede tolerar la sociedad, y su madurez o capacidad para la compasión».
Liddell vuelve a proponer sobre el escenario esas tinieblas en las que se mueve como pocos y que servirán para declarar la guerra a lo homogéneo, «intento romper la uniformidad», y al prohibicionismo, «se hace una lectura banal desde lo político y eso es tedioso. Vivimos en una sociedad de denuncias que empobrecen la expresión estética. Cuestionar la mirada de Godard nos va a llevar a la destrucción del goce; fue un ejemplo sublime de libertad. El siglo XX se muere y vamos avocados a una era de puritanismo en la que se olvida el conflicto de los hombres consigo mismos. Meter el fascismo [por una acusación que le hicieron] en una discusión de arte es una falta de sensibilidad grave», defiende una mujer que también dispara contra «el feminismo plano que nos puede llevar a Fahrenheit».
Regresa así la creadora con una pieza que se rebela, a través de la poesía, «contra la estupidez» y que mostrará a una Liddell que se debate entre la injusticia social y la expresión artística. Como «los locos y los niños», trabaja «desde el desequilibrio y la transgresión, que no provocación».
Y como ambientación, Caridad llega al Temporada Alta con «un gran símbolo de libertad», dice de una guillotina (presente en las ejecuciones francesas hasta el año 77) que tendrá mucho que decir sobre la piedad y sobre cómo entregamos a la pena de muerte la capacidad de redención, «quiero situar al espectador ante el máximo perdón». Además, la excentricidad supina ha llevado a la artista a contar con un coro de hombres laringectomizados, niños y dos esgrimistas paralímpicos. Intérpretes «amateurs» que, para Liddell, son más honestos: «Nunca llego a creerme a los actores».
  • Dónde: El Canal, Salt (Gerona). Cuándo: 8 y 9 de octubre. Cuánto: entradas agotadas.