Julia Navarro: «El rechazo, la frustración y el rencor son las herramientas con las que se construye un terrorista»
Su thriller «De ninguna parte» es una disección del radicalismo islámico y las motivaciones que empuja a las personas a deshumanizarse y convertirse en fanáticos. «Es un viaje a los confines del alma del terrorista», dice
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El mal es uno de los vectores conductores de la literatura de Julia Navarro. Un polo de atracción que la ha llevado a explorar las motivaciones, miedos, odios y otros cauces del resentimiento que asientan en los yihadistas la determinación de matar y que, hoy en día, son el aliento que mantiene vivo al terrorismo islámico. «De ninguna parte» (Plaza & Janés) es una novela con tintes de suspense y puntos de thriller que se sostiene en una perpetua tensión, pero que, por encima de las habilidades narrativas, da cuenta de la transformación de un estudiante de instituto de orígenes musulmanes en un asesino privado de conciencia. La autora, en una obra de actualidad debido a la retirada de Occidente de Afganistán, nos lleva a los límites del bien y el mal a través de Abir y Jacob, dos individuos de biografías melladas cuyos destinos se entrecruzan en un campo de refugiados en el Líbano. Sus futuros discurrirán de manera paralela. Uno tomará el sendero confuso de la fanatización y el otro, el de evitar sus atentados. En medio queda el choque de culturas y los inocentes que morirán.
–¿El odio gana siempre?
–A corto plazo me parece difícil que se resuelva este terrorismo. Las sociedades evolucionan y me gustaría creer que en el futuro se recolocarán las cosas y que este problema se solucionará. Peso es un deseo utópico.
–Tu protagonista es un terrorista.
–Detrás de cada terrorista hay un fanático. Lo que me pregunto es qué lleva a un ser humano a ese grado de fanatismo y qué le empuja a cometer esas atrocidades, qué le anima a ese punto de deshumanización y de deshumanizar a los demás. Esta novela es un viaje a los confines del alma del terrorista.
–Aborda la integración de los inmigrantes.
–Nuestras sociedades no terminan de abordar esta cuestión. Este es un mundo globalizado solo para una minoría. El resto vive en sus pueblos, con sus costumbres, su religión. A su alrededor hay violencia, guerra y sueñan con el paraíso occidental. Luego se encuentran aquí y se dan cuenta de que están desarraigados y que no se integran. Tienen la sensación de que no son de donde vienen y, tampoco, de donde están. Eso produce un desgarro interior que arrastra a muchos a convertirse en terroristas. El rechazo, la frustración y el rencor son las herramientas con las que se construye un fanático.
–La retirada de Afganistán no ayuda.
–La actuación de Estados Unidos ha sido nefasta. No puedes invadir un país y marcharte de un día para otro sin avisar a tus socios occidentales. Su comportamiento ha sido irresponsable y van a originar una gran tragedia. ¿Qué va a pasar en Afganistán ahora? Los talibanes no son un movimiento democrático ni promueven los Derechos Humanos y, menos, los de las mujeres. Esta retirada va a generar un tsunami a nivel político en la zona que tendrá repercusiones.
–¿Es una claudicación de Occidente?
–Es una derrota de los valores occidentales. Me parece que las explicaciones de EE.UU. son insuficientes. Han abandonado a las personas que abogaban por un cambio en ese país; han dejado atrás a las mujeres que habían dado un paso hacia adelante. Su marcha tendrá repercusión en la vida real de las personas que viven allí y en Occidente.
–¿Puede fomentar terrorismo?
–No sé qué va a pasar. Lo que sí sé es que no se ha arreglado el conflicto de Afganistán, sino que se ha agravado. Y en toda la región. El papel de Occidente ha sido deplorable. El abandono de las mujeres afganas me parece imperdonable. Que una madre entregue su bebé a un soldado desconocido es un ejemplo del grado de desesperación que existe. Es la imagen de la tragedia que se vive. Me pregunto si Joe Biden duerme por las noches.
–Algunos temen que con esta oleada se cuelen terroristas.
–Pero también pueden entrar por el aeropuerto de Barajas. Muchos de ellos visten corbatas y llevan traje. Pero nos fijamos, en cambio, en esa gente que viene sin nada. Creemos que el terrorista es el más desgraciado y no nos fijamos que los terroristas pueden también ser miembros de un consejo de administración. Son esas personas que mueven los hilos para que el pobre que ha sido fanatizado ponga la bomba. A lo mejor ellos no se manchan las manos, pero son los que lo alientan. ¿Por qué no nos preocupamos de esos países que financian y siguen financiando el terrorismo? ¿Por su petróleo? ¿Por los intereses comerciales y bancarios? ¿Por qué no decimos nada de ellos? Son los verdaderos responsables. Hay una enorme hipocresía.
–China apoya ahora a los talibanes.
–Es la gran potencia del siglo XXI y sabe que es una derrota de Estados Unidos y sus aliados. Afganistán tiene materiales mineros. China juega sus cartas geoestratégicas. Se sentará con talibanes, como hará Occidente. No existe ninguna moral ni en los chinos ni los americanos. Todos van por sus intereses. A China le interesa este país porque sabe que eso debilita a EE.UU. Porque no creo que a los chinos les entusiasmen los talibanes... Y, cuidado, el propio Biden ha declarado que si los talibanes demuestran algunos hechos se puede hablar con ellos. Al final también lo hará la UE. Todo esto deja de lado la ética...
–Hemos perdido credibilidad.
–No se puede confiar en Occidente. Es lo que hemos demostrado. EE. UU. por intereses económicos y estratégicos se mete en Oriente, da la patada y desestabiliza la zona. Las primaveras árabes han generado una situación peor de la que había previamente. Deberíamos reflexionar que no se puede exportar un modelo de vida y de valores, y menos con naciones así. Nada es exportable al cien por cien. No se puede aplicar nuestra lógica occidental a sociedades diferentes a las nuestras. Hay que acercarse a ellas con más respeto y cuidado. Uno de los grandes errores al llegar a Iraq fue disolver el ejército y echar a los funcionarios de los ministerios. Todo el país se desestructuró y lo que quedó fue el caos. No logramos llevar nuestros valores occidentales de la libertad y el lío que dejamos es peor. La democracia no se lleva con tanques y soldados.
–También habla del movimiento «refusenik», en Israel.
–Es una organización civil que quieren defender a su país, pero que consideran que eso no implica tirar las casas en Gaza. Es muy complicado porque la sociedad israelí está militarizada y para estas personas debe ser complicado adoptar esa postura. Son chicos que se quedan en situación de incomprensión. Es una actitud moral: no voy a disparar contra niños, aunque me tiren piedras. Oriente Medio es muy complicado. El conflicto entre Israel y Palestina no se resolverá hasta que sean capaces de perdonarse y asuman que tienen que vivir juntos. No es necesario que se quieran, solo de que deseen convivir. Hay organizaciones pacifistas que trabajar por la paz... pero, por ahora, no han tenido éxito