La Chachi: “Muchas piezas contemporáneas me resultan decimonónicas”
La actriz y bailaora regresa al Festival de Otoño con “Los inescalables Alpes, buscando a Currito”, donde une el flamenco con el krump más agresivo
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Está La Chachi de vuelta por Madrid con un espectáculo que apenas lleva un par de bolos, pero que ya le valió en junio para levantar el Premio Godot, Los inescalables Alpes, buscando a Currito. Esta vez es el Festival de Otoño el que recupera y reprograma una pieza de esa hornada de artistas escénicos malagueños que están conquistando toda la península a base de pisar bien fuerte: Alberto Cortés (implicado también en las labores dramatúrgicas de esta pieza), Alessandra García, Violeta Niebla, Luz Prado, Luz Arcas... Todos ellos, más María del Mar Suárez “La Chachi” dan buena muestra del momento vital de la ciudad andaluza que, en demasiadas ocasiones, el centralismo madrileño tarda en poner en valor: “Somos periféricos y tenemos una valentía escénica que no sabemos cómo catalogarla”, apunta.
Porque La Chachi no es nueva en estos menesteres, ni mucho menos. La gramática de los mamíferos (2017) y La espera (2019) ahí están en su CV como ejemplos del éxito. Lleva desde 2008 “distorsionando el tradicional lenguaje flamenco para acomodarlo a su genuino estilo, donde la hibridación es la norma”, como la presenta el festival en el que desembarca hoy y mañana (en Alcalá de Henares).
Tres músicos en escena (Lola Dolores, al cante; Francisco Martín, a la guitarra; e Isaac García, a la percusión) y el texto de Cristian Alcaraz, sirven a la actriz y bailaora para expresar la búsqueda de un amor muy alejado de una consideración romántica, como es el siglo XXI. “Muestro la realidad”, apunta La Chachi: “En vez de un amor o dos tenemos cientos de romances, depende de la edad a la que te pongas a echar cuentas. Y guardamos retales de cada experiencia”.
Sirve ello de excusa para un viaje que va de la superación a la vieja idea de romería, con la recuperación del himno de la Coronación de la Virgen del Rocío, ese éxtasis que se grita en bucle durante 40 minutos. “La pieza transita de un punto a otro a modo de aventura, de tragedia. Por el camino el cuerpo se transfigura en penitencia, porque un cuerpo que ruega se transforma, se postra en el suelo y se retuerce”, cuenta.
Currito no tiene una coreografía cerrada, reconoce su creadora de esta “peregrinación” que va del suelo hasta la vertical a través de “un cuerpo que no se para, que batalla entre el krump agresivo y el flamenco”, define La Chachi. “Es como si tuviera voces dentro de mí que luchan por rezarle a la Virgen y por la búsqueda del amor”. Las tradiciones, la antigua y la de ahora, chocan entre sí, salve rociera y mirada en presente que la artista une con un mantra claro: “El flamenco es intocable. Es nuestra raíz y motor”, sentencia. Pero el respeto al género no le impide jugar con la pureza para contagiarla de las palpitaciones contemporáneas fuera la norma. “Es un paso natural cuando hay convivencia. Va con las propias inquietudes y con la capacidad de sobredimensionar”. Eso sí, advierte: “Muchos espectáculos que se tildan de contemporáneos a mí me resultan decimonónicos, por lo que encuentro una línea curiosa. Estoy en un lado muy extraño”.
“Rompedor, intenso, hipnótico, magistral y visceral” son algunos de los adjetivos que el espectáculo ha ido cosechando una Chachi que se ha colado por derecho propio en esa tendencia reciente de ruptura y revalorización del flamenco siguiendo la línea de otros “outsiders” como El Niño de Elche, Israel Galván o Rocío Molina. “Me gusta llevar el flamenco a situaciones imposibles, a cuerpos imposibles”, reconoce La Chachi: “Poesía, un poquillo de comicidad y otro poquito de belleza, como pasa con Valle-Inclán. Me gusta cuando retrata este esperpento de humanidad, ahondar en esas debilidades del comportamiento humano pero con un tono fresquito, que si no me aburro”.