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Rocío Molina y Jesús Carmona, dos bestias sobre el escenario

Referencias absolutas del baile español, ambos «danzaores» coinciden en Madrid este fin de semana. Él con «Baile de bestias», donde combate sus tormentos; y ella cierra la «Trilogía de la guitarra» invadida por el rosa
Fernando Quintela y Pilar LozanoPilar Lozano

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Son dos bestias, dos titanes, de esto de los escenarios, pero eso no les impide tener que luchar contra sus propios monstruos. Rocío Molina (Vélez-Málaga, 1984) ya batalló contra ellos a mitad de la Trilogía sobre la guitarra, en Al fondo Riela (lo otro del uno), y salió más que airosa de la guerra contra su ego: «Es nuestra gran bestia, la vemos en las redes sociales cada día, pero nos asusta y nos atrae al mismo tiempo». De hecho, dice, es parte de ella sobre el escenario, «lo pongo a mi vera». Ya lo tiene domado.
Jesús Carmona (Barcelona, 1985) está ahora en ese momento de vencer los tormentos interiores y ese es el proceso que presentará hoy en Madrid (Centro Cultural Pilar Miró, con todo vendido) con Baile de bestias. Quiere un contrapeso que le «arañe» y que le ponga en su sitio. Casi como una de esas llamadas a su madre que le pegan los pies en la tierra con el mejor de los pegamentos. Ganó el Premio Nacional de Danza –«lo más grande»– y descolgó el teléfono para contárselo a su madre, sin embargo, un «luego hablamos y me cuentas, que me pillas haciendo la comida» le recordó que «en el escenario puedes ser el mejor, pero que fuera siempre eres uno más. No salvamos vidas, pero sí almas. Tenemos otro compromiso con la sociedad».
Que es el «mejor» no lo dice Carmona por puro ego, sino porque así lo dicen los datos: Benois de la Danse (2021) a mejor intérprete masculino, el «Oscar de la Danza» (en esa recurrente traducción). Un reconocimiento que le da más «responsabilidad» si cabe para «Baile de bestias», su primer espectáculo tras dicho título. «Sigo a lo mío porque he salido de la pandemia reforzado con mis pensamientos. Hago lo que siento y no lo que otros quieren ver. Me siento superlibre», cuenta un hombre que se autodenomina «danzaor», como un guiño a la propia Molina: «Lo tomé prestado. Se lo escuché y me gustó».
Porque los momentos de uno y otra son muy parejos. Entre otros puntos de unión, ambos están tocados por la varita del virtuosismo, son Premio Nacional de Danza (2010 y 2020), comparten generación y coinciden en la capital estos días. Son el presente y el futuro del baile español. Y reivindican la elección de un camino propio. Alza la voz la malagueña para reclamar «valentía» a las nuevas generaciones (sin renunciar a los maestros, claro): «Paco de Lucía lo fue todo, pero debemos salir de ahí. Claro que tiene que estar presente, siempre, pero cada guitarrista debe crear su forma de interpretar, tener confianza en sí mismo. Pasó en el cante con Camarón y se terminó dando un paso adelante que costó mucho».
La personalidad de Molina es innegable, más todavía encima de las tablas, y de ella tendremos un nuevo ejemplo con esta «Vuelta a uno» que cierra la serie. Pieza en la que deja atrás el blanco y el negro de las dos anteriores citas y en la que llena de color el escenario. Todo rosa, «un color que intento evitar a mi hija para no caer en etiquetas, pero se me viene una y otra vez en mi vida. Es un empalagamiento que me ha terminado conquistando», reconoce la bailaora sobre su homenaje a la guitarra. Su pasión. «Es un instrumento con el que he tenido una relación amorosa. Me gusta seguirla, estoy a su servicio. Es inmensa. Seis cuerdas que dan calidez y tienen la capacidad de seducción. Es dulce, duele, tiene todo el abanico de sentimientos». Sin embargo, Molina solo la baila, no la toca. «¡No! Solo podemos hacer bien una cosa», ríe.
Por ello, tendrá a su lado a tres generaciones de guitarristas para revisar cada capítulo de la trilogía (Inicio (uno), Al fondo Riela (lo otro del uno) y el estreno de Vuelta a uno, del 10 al 19): Eduardo Trassierra, Yerai Cortés y, el que sembró la semilla de todo el proyecto en la cabeza de Molina, Rafael Riqueni. La «danzaora» sale de esta forma de una pequeña crisis que le atacó en los últimos meses por «todo lo que no es arte», explica: «Todo eso que está alrededor es una gran carga. Es el antiarte. Necesitaba destruirlo todo y recordar que no bailo para mantener una estructura, sino por estar en un lugar feliz. Una guitarra, mi baile, mi equipo y mi cuerpo con todos sus conflictos».
Por su parte, el conflicto para Carmona estaba en la responsabilidad adquirida tras el Benois. Problema que se ha sacudido desde la «quietud» –comenta–, la sutileza, los micromovimientos y ese taconear poderosísimo: «Pensaba encontrar las bestias en el movimiento, pero fue al contrario, generaba más sentimientos al estar quieto. Un mínimo gesto lo cambia todo», justifica el bailarín.
  • Dónde: Matadero (Rocío Molina); Centro Cultural Pilar Miró (Jesús Carmona). Madrid. Cuándo: del 10 al 19 de diciembre (R. M.); 10 de diciembre (J. C.). Cuánto: desde 18,75 euros (R. M.); entradas agotadas (J. C.).