
Patrimonio
Arpías, leones rugientes y sirenas en el bestiario fantástico más fiero del románico español
Una joya desconocida que asombra al mundo desde un pequeño pueblo de poco más un centenar de vecinos

Castilla y León es un auténtico museo en todos los sentidos, ya sea en lo cultural, patrimonial o natural. Una comunidad que puede presumir de contar con un legado artístico y monumental sin igual forjado a lo largo de los siglos en todos y cada uno de los más de 2.200 municipios con los que cuenta esta tierra, donde no hay pueblo, pequeño o grande, que no tenga una iglesia o un retablo en su interior que no asombre al mundo por su antigüedda o se belleza, independientemente e su estilo.
Es el caso que ocupa estas líneas de este sábado en LA RAZÓN. Una joya románica desconocida para el gran público pero que fascina a todo aquél que la conoce y que se encuentra en el interior de una sencilla iglesia de un pequeño pueblo de la provincia de Burgos en el que viven algo más de un centenar de personas durante todo el año. Se trata de la localidad de Cayuela, a una quincena de kilómetros de la capital y regada por el río Cabia o de Los Ausines, en pleno Valle de Muñó.
Un pueblo milenario, en cuyo origen se llamaba “Cauuiela”, “Cauiolam” o “Cabigüela”, diminutivo de Cabia, según documentación de que se dispone, y que ya aparece en una carta de arras del Cid a su esposa doña Jimena, fechada en 1074, en la que se cita a este lugar como alia Cauia.
Aunque otras voces, como la de Gregorio Argáiz, apuntan a que el origen de Cayuela está en el siglo X, y más en concreto en el año 941, a cuenta de la presunta edificación de un monasterio, el “de Xauiela, en el sitio a tres leguas de Burgos, en Val de Assur, llamado hoy Caviela, aunque no está confirmado este hecho, según informan desde el Ayuntamiento en su web, y apenas hay datos sobre el lugar, que figura entre las propiedades donadas a la catedral de Burgos en 1221 por la vecina de Burgos doña Mayor así como en la estimación de préstamos del obispado de mediados del siglo XIII, donde Cayuela solo aparece con 30 maravedises, mientras que la vecina Cabia aparece con 70, lo cual indica tmabién que su población era mucho mayor.

Pero dicho esto, Cayuela cuenta con una espectacular iglesia parroquial dedicada a San Esteban, de planta basilical y estilo románico, donde destaca su portada abierta en el hastial occidental así como su cabecera, compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular. Un templo, cuya planta baja se transformó en sacristía, que ha sufrido diversas modificaciones que, desde la época bajomedieval hasta el presente, han afectado al conjunto tardorrománico, que combina en su aparejo la sillería de la cabecera, base de la torre y parte del hastial occidental con el sillarejo de caliza de páramo del resto, según se explica en Románico Digital.
Hacia el norte del templo se abrió una ventana, hoy oculta al interior tras el retablo barroco. Entre los canes (cabeza de una viga del techo interior que carga en el muro y sobresale al exterior sosteniendo la corona de la cornisa) se ven prótomos u representaciones plásticas de la parte anterior del cuerpo de cánidos, ovejas y, sobre todo, una interesante serie de bustos humanos, masculinos y femeninos, en variadas actitudes y mostrando en sus cabezas un buen repertorio de la moda en el tocado de mediados del siglo XIII, desde capiellos plisados con barboquejo, cofias, bonetes o implas.
Sobresalen algunas figuras de aire grotesco, como el personaje de boca abierta mostrando la lengua, y aun maléfico, caso de la cornuda figura masculina de rizada cabellera y cejas fruncidas.

Pero dentro de esta iglesia se encuentra la protagonista de estas líneas: su magnífica y plenamente románica pila bautismal, que consta de una gran copa piramidal decorada en su interior con gallones y en el exterior con motivos y simbología teológica como monstruos alados, arpías, leones o sirenas, entre otros personajes, que protagonizan el bestiario fantástcio más fiero del románico español.
Se conserva en el centro de la nave y se alza orgullosa sobre una base de 21 centímetros de altura. Decora la embocadura con una cenefa de entrelazo mientras que el frente cuenta con una sucesión de arquillos de medio punto sobre finas columnas que individualizan sus basas y capiteles, éstos lisos o con hojitas.
En los arcos aparecen inscritas hasta catorce figuras que combinan fauna real y fantástica, con un león rampante de rugientes fauces, un ave, tres arpías –una de ellas rugiente, de ojos saltones y acaracolados cabellos– dos híbridos de cabeza felina, cuerpo de ave y enroscada cola de reptil, uno también rugiente, ademas de otras siete figuras humanas, una de las cuales es femenina y de prominentes ojos. Las seis restantes se corresponden con los apóstoles, de los que se identifca bien a San Pablo por su alopecia, y a San Pedro, al ser el portador de las llaves.
Una rinconografía que representa el camino hacia el bien o hacia el mal, por un lado a través de los apóstoles como portadores del mensaje que conduce a la gloria a través del bautismo, y, por el otro, mediante las figuras maléficas e híbridas que meten cierto desasosiego en el cuerpo de quien las observa.
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