El ambigú

Por favor: no molestar

La Transición española es un ejemplo de que, incluso en las circunstancias más complejas, es posible encontrar caminos hacia la concordia

En el contexto del 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco, resulta pertinente reflexionar sobre el significado histórico de aquel momento sin caer en la tentación de fomentar divisiones innecesarias. Más allá de las valoraciones y polémicas que puedan surgir en torno a las iniciativas conmemorativas promovidas, resulta pertinente recordar que la muerte de Franco, acaecida el 20 de noviembre de 1975, fue un hecho biológico que, por sí solo, no garantizaba ningún cambio político. Fue tan solo el presupuesto que hizo posible un proceso mucho más complejo y valioso: la Transición hacia la democracia. Lo que verdaderamente merece ser celebrado y recordado es el esfuerzo colectivo de aquellos actores que, en un momento de gran incertidumbre, supieron anteponer el diálogo y la concordia al enfrentamiento. La Transición española no fue un suceso espontáneo ni inevitable; fue el resultado de la voluntad política y el liderazgo de figuras clave como el rey Juan Carlos I, quien, al asumir la jefatura del Estado, dejó atrás el inmovilismo del régimen para encauzar al país hacia un sistema democrático. Además, el papel de Adolfo Suárez como primer presidente del Gobierno de la democracia fue determinante. Suárez supo gestionar con maestría la transición de un Estado autoritario a uno de libertades, propiciando reformas legales fundamentales como la Ley para la Reforma Política de 1976. Esta ley marcó el inicio del desmantelamiento institucional del franquismo y abrió las puertas a las primeras elecciones democráticas en junio de 1977. Por otro lado, no se puede olvidar el papel de la oposición democrática, liderada por figuras como Felipe González, quien, desde el Partido Socialista, contribuyó de manera decisiva a mantener el diálogo y la negociación como las principales herramientas para consolidar la democracia. La capacidad de estas fuerzas políticas para encontrar puntos de consenso en lugar de profundizar en las diferencias fue esencial para evitar la fragmentación social y avanzar hacia un sistema de derechos y libertades para todos los ciudadanos. En palabras de Aristóteles, «La democracia surge cuando los hombres tienen en cuenta que, si son iguales en algún aspecto, lo son en todos». Bajo esta premisa, los líderes de aquella etapa supieron construir puentes en lugar de muros, priorizando la unidad en la diversidad. Esta lección es especialmente relevante en un momento como el actual, en el que ciertos discursos parecen empeñados en revivir las heridas del pasado. Por tanto, con motivo de este aniversario, debemos recordar que la democracia española no nació de la muerte natural de un dictador, sino del trabajo conjunto de hombres y mujeres comprometidos con un futuro mejor. Como afirmó el filósofo y escritor Michel de Montaigne: «La discordia engendra guerras, mientras que la concordia alimenta la paz». Hoy más que nunca, estas palabras nos invitan a celebrar no lo que nos separa, sino lo que nos une: el compromiso con el diálogo, la reconciliación y la búsqueda incansable de un bien común. La Transición española es un ejemplo de que, incluso en las circunstancias más complejas, es posible encontrar caminos hacia la concordia. Recordemos y celebremos, pues, no sólo los hechos históricos, sino también los valores que los hicieron posibles. Al igual que la buena marcha económica de España depende, en gran medida, del esfuerzo conjunto de empresas, trabajadores y ciudadanos, a pesar de marcos legislativos que no siempre son los más adecuados, el sentimiento de unidad y concordia sigue siendo una realidad compartida y ejercida por la inmensa mayoría del pueblo español. Ya no estamos anclados en los conflictos de hace 80 años, y es esencial que no se arruine esta realidad con divisiones innecesarias. Se debe proteger y fomentar esa unidad que tanto ha costado construir.