
El ambigú
Cañones o mantequilla
La solución vendrá de políticos con visión estratégica y responsabilidad histórica
En estos últimos días, asistimos a un debate inquietante sobre la defensa en Europa, marcado por la ligereza y cierta irresponsabilidad en el lenguaje empleado. Expresiones como «cañones o mantequilla», atribuida a William Jennings Bryan, o la histórica locución latina «si vis pacem, para bellum» –si quieres la paz, prepárate para la guerra– se utilizan con una frivolidad preocupante. No son meras frases hechas; reflejan una peligrosa banalización en torno a las decisiones sobre aumentar el gasto militar exigido por la UE. Este discurso viene acompañado del uso de eufemismos destinados a suavizar una realidad incómoda. Se intenta distinguir entre «defensa» y «seguridad» como si fuesen conceptos separados, cuando en realidad forman parte de una misma problemática estratégica. Este intento por maquillar la realidad evidencia la falta de una política seria, integral y transparente sobre defensa en Europa. La cuestión no es solo cuánto gastar en defensa, sino cómo y en qué invertir. La UE, sin una política común real en materia de defensa, parece incapaz de decidir estratégicamente. Podríamos encontrarnos en situaciones absurdas donde sobren tanques, pero falten portaaviones o drones. No basta con elevar presupuestos; hace falta una estrategia que supere los egoísmos nacionales. La realidad es que Europa pierde cada vez más peso en la geopolítica global porque carece de unidad en la defensa. Cada país sigue su propia agenda y sus propios intereses. Esta fragmentación provoca vulnerabilidades, resta credibilidad y limita nuestra influencia global. Además, aumentar el gasto en defensa no es una tarea sencilla. Alcanzar el objetivo del 2% del PIB recomendado por la OTAN supondría para España destinar más de 25.000 millones de euros anuales a defensa, un esfuerzo económico que requiere sacrificios y no solo la búsqueda ansiosa de más deuda. Para afrontar este desafío con garantías, España necesita un gobierno fuerte, estable y ampliamente legitimado democráticamente que pueda justificar ante los ciudadanos la necesidad y el propósito estratégico de tales sacrificios. El mundo se enfrenta a guerras que se sabrá cuando se inician, pero cuyo final y consecuencias serán extremadamente inciertos. En este contexto, las armas nucleares desempeñan un papel paradójico: son por definición disuasorias, pero a la vez potencialmente utilizables, lo que incrementa el riesgo global. Como señala Sun Tzu en «El arte de la guerra»: «La mejor victoria es vencer sin combatir». También, desde una perspectiva bíblica, es oportuno recordar: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9). La solución no vendrá de líderes oportunistas ni ventajistas que utilizan el debate sobre defensa para conseguir réditos electorales, sino de políticos con visión estratégica y responsabilidad histórica. Políticos capaces de explicar con rigor a los ciudadanos por qué es necesaria una defensa común efectiva, cómo implementarla y con qué objetivos. La Historia enseña que cuando se habla constantemente de guerra, se normaliza su posibilidad, y cuando se normaliza, la guerra, desgraciadamente, termina ocurriendo. Es urgente cambiar el tono superficial del debate por uno serio, responsable y comprometido con la construcción de una verdadera política común europea de defensa. No hay que olvidar que la guerra en Ucrania es una guerra europea en el seno de una Europa enfrentada consigo misma, porque Rusia también es Europa; las guerras mundiales siempre han comenzado en Europa. Si no se afronta un debate serio entre líderes serios, podríamos acabar lamentando que el lenguaje frívolo e irresponsable haya precedido a decisiones aún más graves; en todo caso en una democracia los problemas siempre se resuelven con más democracia y la máxima expresión de la democracia son unas elecciones. Como decía Einstein : «Una persona inteligente resuelve un problema. Una persona sabia lo evita».
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