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Rubén Amón tiene las claves para ser un buen conversador: no mentarás a Hitler ni a Errejón

El periodista publica el ensayo «Tenemos que hablar» (Espasa), donde reivindica el valor del diálogo cuando está amenazado por la tecnología, la soledad y la censura

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Colchonero. Aficionado a la ópera. Taurino. Liberal. Del Estudiantes. Contertulio. Columnista. Madrileño. Corresponsal. Motero. Y escritor. Hablamos, sí, del periodista Rubén Amón, que publica con Espasa el ensayo «Tenemos que hablar», donde reivindica la buena conversación y su poder terapéutico, amenazada en la sociedad actual por la (auto)censura, la soledad y la tecnología. El director de «La Cultureta» original nos recibe amablemente a la hora del té en su domicilio, un loft en el madrileño barrio de San Blas, equidistante de la plaza de Las Ventas y del Riyadh Air Metropolitano.
Habla del peligro de la censura y la autocensura en la conversación, pero comienza el libro invitando a no hablar de Hitler en vano, como si fuera un tabú.
Creo que hablamos de una conversación próspera donde se puede decir casi todo, yo creo, menos infamias e injurias. Pero cuando hablo de no mentar a Hitler en vano es porque es la garantía para no dar por finalizar una conversación, y yo creo que quien menciona a Hitler cuando no debe, capitula, se rinde, ya está. Me hago eco de este principio de Goldwin –cuanto más se alarga una conversación, más posibilidades hay que se hable de Hitler –, porque yo creo que ocurre clarísimamente. Una forma de dañar una conversación es incurrir en la boutade, en la analogía desproporcionada. Eso tiene dos efectos negativos: se conduce la conversación a un lugar impropio, además de que se banaliza lo que fue el nazismo. Y aplico este mismo criterio a cualquier boutade impropia; si uno quiere cargarse una conversación suelta una hipérbole extrema y la malogra.
Si la conversación idónea ha de ser espontánea, natural, improvisada, ¿por qué envararla o reglamentarla con tantos consejos como ofrece?
Yo hablo de reglas formales, cívicas; de condiciones para que prospere una conversación; tienen que ver con la sensibilidad, no con el contenido; y tienen que ver con la conciencia de que en una conversación tiene que ser tan interesante lo que se dice como lo que se escucha, y para eso creo que es bueno observar ciertas reglas de lugar, de forma y de fondo. Si yo empiezo una conversación y pongo un móvil encima de la mesa, estoy amenazándola. El requisito fundamental de una conversación es la atención: la presencia del móvil en la mesa es como una pistola, supone un factor de intimidación. Si queremos que una conversación prospere, mejor dejar el móvil en el bolsillo de la chaqueta. El móvil es un elemento negativo porque fija un principio de desatención.
Ataca y defiende a partes iguales a los tertulianos: los llama «todólogos» y «cuñados» ¿Usted se siente cómodo como tal?
Veo al tertuliano como una estilización de la tertulia del bar o del cuñado. Si es un buen comunicador y tiene conocimiento de las cosas; hay experto que no se saben explicar; y el tertuliano tiene una dimensión profesional un oficio para comentar las cosas, y también conocimiento. El problema del tertuliano es cuando se deja llevar por este vínculo casi orgánico que se tiene con ciertos partidos o ciertas ideologías. Entiendo que en una sociedad polarizada guste mucho el tertuliano polarizado, pero creo que es una obligación del tertuliano honesto, íntegro, diferenciarse de doctrinas partidistas.
La «todología» del tertuliano implica pasar de hablar del último cohete de Elon Musk, pasando por el racismo sufrido por Vinicius, a la picha de Errejón. ¿Acaso el contertulio más que un experto no es un charlatán que sólo entretiene?
Hay tertulianos que sí tienen ese perfil, charlatanes que entretienen; y hay tertulianos con más escrúpulos que un charlatán. El tertuliano está bastante al día de la actualidad, tiene recursos propios y oficio para saberse expresar. Tiene que ver con un oficio que se ajusta al aforismo de Indro Montanelli («El periodista es un océano de conocimiento con un centímtetro de profundidad»), y que admite de salida que no se puede hablar con criterio de todo, pero sí se puede hablar con capacidad para comunicar y el conocimiento suficiente para tratar ciertas cosas. El tertuliano que exagera su ámbito de conocimiento también hace el ridículo.
Le cito: «Construimos personajes. Alardeamos de una vida que no tenemos. Ligamos desde la impostura». Ya que estamos en materia, ¿qué opina, como contertulio, del caso Errejón?
Es un episodio que no tendría tanta relevancia si no fuera por la propia implicación que Errejón y su partido político han significado en nombre de la defensa del feminismo y de los recursos que han tenido para cambiar un estado de ánimo. Es un partido o movimiento cuyo eje nuclear es el feminismo y la igualdad, y quien falta a ese principio siendo portavoz, yo creo que está incurriendo en una catástrofe política de la que se tiene que responsabilizar. Yo creo que el linchamiento del que está siendo objeto es fruto del hábitat justiciero que ha creado él mismo y su partido. Tanta denuncia no probada y tanta condena a la muerte civil provienen precisamente de la cultura justiciera y asamblearia que ha practicado el propio Errejón. Es su propia receta: lo sensible que era él para juzgar o condenar por anticipado sin necesidad de pruebas, en el hervidero de las redes sociales se le ha devuelto con un sentido justiciero que a mí no me gusta: yo creo en los procesos garantistas.
El que es tertuliano y columnista como usted, ¿acaso no hace croquetas con el puchero?
Creo que la actualidad surte sufienciente género o sustancia como para a partir de la misma historia poder darle desarrollos diferentes: la columna tiene un discurso mucho más elaborado, pesado y formal que una opinión en la televisión que se ajusta a la inmediatez de un mensaje, que tiene que ser rápido y contundente. Lo que ocurre es que masticar la realidad informativa te familiariza casi orgánicamente con la actualidad misma y te facilita el trabajo. Para tratar en diferentes ámbitos y diferentes tribunas la misma historia. Pero no acusaríamos a un restaruante de que con el solomillo que le llega pueda hacer un steak tartar, cocinarlo a la plancha o una hacer una receta más elaborada. La actualidad es el género del que nos abastecemos, y la capacidad del cocinero es darle forma diferente a una misma materia prima.
Usted dijo que Vox era el partido del cuarto gintonic, ¿quién gobernaría hoy si todos votáramos después de tres pacharanes?
A la urna hay que ir con tres cafés y no con tres pacharanes. El voto es también un ejercicio de responsabilidad del que a veces sustraemos al votante precisamente porque es anónimo. Pero yo discrepo de la idea según la cual los votantes siempre aciertan y que la democracia por mucho que garantice el derecho al voto no garantiza en absoluto el acierto del votante, y creo que cuando achacamos la responsabildad a la clase política por cómo gobierna también tenemos que achacarnos responsabilidad a nosotros por cómo votamos y a quién votamos. O sea, que cuando vayamos a la urna ni un carajillo te puedes tomar.
Las mejores tertulias en nuestro país creo se han dado en las peñas (taurinas, cofrades, flamencas, carnavaleras) y regadas con vino. ¿Seguro que el alcohol no hace más interesante los diálogos?
Tiene Woody Allen esta frase que me gusta mucho: «Bebo para que los demás me parezcan interesantes». Es una boutade que tiene que ver que en dosis determinada es verdad que la deshinbición libera al interlocutor de ciertos tabús, pero yo creo que es uno de los clichés que utilizamos: esa idea de que los niños y los borrachos dicen la verdad me parece un gigantesco tópico. Dicen la sinceridad pero no la verdad. Desprovisto de esas ataduras uno igual incurre en ciertas tonterías. Bajo los efectos del alcohol se dicen frases lúcidas y muchas tonterías, también se cometen delitos: de hecho es un agravante y también un atenuante. La buen reputación del alcohol como aliado de la buena conversación es un cliché expresionista.
Uno de mis mayores miedos –como buen tímido– es quedarme a solas con alguien con quien no tenga confianza y no tener de qué hablar. ¿Por qué estos silencios son tan incómodos?
El mozo de espadas de Manolete, que lo acompañaba a todas partes, le decía «Maestro, cómo está» y el torero respondía «mejor en silencio». Yo creo que observar el silencio es una buena solución respecto a hablar sin tener nada interesante que decir. Por eso cuando menciono a Kant, que habla de que una conversación tenía que tener al menos tres interlocutores (como las gracias) y nueve (como las musas), creo que estaba precisamente ayudando a que hubiera una tercera voz para que la conversación prosperara. Ni creo que una conversación tenga que ser una asamblea ni creo que sean suficiente dos personas por el efecto que tú resaltas. Uno de los espacios más difíciles para conversar es un coche, en un viaje: siempre he pensado que ojalá tuviera el coche el botón de eyección de los cazas, para mandar a tu copiloto a la estratosfera y librarte de ciertas incomodidades. El coche puede llegar a ser un lugar muy hostil, y entiendo la incomodidad que puede darte estar con una persona mano a mano.
Escribe que hay que hablar para hablar, no hablar por hablar. También hablar de la conversación terapéutica. Me acuerdo de aquel programa de la SER.
El programa se encuadra claramente dentro de esa conversación terapeútica, de un bien social: facilitaba la exposición de causas y episodios donde los oyentes simpatizaban con la crisis de otros oyentes. Fíjate que la conversación cuando uno tiene un problema y lo puede exponer es un situación de alivio científico académico totalmente probado. Las terapias de grupo empiezan a generalizarse a partir de las experiencias de los soldados de la segunda guerra mundial, que a través de angustias similiares encuentran en el testomonio del otro y del propio una capacidad de recuperación anímica y psicológica. Nos ocurre con el confesor, con el médico: hay espacios que garantizan la privacidad donde uno se atreve a hablar de cosas de las que normalmente no se atrevería. En ese anonimato hasta una persona muy tímida, que nadie sabe quién es, puede encontrar un punto de apoyo. La palabra es sanadora.
¿Por qué no mandamos al carajo el smartphone?
Un periodista no puede prescindir del teléfono porque es una fuente de información. Te obliga a estar vinculado a redes sociales como Twitter, y no puedes permitirte renunciar, pero sí puedes permitirte un régimen de relación no enfermizo ni adictivo, que es lo que sucede habitualmente: el hecho de que el móvil se haya apropiado de tu capacidad de gestión del tiempo y de las cosas; que aceptes sin mucha resistencia una dependencia observada como una adicción. Como adultos responsables debemos ser conscientes del vínculo enfermizo que tenemos con el móvil.
¿Qué opina del fenómeno podcast?, ¿puede ser la vía de la resurrección del diálogo, de la conversación?
Es un formato atractivo y que una conversación prospere tres o cuatro horas no depende tanto del medio sino de la idoneidad de los implicados. Hay conversaciones que mueren en 10 minutos por muy interesantes que sean los personajes, y otras fluyen hasta mucho más lejos. Una reunión de eruditos no garantiza una buena conversación; pero esta idea de que la conversación no debe tener un propósito y ni siquiera un fin, y que consiste en fluir, la atmósfera de un podcast, y la responsabilidad que supone tener un micrófono delante, creo que es un camino interesante que de hecho está funcionando en muchos ámbitos, y en ámbitos de especialización cuando quieres saber cosas muy concretas.
«Tenemos que hablar» nace de una conversación, ¿dará que hablar?
No tengo pretensiones de cambiar los hábitos de la sociedad, pero el imperativo del título alude a que hay que plantearse de verdad en serio cómo queremos recuperar la herramienta evolutiva mejor que ha tenido el ser humano y que es la diferencia con todas las demás especies. La conversación es la formulación de un relato con el paso del tiempo y de los siglos. El contraste de pareceres no hace otra cosa que alimentar el ingenio, la creatividad, y que a partir de conversaciones constructivas se construyen muchas más cosas. Ser conscientes de que la conversación está amenazada, y ser consciente de que vivimos en una paradoja: la época de la hipercomunicación nos aisla; la tecnología nos ha convertido en mudos, y como en el «Ensayo sobre la cegera», de Saramago, donde toda la humanidad se queda ciega, y estamos viviendo una situación parecida en la que nos estamos quedando mudos. Podemos ser perfectamente mudos sin que nos demos cuenta de que lo somos.