Truman Capote y la habitación 705
En 1960, el autor llegó al Hotel Trías de Palamós, en la Costa Brava; allí dio forma a su célebre «A sangre fría»


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He releído estos días el soberbio y estremecedor thriller «A sangre fría», del escritor y guionista estadounidense Truman Streckfus Persons, más conocido por Truman Capote (1924-1984). La historia real del asesinato de la familia Clutter en una aldea de Kansas me conmovió ya en su día, como a los lectores de medio mundo, y encumbró a Capote como uno de los novelistas más distinguidos del siglo pasado. El inventor de un género, «la novela documental», delineada en su caso a partir de unos hechos luctuosos. Esta obra maestra se mantuvo nada menos que treinta y cinco semanas consecutivas en la sacrosanta lista de los libros más leídos de «The New York Times». Una eternidad.
Comprendí entonces, y ahora incluso con mayor motivo, el desencanto y la admiración de Jürgen Thorwald, seudónimo del escritor alemán Heinz Bongartz (1915-2006), cuando su también excelente obra «El siglo de la investigación criminal» perdió frente a «A sangre fría» el Premio Edgar Allan Poe del año 1966 en la categoría de Mejor Trabajo sobre Crimen Real. Dos gigantes literarios en dura pugna, eso sí, uno de los cuales resultó ser más fuerte que otro al final.
Pues bien, quién iba a decirme que casi sesenta años después de la publicación de «A sangre fría» me alojaría yo en el mismo hotel y habitación, la 705, que su excéntrico autor. El 26 de abril de 1960, Capote puso por primera vez los pies en el Hotel Trías de Palamós, un bello pueblo de la Costa Brava que hizo sus delicias desde el principio. En carta a uno de sus amigos se expresaba así: «Es un pueblo de pescadores y el agua es tan clara y azul como el ojo de una sirena. Me levanto temprano porque los pescadores zarpan a las cinco de la mañana y arman tanto jaleo que ni Rip Van Winkle podría dormir. Pero me va bien para trabajar, n’est ce pas? [¿no es así?]».
Aludía Capote al protagonista de un breve cuento del escritor romántico Washington Irving, un aldeano medio holandés, medio estadounidense, que se durmió en las montañas de Catskill de Nueva York y despertó solo al cabo de veinte años. La llegada del escritor con su amante Jack Dunphy, novelista y dramaturgo estadounidense como él, causó gran estupor entre los clientes del Trías en pleno régimen franquista. La «caravana» que portaban juntos –un bulldog, un caniche ciego, una gata y más de veinte maletas con sus colecciones de ropa– dejó a todos absortos. Capote se unía así a otros ilustres huéspedes, como Ava Gadner o David Niven, «culpables» de que desde entonces se conociese a la antigua fonda de María Trías como «el hotel de las estrellas». Pero lo más importante que él llevaba consigo a su llegada y que pasó inadvertido para casi todos sus clientes fueron los cuatro mil folios de su primer borrador de «A sangre fría».
Con pijama de seda
«Podar» aquella tonelada de papeles le llevaría cuatro largos años de trabajo, durante los cuales debió armarse de encomiable paciencia en medio del sufrimiento y de los sinsabores que a menudo le quitaban el sueño, obsesionado con los criminales y las víctimas de aquella horrible matanza recreada finalmente de modo magistral. En su mente irrumpían de noche los rostros de Dick Hickcock y de Perry Smith, los asesinos de la familia Clutter a quienes tuvo él también la «sangre fría» de entrevistar en la prisión de Lansing. Vivió así todo aquel tiempo en «estado de libro» sin pensar en otra cosa, y llegó a comprar incluso las transcripciones del juicio en el cual fueron condenados los asesinos a la pena capital.
De este modo, lo que empezó siendo un reportaje para «The New Yorker», la «biblia» de todas las revistas, junto a su amiga Harper Lee, autora de «Matar a un ruiseñor» con la que ganó el Premio Pulitzer, para entrevistar a los vecinos de Holcomb donde se perpetró la masacre, se convirtió en un libro de obligada lectura. Capote escribía únicamente recostado en la cama y llevaba puesto siempre el mismo «uniforme» mientras estaba en el hotel: un pijama de seda que se cambiaba habitualmente.
Uno de aquellos días se acercó al quiosco de Prensa de la calle Mayor de Palamós y dio un respingo al leer en la portada que su amiga del alma Marilyn Monroe había fallecido el día anterior. Regresó al Trías con una botella de ginebra para desahogar sus penas mientras gritaba por los pasillos fuera de sí: «¡Mi amiga ha muerto!».
Tres mudanzas
Truman Capote tomaba cada mañana un gran vaso de zumo de naranja en el hotel Trías antes de ponerse a escribir; bien es cierto que le gustaba darle el toque inconfundible con un buen chorro inspirador de vodka. Adquiría también la Prensa estadounidense en el pueblo, paseaba por la bahía y se llevaba de vuelta al hotel unas latas de aceitunas rellenas de anchoas que tanto le privaban y unos exquisitos dulces caseros de la pastelería Samsó. La peculiar situación del cliente de la habitación 705 desató finalmente el escándalo en el Hotel Trías y Capote debió mudarse con su pareja y el séquito de mascotas y equipaje a una casa de alquiler, la Millar, junto a la playa de la Catifa. Desde entonces se produjo un periplo de traslados a un chalé arrendado también en la playa Es Monestrí de Calonge, y finalmente a una casona en Cala Sanià.