Este escritor duda de las donaciones de Amancio Ortega... y tiene un motivo que quizá le convenza
En «Como dioses entre los hombres» (Ático de los libros), Guido Alfani repasa la historia de los ricos en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días
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Cuenta Guido Alfani, catedrático de Historia Económica en la Universidad de Bocconi de Milán, que «como argumentaban algunos pensadores medievales, si se les hubiera dado un acceso en apariencia ‘igualitario’ a las instituciones políticas, los superricos habrían actuado de facto ‘como dioses entre los hombres’, lo que resultaba, desde luego, indeseable.» Un argumento del que se extrae el título de su última obra, «Como dioses entre los hombres», publicada por la editorial Ático de los libros: una monumental historia de los ricos en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días.
Y es que, en aquellos tiempos, la riqueza plebeya no estaba bien vista, ni mucho menos: «Estas sociedades medievales –afirma el escritor– percibían a los ricos como pecadores movidos por la avaricia». Sin embargo, no tenían nada en contra de la transmisión hereditaria de privilegios y patrimonios de la nobleza «porque no se veía como problemática, ya que se creía que obedecía a un designio divino», comenta Alfani.
Una visión de la acumulación de caudales que, sin embargo, cambió radicalmente con la llegada de la Edad Moderna (a partir del siglo XV) cuando se le encuentra una «utilidad» a los ricos, quienes –según relata el autor– «se les atribuye por fin el papel de contribución al beneficio público mediante mejoras materiales en las ciudades y depósito de seguridad en tiempos de crisis». Una «utilidad» que responde –al menos durante el periodo referido– a la gran pregunta que sobrevuela todo el volumen de Guido Alfani: «¿Para qué sirven los ricos?»; si es que acaso hubiesen de tener alguna utilidad social o de cualquier tipo. Mas, sin embargo, el autor de «Como dioses entre los hombres» se atreve a dar una respuesta muy concreta a su vertebradora cuestión: «Los ricos y superricos tienen sentido en la medida en que contribuyen al bien común».
Pero antes de despejar si en el presente los millonarios tienen sentido, si contribuyen al bien común y de qué manera lo hacen, regresemos a esos tiempos de crisis, hambrunas y guerras referidos por el catedrático: «Son los únicos periodos en los que se tambalea o resiente la economía de los ricos o superricos». Así, asegura este, que «los momentos de menos desigualdad en el reparto de los bienes en Europa se dieron tras el azote de la Peste Negra (siglo XVI), después de la Guerra de los Treinta Años (s. XVIII) y de las dos guerras mundiales del siglo XX». Claro, que, estas situaciones extremas que antaño provocaban catástrofes inesperadas en el patrimonio de los acaudalados «dieron lugar a adaptaciones e innovaciones que hicieron a los ricos más resistentes a futuras catástrofes». La dichosa resiliencia: o que hicieron callo, vaya. Esto ha llevado a que los ricos «se inhiban en su responsabilidad social» en las crisis recientes, desde la caída de Lehman Brothers a la Guerra de Ucrania, pasando por el Covid-19.
«Los impuestos son la forma adecuada, institucional y culturalmente, de que los ricos contribuyan a la sociedad», sentencia el catedrático, tajante al respecto. Preguntado por las políticas impositivas a lo largo de la historia occidental, Alfani nos cuenta que «hemos pasado de sistemas fiscales regresivos en la Edad Media y el Renacimiento –donde quienes más aportaban a las arcas comunes proporcionalmente eran quienes menos recursos tenían– a sistemas fiscales progresivos desde fines del siglo XIX: un cambio impulsado por el aumento del gasto social».
Esta evolución impositiva no es óbice para que el autor perciba «una regresión o retroceso en la progresividad fiscal en los últimos tiempos»; algo que achaca a las medidas fiscales de los partidos de derechas de la década de los 80, liderados por Margaret Thatcher, Ronald Reagan oSilvio Berlusconi.
No confía el padre de «Como dioses entre los hombres» en el camino alternativo al de los impuestos que toman muchos superricos, como el caso de Amancio Ortega en nuestro país –el magnate de Inditex ha anunciado la ayuda de 100 millones de euros a los afectados por la DANA en Valencia a través de su fundación–: el de las donaciones. «Los ricos hoy en día hacen todo lo posible para no contribuir a la sociedad», opina. Y se explica a continuación: «El problema es que hoy llamamos a estas prácticas ‘filantropía’, que es un concepto moderno que se desarrolla a final de siglo XVIII. Esto no es ‘magnificencia’, como se decía en la Edad Moderna y final de la Edad Media y la Edad Clásica. A través de estos regalos se busca una contrapartida. Y no es lo mismo que aceptar pagar impuestos para que las instituciones democráticas distribuyan los recursos, que decidir tú directamente dónde van». «La filantropía está bien después de pagar los impuestos», remata.
A raíz de esta argumentación le planteamos al profesor el razonamiento en el que, si las donaciones a fundaciones y demás son prácticas legales, la culpa no es de los ricachones sino del Estado, que lo permite. Algo que él considera que «es legítimo» pero que «no es coherente con el contrato social, que debe ser protegido a nivel estatal». Nos preguntamos si acaso los ricos han de tener una obligación moral o social más allá de cumplir con sus deberes tributarios. «No creo que en una sociedad moderna debamos exigir a los ricos más que los impuestos que han de pagar. Todos, sin intentar evasión. Pero el problema es que la sociedad de hoy no hace contribuir cuanto lo hacía en el pasado, y no lo hace en años normales, y sobre todo no lo hace en periodos de crisis. No creo que se pueda retornar a los años 50, que haya un 65% de tasa máxima de impuestos, porque entonces habría una salida de los capitales», explica Guido Alfani.
Enlazando con la fuga de capitales o «capital flight» es casi una obligación interrogar al catedrático italiano por los paraísos fiscales, cuya influencia produce la consabida rebaja de impuestos a la riqueza. Una competencia «imposible» en palabras del autor. «El juego de los paraísos fiscales es el juego de un país muy pequeño: ¡es parasitismo!», dice. Sin embargo, aunque los estados «normales» no puedan competir con ellos, «habría una posibilidad de hacer más presión sobre estos paraísos fiscales desde la Unión Europea».
Aunque la gran amenaza, comenta el profesor, proviene de los países medianos como Irlanda u Holanda, que siguen las políticas de la fiscalidad paradisíaca para los superricos.
En otro ámbito de la economía, un fenómeno relativamente reciente es el de los millonarios fruto del petróleo, principalmente los jeques árabes de los emiratos. Pero antes de meter las manos en el oro negro, echemos una vista al pasado para ver la relación histórica entre dinero viejo y nuevos ricos: «La Edad Media fue la época dorada para la el desarrollo y consolidación de la nobleza feudal; a partir de la Edad Moderna surgen oportunidades de acumular riqueza gracias a la propia capacidad empresarial; y a comienzos del siglo XX era muy difícil introducirse en mercados y sistemas ya establecidos: lo que dio paso al enriquecimiento personal a través del mundo de las finanzas», repasa el autor de «Como dioses entre los hombres».
Pero qué hay de la compra de clubes de fútbol europeos –nos preguntamos– por parte de los jeques del petróleo; ¿acaso es un lavado de imagen? «No creo que se trate de blanqueamiento –responde el profesor– porque los superricos de estos países no tienen que justificar su dinero porque son los gobernantes. Es una forma de consumo conspicuo, ostentoso. Además, de una manera diferente, en estos países árabes hay la posibilidad de utilizar este mecenazgo para reforzar la conexión con sus súbditos».
Durante la jornada de hoy tiene ocasión las elecciones estadounidenses, en las que el pueblo norteamericano habrá de elegir entre la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump para la presidencia del gobierno de su país.
Guido Alfani dedica precisamente un capítulo de su libro a la influencia de los superricos en la política: un vínculo histórico que tuvo su auge quizás en la Florencia de Los Medici, quienes compraban el poder a través de su mecenazgo. Nos advierte el autor de que «la irrupción de Elon Musk en la campaña electoral estadounidense nos plante qué ocurre si el hombre más rico del mundo entra directamente en campaña invirtiendo decenas de millones de dólares. Está claro –asevera– que Musk no es un elector como los demás, es un superrico, y eso le convierte en un superelector».