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Reloj Turco: una joya única en el mundo que duerme en el Palacio Real (por poco tiempo)

"No habíamos visto algo así", aseguran los restauradores de una pieza doble (un reloj organizado) con trece melodías del mundo, entre ellas, un fandango; solo hay una incógnita en su historia: por qué se quedó en España si este no era su destino

Madrid Creada:

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En el siglo XVIII había un país que mandaba en el mundo de la relojería: España. Los monarcas españoles eran los clientes más habituales de la industria. Como ejemplo, el relojero Thomas Hatton llegó desde Londres para alojarse en el Palacio del Buen Retiro y ponerse al servicio de Felipe V (a cambio de 22.500 reales de vellón anuales de sueldo). Evidentemente, no fue el único: Manuel Sánchez Salazar, Fernando van Ceulen, Guillermo Poulton, Nicolás Martín de la Penna...
La tradición continuó con Fernando VI, el primer rey al que le llegan los relojes con autómatas, objetos suizos que se podían considerar un verdadero capricho. Debido a su interés por el fomento de la relojería en España, además de la manutención de la colección real, se envían a Europa (Suiza, Francia e Inglaterra) a varios artífices españoles para que estudien con los mejores maestros.
La pieza aparece documentada en La Granja, en 1804, sin saber cómo llegó hasta allí
En 1788, Carlos III aprueba la creación de la Real Fábrica de Relojería que dirigiría el presbítero Vicente Sion y que tuvo en Abraham Matthey a su maestro principal, aunque apenas tuvo recorrido. No tardó en cerrar. Sin embargo, el reinado de Carlos IV encontró en su monarca al gran coleccionista de relojes. Una afición poco corriente para la fecha. Explica Patrimonio Nacional en su web que cuando dejó España, en 1808, «se ocupó personalmente» del traslado de las piezas: «Poseía millares de pequeño tamaño y centenares de sobremesa». «Él fue quien realmente decoró todos los palacios y sitios reales con el mayor número posible de relojes franceses», explica ahora Amelia Aranda Huete.
Rodillo del órgano, donde se encuentran las trece melodías del mundoDavid Jar
La conservadora de Patrimonio recibe a este periódico en los talleres de restauración del Palacio Real de Madrid; enfrente tenemos una pieza que presenta como «muy especial». Entre los centenares de relojes registrados hay una «joya» que se escapa del control absoluto: el llamado Reloj Turco o bien Órgano del Sultán de Turquía. «Una obra maestra», celebra.
A su lado, Víctor J. Martínez y Arantxa Santolaya ultiman la puesta a punto (en el momento del reportaje, actualmente, «funciona todo y tiene presión suficiente para su correcto funcionamiento», certifican): ella se encarga de la maquinaria de este reloj que lleva la firma de Eardley Norton; él, de la pieza de un Samuel Green que dejó su nombre en uno de los tubos de plomo. Por separado, ambos mecanismos son excepcionales, pero juntos componen una rareza supina que dan todavía más valor a este «reloj organizado»: «Es un autómata musical que consiste en un reloj y en un órgano positivo en su interior», explica Martínez de esta máquina de alrededor de 1780 que sorprende por ser «muy avanzada a su tiempo». «En el último tercio del XVIII, la sofisticación técnica del momento se medía entre los relojeros y los fabricantes de instrumentos musicales –continúa–, que competían en precisión. Entonces, lo interesante aquí es que tenemos un dos en uno. Un objeto de altísima precisión. También es importante que es la primera vez que vemos el empleo del venterol para regular el tiempo y del fuelle horizontal, dos innovaciones de la época» patentadas por el señor Green, esposo, por cierto, de la hija de Norton. «Francamente, es única en el mundo porque llevamos años estudiándola y no hemos encontrado nada igual –comenta Aranda–. La singularidad, más allá de encontrar un reloj inglés, que son los mejores que se construían, está en la conjunción de las dos piezas».
Los más de 130 tubos del órgano han sido revisados y, en caso de necesitarlo, restaurados Víctor J. Martínez
Respecto al reloj en sí, Santolaya explica que lo que tiene de especial son sus «tres mecanismos interconectados»: «La primera máquina mueve el fuelle que se encarga de generar el aire que llega a las flautas; la segunda acciona el rodillo en el que van inscritas las melodías; y el reloj, que además de dar la hora en ambas esferas, controla que se disparen las melodías a lo largo de ocho días o durante treinta horas seguidas». También ha sorprendido a la relojera la peculiaridad de un mecanismo de doble «fuseés» (o caracoles) que accionan un único elemento. «No es para nada habitual. No lo habíamos visto nunca», se sorprenden Santolaya y Aranda ante una pieza de casi dos metros de altura.
Son más de dos siglos los que contemplan al reloj, pero su estado de conservación era más que aceptable. Santolaya apenas reduce su trabajo de restauración a «labores de limpieza y ajuste». «Al ser una máquina que está rodando, toda la fuerza que tiene su propia acción, su propio movimiento, le va produciendo desgaste. Entonces, eso es lo que hemos tenido que corregir. Debe rodar en paralelo para no torcerse y terminar bloqueándose», comenta de una maquinaria que mantiene sus elementos originales. Algo más de trabajo ha tenido un Víctor J. Martínez que ha reconstruido hasta siete tubos de un órgano que ocupa el 80-90% de la estructura. Son «exactamente igual a los originales», puntualiza. «La misma aleación de estaño y plomo o de madera de caoba y las mismas técnicas que se utilizaron en su origen. Es fundamental, porque, si no, cambia el sonido», sostiene el experto al tiempo que hace sonar con su boca uno de ellos. «Había uno de otra reparación más antigua que sonaba diferente. Los detalles son importantes». También el fuelle tuvo que ser reparado con casi una veintena de parches.
Se sabe que se fabricó en Londres hacia 1780 y que su destino final era Turquía por sus ornamentos
En taller, el reloj permanece «desnudo», libre de las planchas con elementos decorativos turcos e ingleses que ayudaron a datar el objeto, como esos dos oboes de amor cruzados: un ornamento «típico de la Inglaterra de 1780», señala Martínez sobre otra de las pruebas que les pusieron en la pista de este «piezón».
Pero la pregunta que persigue a estos tres expertos es por qué esta joya nunca llegó a su destino. Sus dos esferas (una tradicional y otra con motivos turcos) dan evidencia de su origen, Londres, y su destino, Turquía. «De eso no hay duda». Sin embargo, las teorías sobre por qué se quedó en la península se disparan. La conservadora destaca que, «en aquel momento, España era el cliente más habitual en cuanto a la relojería de calidad». Aunque tampoco se atreve a confirmar «que fuese un encargo» o «un regalo para un monarca español».
«Para quién se compró o a quién se regaló es lo que nos queda todavía por saber», lamentan. Las fuentes animaban a que era Carlos III su destinatario, pero Aranda Huete certifica que ni hay «ninguna documentación» que así lo acredite ni «tampoco encaja con el gusto del monarca».
Detalle de la fachada de la pieza: dos oboes de amor cruzados, habituales en la Inglaterra de 1780Víctor J. Martínez
Por su parte, el especialista en el estudio de los instrumentos musicales históricos apunta a la «teoría fácil» que ha predominado durante mucho tiempo: «Se le conoce como el Reloj Turco porque se decía que era un regalo del a embajada turca cuando vino de visita oficial», en octubre de 1787, a La Granja. Carlos III recibió en audiencia a Ahmet-Vasif Effendi, ministro embajador de la Puerta Otomana y transmisor de las voluntades del sultán Abdul Hamid I. No obstante, es una hipótesis que no se subraya al comprobar la lista de presentes de aquella cita, que «está documentada» y que no hay rastro del tesoro. «Entonces, a mí me extraña que una pieza de casi 2.000 kilos pase desapercibida cuando incluso hay pequeños “joyeritos” y otras cosas insignificantes que sí están recogidos».
Así, la primera vez que este reloj organizado aparece documentado en España es en un inventario del Palacio de la Granja de 1804. «Fue la pista de la que pudimos tirar», afirma la conservadora. «Empezamos buscando información y, realmente, lo que trae la embajada en aquel momento son piezas habituales»: instrumentos para los caballos, sillas de montar, espadas o café. Incluso quedó registrada la cantidad de café que se le entregó para consumir durante el viaje. «Está todo muy anotado y localizado. Además, una pieza de esta categoría no hubiera pasado desapercibida porque el embalaje y el transporte debió de ser de una logística importante», defiende Aranda Huete.
Por ello Martínez apunta a otra hipótesis, a la del infante don Gabriel (hijo de Carlos III), «un amante de los órganos y de los relojes». Alguien podría habérselo ofrecido; aun así, no se ha dado con esa pista en los más de cuatro años de investigación que han llevado a cabo desde Patrimonio Nacional. «No creo que lleguemos a más de lo que hemos llegado», dice el experto con cierta pena.
Arantxa Santolaya y Víctor J. Martínez minutos antes de hacer sonar por primera vez el Reloj Turco en los talleres del Palacio RealDavid Jar
Pese al enigma, tras su llegada a La Granja, es cuando se recupera el control de la pieza. Allí permaneció durante todo el siglo XIX, «hasta Alfonso XII», apuntan, cuando se traslada a Madrid, donde hay constancia que estuvo expuesto en una muestra que se organizó con objetos de procedencia inglesa cuando la reina Isabel II de Inglaterra visitó España. Luego se llevó a Aranjuez, lugar en el que ha permanecido en un almacén del que ha sido rescatado para restaurarlo y devolverlo a La Granja. Aunque ese desembarco será pasada la Semana Santa, cuando el Reloj Turco ocupará de nuevo las salas del palacio como celebración del 300 aniversario de la finalización de las obras de construcción (1724). «Lo más lógico es devolverlo a su primera ubicación».
Una vez asentado el reloj organizado, llegará de nuevo el turno de Martínez y Santolaya: «Allí es donde hay que terminar de armonizarlo». Entonces se harán sonar afinadas las trece melodías del mundo que contiene el rodillo del órgano: entre ellas, danzas inglesas y francesas, una melodía de Händel... y, de España, un fandango.