Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana: la sorprendente historia de la Orden Teutónica
La Orden Teutónica nació en un momento en el que las órdenes militares perdían su razón de ser. Sin embargo, una combinación de sucesos fortuitos les permitió reorientar el espíritu cruzado hacia nuevos escenarios


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A finales del siglo XII el proyecto cruzado daba claras muestras de agotamiento. El Reino de Jerusalén languidecía en un lento pero inevitable declive que era el preludio de una muerte anunciada. Con Saladino y sus sucesores, los Estados musulmanes habían recobrado la iniciativa. Las últimas cruzadas que los reinos cristianos habían lanzado para tratar de evitarlo, para apuntalar el dominio cristiano en el levante, habían brindado resultados muy modestos, cuando no fracasos sonados. A pesar de las continuas llamadas de los pontífices, la mayoría de los reyes cristianos trataba de eludir su obligación de acudir a Tierra Santa. Parecía a todas luces evidente que el proyecto cruzado, el afán de la cristiandad por dominar los Santos Lugares, había tocado a su fin.
Por tanto, si las cruzadas eran cosa del pasado, las órdenes militares, es decir, aquellas comunidades de monjes-guerreros que aunaban la práctica de la caridad con la actividad bélica, como la de los caballeros templarios u hospitalarios, perdían de golpe toda su razón de ser.
Y, sin embargo, fue precisamente entonces, en torno al año 1190, y durante el curso del asedio cristiano a la ciudad de Acre, cuando un grupo de mercaderes alemanes fundaron en el campamento cristiano un pequeño hospital dedicado a brindar cuidados a los combatientes. Ése sería el origen, harto humilde, de lo que años más tarde se convertiría en una de las órdenes militares más pujantes de la historia: la Orden Teutónica.
Ahora bien, si la actividad en Tierra Santa se había revelado imposible, si los Estados cruzados iban cayendo uno a uno ante el empuje de los musulmanes, ¿cómo pudo la Orden Teutónica prosperar tanto? Porque, como reza el refrán, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana.
En esa coyuntura, el gran maestre –máxima autoridad en la Orden– recibió una invitación peculiar: el rey de Hungría le ofreció un territorio en los montes Cárpatos a cambio de que lo defendieran de las incursiones de sus incómodos vecinos, los cumanos. Los freires cumplieron sobradamente su función, defendiendo la frontera con gran éxito. Ahora bien, quizá demasiado. Tanto que el rey húngaro se arredró y, temeroso de su creciente poder e influencia, decidió expulsarlos de su reino. Nuevamente se cerraba una puerta y los caballeros templarios debían reorientarse y buscar otra misión que cumplir, otro escenario.
Y fue entonces cuando, merced al apoyo del emperador alemán y otros importantes benefactores, volvió a abrirse otra “ventana”, y la orden recibió una nueva misión: la conquista de Prusia, una tarea justificada en el hecho de que sus habitantes, los prusios, practicaban el paganismo y debían, por tanto, ser cristianizados. Se abrió así una interesante posibilidad: orientar su afán cruzado no hacia Tierra Santa ni en Transilvania sino en dirección al Báltico. El resultado fue espectacular.
A lo largo de las décadas sucesivas, los caballeros teutónicos lograron someter a los prusios, y sofocar con éxito las revueltas de estos contra sus nuevos amos. Además, consiguieron extender la cristiandad por la región.
Nuevamente la suerte tendió una mano a los teutónicos cuando otra orden similar, la de los Hermanos Livonios, que actuaba en lo que hoy es Estonia y Letonia, sufrió una durísima derrota a manos de los habitantes paganos de esas regiones. El pontífice ordenó a los supervivientes integrarse en la Orden Teutónica, lo que tuvo el efecto de ampliar significativamente los territorios asignados a los teutónicos, que ya no se limitaban a Prusia sino a la práctica totalidad del Báltico.
Con el tiempo, la Orden Teutónica logró imponerse sobre este territorio creando, al tiempo, una suerte de “Estado eclesiástico” cuyo titular, el gran maestre, disfrutaba de los poderes y prerrogativas propias de cualquier príncipe o rey, llegando a emitir moneda propia incluso, y debía obediencia únicamente al pontífice.
Este periodo glorioso culminó de forma brusca a principios del siglo XV cuando se cerró una puerta que le era vital: los vecinos reinos de Polonia y Lituania se unieron en uno solo, rodeando el Estado teutónico. Además, la conversión del rey lituano al cristianismo arrebataba a la orden su mera razón de ser, que era combatir el paganismo. Poco después chocaron en una batalla que habría de ser decisiva: la de Grunwald (1410), considerada una verdadera “herida incurable” que inevitablemente dio paso a la decadencia y descomposición de la orden, que se redujo a un puñado de castillos. Por fin, en 1525, el gran maestre teutónico se convirtió al luteranismo, y lo poco que quedaba del antiguo Estado monástico se convertiría en el primer ducado protestante de Europa.

Para saber más...
- 'Los caballeros teutónicos' (Desperta ferro Antigua y Medieval n.º 88), 68 páginas, 7,50 euros.