Editorial
Reconocimiento a la ejemplaridad Real
La integridad y el honor del Rey son un faro que debe ser aprovechado con rotundidad en el ingente desafío de la recuperación que demandará un colosal compromiso nacional
Las instituciones se encuentran sometidas a un escrutinio continuado en un estado de derecho. Las sociedades no otorgan sin más el prestigio, la confianza y lo que es más arduo, el cariño y el respeto. El servicio público resulta exigente, porque debe serlo, y camina parejo a la ética y la ejemplaridad de aquellos que nos representan como pueblo. Cualquier dificultad pone a prueba a los titulares de esa dignidad, pero son los traumas, las catarsis, los que calibran si se está a la altura del escalafón que se ha alcanzado en la cúspide del Estado. Pocas, ninguna en este siglo, como la catástrofe natural de la dana que ha asolado la Comunidad Valenciana y ha embestido con dureza también otros territorios como Castilla-La Mancha o Andalucía. Llevamos tres semanas de evaluación ininterrumpida y lo que resta sobre las conductas, las respuestas, las manifestaciones, las incurias, las incompetencias, los incumplimientos, las dejaciones y los desistimientos. La clase política ha recibido la censura y el reproche casi unánime de una ciudadanía a la que las administraciones han fallado miserablemente con efectos devastadores. Ni el Gobierno de la nación ni el de la Generalitat Valenciana han hecho merecimientos a otra cosa que no sea la reprobación y el deseo popular de que todos los culpables de tanto desmán y negligencia rindan cuentas más temprano que tarde por sus flagrantes responsabilidades en la hecatombe que causó tanta muerte, destrucción y dolor. Hay formas y formas de encarar la adversidad, el drama, el duelo. Si la clase política cavó aún más profundamente su descrédito en nuestro país –ya era una de las principales preocupaciones de los españoles–, los Reyes, por el contrario, exhibieron una vez más su talla en el escenario más convulso, tenso y doloroso. Hace apenas tres semanas en Paiporta, no rehuyeron la petición de explicaciones de unos ciudadanos indignados y con mucha rabia contra las instituciones. Fue un trago amargo, absolutamente comprensible y lógico, en palabras del Rey entonces, que encajaron como parte del deber de unos soberanos a los que en ocasiones toca pisar barro y sufrir con los que sufren, algo que sus majestades nunca han rehuido, sino al contrario. Ayer cumplieron con su promesa de no dar la espalda a los españoles que lo han perdido todo y regresaron a la zona cero de la dana. En aquellas calles surcadas por la tragedia recibieron el cariño y la cercanía de las gentes que reconocieron en Don Felipe y Doña Letizia su cercanía y su cariño desde el primer minuto en estos días de pesadilla y la determinación de que así será hasta la plena recuperación de los afectados y los territorios. Este país arrastra un pesado lastre con una clase política decepcionante y desconectada de los españoles, perdida en la mezquindad del mediocre. La integridad y el honor del Rey son un faro que debe ser aprovechado con rotundidad en el ingente desafío de la recuperación que demandará un colosal compromiso nacional.