Quisicosas

No se puede decir la palabra belleza

Antonio López es el mayor pintor vivo, pero además personifica el milagro de mirarte como un niño

Las generaciones son levas de talento y torpeza; cohortes que permiten conocer a los mejores y peores del cardumen. Las generaciones son lonchas de tiempo que hacen abarcable la eternidad inabarcable. No debe darse por hecho haber coincidido con Amy Winehouse, Madre Teresa o José Hierro. Algo de su genio proviene de una época que compartimos, nunca se sabe lo que se le puede pegar a una. En el Encuentro Madrid de este año –la feria cultural que organiza Comunión y Liberación– me he topado con Antonio López, que acudía a un homenaje a Eduardo Chillida. Antonio es el mayor pintor vivo, pero además personifica el milagro de mirarte como un niño. Con plena atención, como si no existiese nada más en el planeta, como si nunca hubiese visto nada semejante. Lleva tantos años contemplando en silencio, copiando durante décadas un membrillo, un bebé, un conejo, un lavabo, que ha descubierto el secreto de Buda o Teresa de Ávila y se le han quedado ojos de infante, a sus 88 años. De su mano rozamos el sábado la generación previa, cruzando un puente hacia atrás: «Para mi generación, Chillida y Tápies eran lo más. Eran dos personajes legendarios. Eduardo era imponente en persona, invulnerable. Completamente seguro, su inseguridad era sólo ante Dios. Todo el mundo duda, los taxistas dudan, estamos huérfanos de dioses y políticas. Todos, excepto Eduardo». Y después desgranó las razones del autor del «Peine del Viento»: «No ha habido escultor mayor. Como el Partenón, como la Victoria de Samotracia. Su arte tiene bondad. En nuestra época el arte es oscuro. Eduardo Chillida cree en las cosas buenas de la vida, él decía: «Las cosas tienden a no caerse». Yo no puedo decir eso, porque no soy religioso. Las esculturas de Eduardo son hermosas, tienen belleza. Esa palabra, belleza, hoy no se puede emplear».

De la mano del hijo de Chillida, Pedro, entramos en el dormitorio de sus padres: «Mi madre dormía con antifaz, porque él la despertaba en mitad de la noche: “Pili, se me ha ocurrido...” Nacida en la soleada Filipinas, de una familia de emigrantes con dinero, nunca tuvo buen tiempo, ni una piscina delante de casa, se ponía las botas y paseaba con él bajo la lluvia. Tras la muerte de mi padre, empezó a morirse lentamente y desconectó del todo».

Hay tantas frases de este finde que me gustaría compartir con los lectores. De Eduardo Chillida, por ejemplo: «Sin el horizonte inalcanzable, yo vería el mundo muy plano». «En mi obra se materializa el asombro por lo poco que sé». «Mi obra quiere ayudar a pasar desde nuestra mínima presencia a la inmensa curvatura del horizonte». Fue el arquitecto Enrique Andreo el artífice de esta coincidencia en el tiempo y el espacio. Gracias.