Aunque moleste
La inmigración como moneda de cambio
En materia de extranjería, los planteamientos de Puigdemont superan con creces a Vox
A vueltas con el pacto ómnibus, Sánchez y Puigdemont tratan de explicar lo inexplicable. El fugitivo dice que van a controlar la inmigración en Cataluña, mientras que el monclovita sostiene que ese tema es competencia exclusiva del Estado y sólo él decidirá qué inmigrantes son expulsados. Da la impresión de que el presidente dijo «sí-a-todo» con tal de sacar adelante los decretos, pero ahora intenta recular al darse cuenta de la gravedad del compromiso contraído. Asunto delicado, pues sabemos cómo se las se las gasta el de Waterloo. Si Puchi llega a la conclusión de que Sánchez le ha toreado, la venganza del bandido no se hará esperar, y será de las que hacen época. Eso si no se amilana, porque en tanto que la amnistía no sea legal, su capacidad de maniobra es limitada.
De golpe en Europa todo el mundo se ha puesto a hablar de inmigración. La crisis en Alemania es económica, energética y derivada de la Agenda Verde, como vemos por las decenas de miles de agricultores tomando las calles de Berlín. Pero el problema de fondo es el crecimiento de la inmigración, que está dando alas a Alternativa para Alemania (AfD) a posicionarse como partido con expectativa de voto superior a socialcristianos y socialdemócratas. Con la peculiaridad de que incluso ha surgido una formación de izquierdas, la BSW comunista de Sahra Wagenknecht (esposa de Oskar Lafontaine, ex dirigente del SPD y Die Linke) que, amén de defender un acercamiento a Rusia, criticar el feminismo «queer», el lenguaje inclusivo y la ideología ambientalista, promueve un endurecimiento de la política migratoria y es contraria a la «libre circulación». Planteamientos parecidos a los que defiende en España el Frente Obrero de Roberto Vaquero, ex seguidor de Pablo Iglesias, (al que considera ahora un «posmoderno revisionista vende-obreros»), contrario a la inmigración desordenada, «que nos lleva a la islamización, la guetificación y el aumento de la criminalidad». Vaquero consiguió 50 mil votos en su estreno electoral el pasado 23-J, al que concurrió con el eslogan «Que te vote Mohamed».
Sirva lo anterior para visualizar en qué medida el debate migratorio se está radicalizando en Europa, con subidas electorales de partidos contrarios a las «fronteras abiertas», que logran buenos resultados en Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Polonia, Hungría, Francia o Italia. De ahí que no sorprenda el interés puigdemoníaco por usar la inmigración como moneda de cambio. Magrebíes, subsaharianos o pakistaníes están hoy omnipresentes en Cataluña. En su día Pujol, movido por criterios antiespañoles, promovió la entrada de trabajadores «no latinos» para frenar al castellano. Resultado: más africanos y asiáticos que en ningún otro lugar de España. Pujol no sólo era contrario a los hispanos, sino a los inmigrantes de otras regiones. En su libro «La inmigración: problema y esperanza de Cataluña», escribió que «el hombre andaluz es generalmente poco hecho, pasa hambre y vive en un estado de ignorancia cultural y espiritual. Si llegara a gobernar, destruiría Cataluña con su mentalidad paupérrima».
El supremacismo racista de Pujol es similar al de Torra y Puigdemont. De ahí que sea tan preocupante la delegación de competencias migratorias a las huestes del prófugo. No todo vale por seguir en la Moncloa. Y en materia de extranjería, los planteamientos de Puigdemont superan con creces a Vox.
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