El trípode del martes

Final de año

Es difícil evocar algún acontecimiento público digno de ser reconocido tan positivo como merecedor de formar parte del Cuadro de Honor de nuestra Historia

El año que hoy termina no ha sido para España particularmente satisfactorio o esperanzador con carácter general. Marcado por la «gota fría» hoy convertida en DANA por los teólogos y sacerdotes de la «religión climática», pródiga en dogmas de obligado cumplimiento por los censores de la «corrección política», es difícil evocar algún acontecimiento público digno de ser reconocido tan positivo como merecedor de formar parte del Cuadro de Honor de nuestra Historia. Lo que no debe extrañar cuando España carece de un gobierno digno de tal nombre y tiene instalado en la residencia oficial de la presidencia a una persona cuyo principal y único objetivo es, lisa y llanamente, mantenerse en el poder. Un ejecutivo con 22 ministerios y tres vicepresidencias para gestionar lo que anteriormente se hacía con 12 y una, respectivamente, es un ejemplo de su concepto de la austeridad, del control del gasto público, del déficit y de la deuda. Lo cual ya es sabido por cuanto para ellos el «dinero público no es de nadie». El respeto a la palabra dada por su parte, es también conocido por inexistente, al igual que con la verdad, sustituido por él como meros «cambios de opinión». De semejantes mimbres resulta empresa casi imposible esperar una labor gubernamental merecedora de ser reconocida como benéfica para el interés general de España y el bien común de los españoles. Y así acaba el año, a la espera de la visita del inquilino de la Moncloa al prófugo de la Justicia residente en Waterloo al que «se comprometió a traer a España para responder de sus actos ante la justicia». Pero ha «cambiado de opinión» y tras amnistiarle con todos los suyos, previo indulto –a quienes no se fugaron como él–, y sin arrepentimiento alguno por su parte, va a rendirle la debida pleitesía porque afirma que es un acto de «normalidad democrática». Es su concepto de la democracia, que debe ser «normalizado». Para acabar, mejor hacerlo con un canto a la esperanza, frente a este desolador escenario patrio, recurriendo a nuestro gran José María Pemán: «Conciencia tranquila y sana, es el tesoro que quiero/Nada pido y nada quiero,/para el día de mañana./ Ni voy de la gloria en pos;/ni torpe ambición me afana;/Y al nacer, cada mañana,/tan sólo le pido a Dios:/Casa limpia en que albergar;/pan tierno para comer;/un libro para leer/ y un Cristo para rezar;/el que se esfuerza y agita,/ nada encuentra que le llene,/ y el que menos necesita,/tiene más, que el que más tiene». Feliz Navidad y Año Nuevo. Para todos.