Con su permiso

La matemática de lo invisible

¿Cómo es posible que la realidad estadística se ubique, aparentemente, tan lejos de la realidad cotidiana?

Sonríen las cifras de la economía a España y su gobierno, con un crecimiento de más del 3 por ciento el pasado 24 porque en el último trimestre la cosa se aceleró y además el empleo parece tener también el músculo poderoso. Ayer mismo supimos que este año recién terminado el número de cotizantes a la Seguridad Social se puso en 21,3 millones de personas, medio millón más que en enero del 24. Lo cual está también muy bien, porque marca además tendencia: como se encargó de recalcar la ministra de Inclusión, Seguridad Social e Inmigraciones, Elma Saiz, en los últimos cuatro años se han creado 2,3 millones de puestos de trabajo.

O sea, España, o al menos su economía, va bien. Hay más trabajo y se supone que con el crecimiento llega también el bienestar global y el reparto de riqueza. O la perspectiva de cambio en ese sentido, que tampoco es poca cosa.

Pero, claro, dile tu a Aurora, que tiene al niño con 37 aún en casa porque trabaja pero no puede pagarse ni un alquiler, que la cosa va viento en popa y que tire cohetes o al menos brinde con champan o «corpinnat» por lo bien que se presenta el año.

No lo entiende. Sigue sin ver, y ahí no está sola porque la mayoría de ciudadanos y ciudadanas no formados en la ciencia económica están en la misma sintonía, eso de las cifras macro trasladado a los bolsillos micro. La economía va bien, pero la realidad de casi todas las familias españolas es que tienen a varios hijos o al padre o la madre en paro, apenas sacan para pagar el alquiler y renunciaron hace tiempo a comprarse una vivienda, y ya casi ni pueden con la cesta de la compra si se necesita aceite de oliva o carne roja, por citar alimentos que han hecho subir la inflación.

Crecen también las cifras de compraventa de pisos, hasta un 20 por ciento, y casi un 30 los créditos para vivienda. Pero la mayoría de la gente sigue sin poder tener casa propia y conseguir un crédito se convierte en una carrera para ver quién empapela mejor cada oficina.

¿Cómo es posible que la realidad estadística se ubique, aparentemente, tan lejos de la realidad cotidiana? ¿Qué se mide mal o distinto en cada una de ellas? Se malicia Aurora que la cosa tiene que ver con quién y cómo mueve la economía, y hasta se aventura a especular con la posibilidad de que esa distancia entre las cifras y los ánimos, entre la verdad de los números y la verdad de la gente, sea un reflejo de la famosa fragmentación social. O sea, que los que compran casa, los que tienen o encuentran trabajo, los que viven mejor con el crecimiento económico, sean la parte de la sociedad que ya lo tenía más fácil antes de la crisis, que se ha recuperado mejor y que ahora se encuentra en una posición de salida más favorable. Digamos que una especie de clase media o media alta que nunca lo pasó del todo mal y ahora es la que recoge la cosecha.

Y que los de abajo lo tienen cada vez peor. Por muy bien que vaya la economía siguen siendo los «paganini». Eso se llama mala distribución de la riqueza. Y que eso lo gestione un gobierno de izquierdas le parece a Aurora particularmente sangrante.

A ver, también se dice a sí misma que la cosa no tiene ninguna base científica, que es solo una idea, una mirada propia a lo que tiene alrededor. Pero le parece a ella que es la única explicación para que la distancia entre el papel y la calle sea tan enorme y aparentemente irresoluble. Porque a día de hoy ni su hijo ni los compañeros que apenas ganan mil euritos a sus treintaytantos largos, tienen para independizarse y mucho menos sacar adelante una familia.

Algo desafina para que esta semana de comienzo del año y de semi euforia gubernamental por lo bien que pinta la cosa de la economía, no sólo Aurora vea mal las cosas, sino que salgan encuestas que vienen a reforzar esa idea de que el personal no está precisamente contento por mucho que le vendan o prometan. La última que ha leído, realizada por una de esas empresas de métricas sociales, viene a concluir que el 70 por ciento de los españoles cree que la democracia es peor, menos libre y, sobre todo, con menos igualdad que hace un cuarto de siglo. O sea, que hemos ido a peor desde el año 2000. Bajando un poco más a la tierra de las preocupaciones cotidianas, la encuesta precisa que casi todos los españoles, más del 90 por ciento, cree que el acceso a la vivienda ha empeorado y casi el 80 que es peor la Educación.

Todo son estadísticas. Todo son cifras que se calculan y se interpretan. O sea, todo o casi todo, vale. Como las audiencias de la radio: todos ganan aunque sea imposible.

Pero de las dos verdades, la que le cuentan las cifras y la que vive cada día, Aurora no tiene más remedio que quedarse con la segunda. Con la verdad, son su verdad. Y lo otro, números y papeles, argumentos para la política de una matemática que para ella sigue siendo invisible.

La matemática de lo invisible
La matemática de lo invisibleIlustraciónPlatón