José María Marco
El final de La Movida
En 1984, como es bien sabido, el alcalde Enrique Tierno Galván animó a los madrileños «a colocarse». Eran los años en los que la cocaína y el sida empezaban a hacer estragos en España, y muy en particular en Madrid, pero aquello no restó popularidad al «viejo profesor», al contrario. La frase revelaba el cinismo del personaje, bien expuesto después en un libro de César Alonso de los Ríos. Aún peor era la posición política que revelaba. Desde entonces, los ayuntamientos españoles, y muy en particular el madrileño –sea cual sea su color político–, han abrazado con gusto el fomento de un estilo de vida aparentemente relajado y vitalista... que es el que ha terminado con la trágica muerte de cinco jóvenes (no niñas, como se dice) en un recinto municipal.
Se insiste una y otra vez en que el Ayuntamiento, es decir las administraciones públicas, están en la obligación de garantizar la seguridad de las personas que acuden a estos actos. No es cierto, o no lo es del todo. La obligación del Ayuntamiento y del resto de las administraciones públicas es impedir que ese tipo de actos se celebren. Y es deber suyo impedirlo en el ámbito privado y con más razón aún, en recintos públicos, dependientes de las propias administraciones. La tragedia del Madrid Arena tiene, inevitablemente, una dimensión política. Lo fundamental, sin embargo, es comprender la raíz del problema, raíz podrida que contamina todo lo que toca, hasta las más altas instancias de la Administración municipal.
La relajación demagógica de las políticas municipales ha llevado a que los ayuntamientos, dotados de medios exorbitantes, sean incapaces de atajar prácticas tan degradantes como la de «hacer botellón». Incluso se han fomentado, como si de una atracción turística se tratara. Lo mismo con las macrofiestas, a las que es bien sabido que la gente acude para lo que el alcalde Tierno Galván preconizaba. Las consecuencias son conductas inhumanas, bestiales, y tragedias como las de la Casa de Campo. Esa misma relajación ha llevado a funcionarios y a políticos a adoptar, como si fueran ejemplares, formas de vida que los conectan, supuestamente, con la inconsciencia generalizada. Es muy divertido, hasta que deja de serlo.
Es posible que el caso Madrid Arena tenga consecuencias políticas más serias. Es posible que afecte incluso a las aspiraciones olímpicas de Madrid. Casi todo se podría dar por bueno si los hechos contribuyeran a devolver el sentido común y una cierta conciencia de la dignidad del cargo que ocupan a los responsables públicos.
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