Cargando...

Medio Ambiente

La guerra del aceite

Sabido es que, aunque las cosas estén mal, todo puede empeorar. Hasta niveles insospechados. El mayor productor de aceite de girasol del mundo es Ucrania. En lo que se refiere al aceite de oliva, España. Y con relación al de palma, Indonesia. Ya sabemos qué está ocurriendo con el de girasol. La guerra ha disparado su escasez en todo el mundo, y hoy ya es habitual ver este producto racionado. Al disminuir su consumo, automáticamente aumenta la demanda del de oliva. Por fortuna, cabría decir, pues nuestro derivado de la aceituna es inmejorable desde el punto de vista de la salud. El problema es que al subir la demanda, con una oferta limitada, los precios se disparan. Es lo que ha ocurrido en nuestro país, donde la suma de diferentes elementos, tales como mayores peticiones más el incremento de costes de producción, ha hecho que el precio del oro verde se dispare en más de un 33% respecto de 2021.

El aumento de la demanda ya está explicado, pero ¿y los mayores costes de producción? También, por razones evidentes: 1) el precio de la energía, por las nubes; 2) el de la mano de obra, por la escasez contrastada de falta de personal para la recolección, manipulación y distribución; y 3), porque se han disparado también los precios de los fertilizantes, al ser Ucrania el mayor productor mundial.

En tercer lugar, tenemos el asunto no menor del aceite de palma, mundialmente desprestigiado pero fundamental tanto para la industria alimentaria como los biocombustibles. Indonesia es el mayor productor global.

Su gobierno ha decretado el veto a la exportación, una medida drástica que atizará aún más la creciente inflación alimentaria. La interrupción de los envíos del oleaginoso palmero disparará los costes de alimentos envasados en todo el mundo, y forzará a los gobiernos a elegir entre utilizar aceites vegetales en los alimentos o en los biocombustibles, lo que puede poner contra las cuerdas la viabilidad de miles de empresas y millones de empleos.

Algunos dicen: bien, pero casi mejor porque el aceite de palma es nefasto para la salud, como el de coco, por sus grasas saturadas, que elevan el colesterol con consecuencias indeseables para sistema cardiovascular. Algo que es verdad pero solo en la medida en que se usa de forma hidrogenada, calentados y recalentados de manera que pierden todas sus propiedades saludables y aumentan las ruines. Pero la verdad es que tanto el aceite de palma como el de coco, consumidos en versión «virgen», son excelentes, por ser el primero fuente natural de betacarotenos, vitamina A (15 veces más que la zanahoria) y antioxidantes para el cerebro y el corazón (vitamina E en forma de tocotrienoles). Pero tiene que ser virgen. Igual que el de coco, que aumenta las defensas, mejora la circulación, sube el colesterol HDL bueno y es antivírico y antimicrobiano, como consecuencia de su abundancia en ácido láurico. La clave está en que sea de primera presión en frío, sin que intervenga ningún proceso químico. Igual que el de oliva o el de girasol, por cierto.

Los aceites en sus versiones «virgen» tienen grandes cualidades. Pero esa es otra historia. El problema hoy es el de la escasez mundial de aceite, generalmente ultraprocesados.