Kazajistán

Putin y su criminal amigo kazajo

«Ahora tenemos una nueva Guerra Fría de características diferentes, pero mucho más peligrosa»

Un gran error que provocó la caída del Muro de Berlín y el final de la Unión Soviética fue pensar que las democracias habían conseguido ganar la Guerra Fría. Lo que ha sucedido desde entonces demuestra que el comunismo se limitó a adaptarse a una nueva realidad. Putin era y es un hombre del aparato soviético. Un oficial de la KGB convertido en el todopoderoso autócrata de Rusia. Un déspota que se educó en el horror del comunismo y ha sabido, efectivamente, aprovecharse de un escenario que favorece su soberbia y egolatría. Lo único que le importa es el poder y que Rusia siga siendo una de las grandes potencias mundiales. Es verdad que el sistema de dominio soviético, consagrado tras la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de los errores cometidos por Estados Unidos en las conferencias aliadas, pereció con la descomposición de la URSS. El auténtico ganador había sido Stalin, que sometió a los países que se encontraban en su zona de influencia a unas brutales dictaduras. El acceso de Putin al poder significó la victoria del aparato y el deseo de volver a los viejos tiempos.

Ahora tenemos una nueva Guerra Fría de características diferentes, pero mucho más peligrosa gracias a la decadencia de Estados Unidos que se ha visto agravada con la presidencia del incompetente Biden. La China comunista es la otra gran potencia mundial. Al igual que Rusia hace lo que le da la gana sin importarle las consecuencias, porque sabe que ni estadounidenses ni europeos son capaces de impedir sus actos. Lo que sucede en Kazajistán es aterrador, porque estamos ante una muestra de la brutal capacidad criminal de una dictadura. Su presidente ha ordenado disparar a matar «sin previo aviso» a los manifestantes y Putin le ha apoyado enviando tropas de auxilio. Esta muestra del despotismo de ambos dictadores recuerda lo que sucedió con la Alemania nazi o la Unión Soviética en el período de entreguerras, así como la cobardía de las democracias a la hora de responder a las provocaciones y los atentados contra los derechos humanos y las libertades públicas. Tras la agresión contra Ucrania, Putin y sus aliados saben que pueden actuar con absoluta impunidad mientras las calles se tiñen de sangre.