Tensión en Asia

Xi Jinping entierra el hacha de guerra en Taiwán, pero la isla no se fía

El presidente chino aleja la posibilidad de una invasión de la isla, pero Taipéi acelera los preparativos de su defensa

Taichung (Taiwan), 23/11/2023.- A handout photo made available by the Office of the President shows Taiwan's President Tsai Ing-wen (back C) watching a demonstration by compulsory servicemen at a military camp in Taichung, Taiwan, 23 November 2023. The Taiwanese President announced in December 2022 that Taiwan will extend its compulsory military service from four months to a year, starting in 2024. EFE/EPA/TAIWAN OFFICE OF THE PRESIDENT / HANDOUT HANDOUT EDITORIAL USE ONLY/NO SALES HANDOUT ED...
El presidente de Taiwán, Tsai Ing Wen, asiste a unos ejercicios militaresTAIWAN OFFICE OF THE PRESIDENT /Agencia EFE

Más de 30.000 cámaras registran lo que sucede en cada esquina de Taipéi. Es imposible esquivarlas. El régimen de vigilancia convierte a la capital de Taiwán, hogar de más de dos millones y medio de personas, en una de las ciudades más seguras del mundo. Ocupa los primeros puestos de los rankings turísticos internacionales por detrás de megaurbes asiáticas como Tokio o Singapur, donde proliferan las herramientas tecnológicas de seguimiento y control. En Taipéi, sin embargo, aparece cada escasos metros un cartel que señaliza la existencia de un refugio antiaéreo. Están pegados en cada portal de edificios, en cada estación de metro. Funcionan a modo de recordatorio. Pese a los bajos índices de criminalidad, Taipéi es una ciudad bajo amenaza. Pero pocos parecen prestar atención. La Agencia Nacional de Policía de Taiwán cifra en 89.405 el número de búnkeres repartidos por toda la isla, considerada por China una provincia «rebelde» cuyo control quiere recuperar por medios políticos, sin descartar el uso de la fuerza.

«Ya es algo con lo que hemos aprendido a vivir», explica con naturalidad Fiona Yao mientras hace recados en la calle Fuxing, una de las arterias de la capital. Esta treintañera, natural de Taipéi, ha crecido como muchos otros taiwaneses en un ambiente marcado por las tensiones con China. La cotidianidad diluye el miedo, lo relega a un segundo plano. La gente de a pie vive más preocupada por la cesta de la compra o los precios del alquiler, cada vez menos accesibles. ¿Qué sucedería en caso de invasión? Yao imagina que todo aquel que cuente con recursos económicos abandonaría el país. Ella, por ejemplo, planea reunirse con una de sus hermanas en Australia. Chen-En Sung, sin embargo, cree que la gente es consciente de lo que está en juego y «está preparada» para luchar. «Saben que hay que pagar un precio para mantener su estilo de vida», insiste el vicepresidente del think tank The Prospect Foundation. Respalda su argumento citando una encuesta de la Universidad Nacional Chengchi publicada a finales del pasado año, según la cual más del 70% de los 1.300 encuestados defenderían la autonomía de la isla.

Pero Xi Jinping tiene otros planes. El presidente chino quiere apuntalar su legado con la «reunificación» de Taiwán. Sung sostiene que «la mayoría no quiere vivir bajo el Gobierno chino, pero Xi tiene la presión de controlar Taiwán durante su mandato». Es su gran obsesión, y quiso recordárselo a Joe Biden en su último encuentro en los márgenes del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), celebrado la pasada semana en San Francisco. Reunidos con sus respectivos equipos de gobierno durante más de cuatro horas en la lujosa finca Fioli, Xi describió el dosier de Taiwán como «la cuestión más importante y potencialmente peligrosa» en las relaciones entre Washington y Pekín, y pidió a Biden que dejara de armar a la isla.

En agosto de 2022, en uno de los peores momentos en las relaciones sino-estadounidenses en décadas tras la visita sorpresa a Taipéi de la entonces speakerNancy Pelosi, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó por primera vez un paquete de ayuda militar para Taiwán. El Gobierno federal recibió luz verde del Congreso para destinar hasta 2.000 millones de dólares anuales en subvenciones con el fin de reforzar las defensas de la isla entre 2023 y 2027. Era una declaración de intenciones. Un mensaje nítido que resonó en Pekín, cuyo Ejército había respondido a la «provocación» de Pelosi con la puesta en marcha de los mayores ejercicios militares de su historia por tierra, mar y aire, y con fuego real, alrededor de la isla. Las incursiones marítimas a través del Estrecho de Taiwán, el lanzamiento de misiles y las violaciones de su espacio aéreo se convirtieron a partir de ese momento en una constante.

El golpe de efecto en Washington venía a blindar la posición de Biden, que meses atrás había respondido «sí» al ser preguntado si Estados Unidos defendería a Taiwán en caso de ataque. «Ese es el compromiso que asumimos», advirtió en una rueda de prensa conjunta con el primer ministro japonés, Fumio Kishida. El vicepresidente de The Prospect Foundation no tiene claro de qué forma se materializaría ese apoyo. «No sabemos si están dispuestos a desplegar a soldados sobre el terreno para la defensa de Taiwán», señala. Biden esconde sus cartas, mantiene la ambigüedad estratégica de la que antes hicieron gala sus predecesores.

Ahora Xi quiere enterrar el hacha de guerra, calmar las aguas en un contexto internacional revuelto por los conflictos armados en Ucrania y Gaza, y por la militarización a marchas forzadas del Mar del Sur de China. Los dos viejos conocidos desde su época como vicepresidentes acordaron en San Francisco reabrir los canales de comunicación entre ejércitos, cerrados a cal y canto desde la citada visita de Pelosi. Una señal tranquilizadora que ponía en marcha la dinámica de distensión. Solo un cambio repentino en el statu quo de la isla puede alterar este proceso, esto es, una eventual declaración formal de independencia de China por parte del Gobierno taiwanés. Escenario que, hoy por hoy, parece remoto.

Jyh-horng Jan quita hierro al asunto. El viceministro taiwanés del Consejo de Asuntos para la China continental respondió a las preguntas de una delegación de medios internacionales, entre ellos LA RAZÓN, en una visita organizada por el Ministerio de Exteriores de Taiwán semanas previas a la cumbre de alto nivel en San Francisco. «No creo que vivamos el peor momento en las relaciones con Pekín, el peor fue en 1996», recordaba este oficial de pelo blanco y escaso con tres décadas de experiencia. Aludía a la Tercera Crisis del Estrecho, en la que el Ejército Popular de Liberación (EPL) realizó una prueba de misiles en torno a la isla a modo de advertencia sobre el rumbo que estaba tomando la Administración del entonces presidente Lee Teng-hui, proclive a dialogar con Washington. Una represalia similar a la aplicada tras la visita de Pelosi.

«Las tácticas en los últimos 30 años han sido las mismas», destacaba Jan. Aunque hay en realidad diferencias sustanciales. Las simulaciones de guerra chinas han batido récords de tamaño, duración e intensidad. Y no han cesado. En esta línea, el número dos del Consejo de Asuntos para la China continental denunciaba la vertiginosa militarización de Pekín, que ha incrementado su presupuesto de Defensa un 7% en el último año, reforzando especialmente su fuerza marítima. Jan advertía: «No están llevando a cabo esa proliferación armamentística para nada, piensan utilizarla [en Taiwán y en el Mar del Sur de China]».

El viceministro de Exteriores, Roy Lee, se mostraba un poco más optimista. «En los próximos meses hay cero probabilidades [de que China ataque]», vaticinaba el diplomático, que acumula poco más de nueve meses de experiencia en el cargo. No obstante, Lee consideraba que «en los próximos cuatro años, [esa probabilidad] superará el 4 en una escala del 1 al 10» con motivo del 100 aniversario «de la victoria del comunismo en China». El 2027 está marcado en rojo en el calendario. La inteligencia estadounidense filtró hace unos meses que Xi Jinping planeaba iniciar para entonces una operación militar sobre la isla. En San Francisco, el líder chino descartó este escenario, pero matizó que «China acabará reunificándose y lo hará inevitablemente», recogía la agencia estatal de noticias Xinhua.

Joseph Wu recibió a este periódico esa misma semana en una sala señorial del Ministerio de Exteriores, ubicado en el céntrico distrito de Zhongzheng. Dos grandes banderas de Taiwán presidían la sala. El jefe de la diplomacia taiwanesa, el ministro mejor valorado del Gobierno que preside Tsai-Ing wen, dijo no ver la guerra «ni inminente ni inevitable». Aunque dejó claro que Pekín pretende «aplastar al enemigo sin usar la fuerza». En cualquier caso, Wu se mostró «abierto a cualquier diálogo y negociación con China, pero con una serie de condiciones».

Es un equilibrio complicado, más aún si se tiene en cuenta la dificultad añadida de «entender el proceso de toma de decisiones en Pekín desde fuera», en palabras del titular de Exteriores. Otros miembros del Gobierno y figuras de la academia parecían tener una visión más nítida del liderazgo de Xi Jinping. «Él manda; el resto ejecuta», subrayaba Jyh-horng Jan. Para Kuo Yu-Jen, presidente del Instituto de Estudios de China y Asia-Pacífico en la Universidad Sun Yat-sen de Taiwán, la deriva autocrática es evidente: «El Partido Comunista Chino (PCCh) pertenece a un solo hombre, que es Xi Jinping». El líder chino monopoliza hoy la toma de decisiones, sin embargo, Jyh-horng Jan cree que «es consciente de la opinión de la comunidad internacional» y que «ha tomado nota de las sanciones interpuestas a [Vladimir] Putin por invadir Ucrania». Está encorsetado por las circunstancias. Kuo, por su parte, ponía el foco en la escasa confianza de Xi en sus generales. Buena muestra de ello han sido las purgas recientes en la cúpula del Ejército. Xi reemplazó en agosto a dos comandantes de la Fuerza de Cohetes, el cuerpo que custodia el arsenal nuclear chino, y cesó en octubre a su ministro de Defensa, Li Shangfu, que llevaba meses en paradero desconocido. Esta dosis de caos e imprevisibilidad aleja la posibilidad de una invasión.

Lecciones aprendidas de Ucrania

Taiwán, sin embargo, no se confía. Por eso acelera los preparativos de su defensa siendo plenamente consciente de su inferioridad. En perspectiva, el presupuesto militar de China es veinte veces mayor que el de Taiwán y sus Fuerzas Armadas son diez veces más grandes. «En la última década, su presupuesto de Defensa ha aumentado hasta en 13 ocasiones y su Ejército ha mejorado todas sus áreas. No podemos competir de manera simétrica», admitía Kuo.

El Ministerio de Defensa taiwanés busca alternativas mientras pide asesoramiento a Estados Unidos para preparar una guerra asimétrica. «Necesitamos que todo el mundo en Taiwán esté entrenado», explicaba el ministro Wu en rueda de prensa. Con este objetivo en mente, su Gobierno aprobó una ley que extendía el servicio militar obligatorio de cuatro meses a un año. La reforma, que genera rechazo en el 70% de la población, entrará en vigor a partir de 2024. «Los jóvenes lo odian», reconoce Albert Shihyi Chiu, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Tunghai. «Cerca de 80.000 se unen cada año a las Fuerzas Armadas de Taiwán para hacer el servicio militar. La medida busca reforzar la protección de las infraestructuras clave y aumentar nuestras fuerzas en la reserva», apunta Kuo. No es solo una reforma cuantitativa, sino también cualitativa, explica Shihyi Chiu. El nuevo sistema está inspirado en el modelo de las Fuerzas de Defensa israelíes.

A la espera de apuntalar un Ejército sólido, una tarea que puede verse dilatada en el tiempo, Taiwán confía su defensa a tres elementos de disuasión claves: la diplomacia, el respaldo político y militar de Estados Unidos y, por último, la economía. Este último punto es determinante. Taiwán es la economía número 21 del mundo por tamaño de PIB. El país asiático opera además como «el centro neurálgico de los semiconductores», en palabras de Joseph Wu. La isla fabrica más del 60% de los semiconductores en circulación a nivel mundial; materiales que alimentan desde teléfonos móviles hasta misiles, y que China, como el resto del planeta, necesita. Taiwán produce incluso el 90% de los más avanzados, los semiconductores de última generación. Un factor que hace indicar que las consecuencias económicas de la invasión de la isla serían más devastadoras que las ocasionadas por la guerra de Rusia en Ucrania. El ministro de Exteriores define a esta industria como su «columna vertebral»: «Será difícil para cualquier país replicar lo que ha hecho Taiwán en los últimos 40 años».

La respuesta de Ucrania a la invasión rusa ha servido de inspiración en la isla. «Taiwán y Ucrania están en posiciones parecidas, ambos hacen frente a una fuerza militar superior», señala Chen-En Sung. Shihyi Chiu enmarca sus posiciones dentro de la «lucha en defensa de la democracia» a escala global, y destaca la estrategia de comunicación del presidente ucraniano Volodimir Zelenski. El viceministro Lee, por su parte, dice haber aprendido de la guerra de Ucrania que «el tamaño militar no importa».

Desde el plano estratégico, Taiwán no es Ucrania. Taiwán es una isla en la que el 70% del territorio es montañoso y los ataques anfibios desde el Estrecho serían complicados dada la cercanía entre costas, señalan los expertos. La distancia de separación media es de 180 kilómetros. Sin embargo, China también ha tomado nota, especialmente en el capítulo de las sanciones occidentales a Rusia. Lee cree que la enseñanza principal que extrae Pekín es que «tiene que poner todos sus recursos para ganar pronto la guerra».

Hacia unas elecciones decisivas

«La guerra de Ucrania ha hecho que la comunidad internacional preste atención al Estrecho de Taiwán para promover la paz e intentar mantener el statu quo actual», indicaba a LA RAZÓN el viceministro del Consejo de Asuntos para la China continental. Pero el escenario puede cambiar por completo en cuestión de semanas. Taiwán celebra elecciones presidenciales y legislativas el próximo 13 de enero en unos comicios que pueden alterar el equilibrio de poder en la isla, que se reparten el Partido Democrático Progresista (PDP) de la actual presidenta Tsai Ing-wen, en principio favorable a la independencia de Taiwán, y el nacionalista Kuomintang (KMT), que gobernó durante décadas en un régimen de partido único en contraposición a las autoridades comunistas de la China continental y que, paradójicamente, se sitúa hoy en la órbita de Pekín.

Aunque son tres los candidatos que parten con opciones de alcanzar la presidencia. Por un lado, el vicepresidente y aspirante del oficialista PDP, William Lai, ligeramente favorito en las encuestas. Y, por otro, los candidatos del KMT y del Partido Popular de Taiwán (PPT), Hou Yu-ih y Ko Wen-je, respectivamente, que fracasaron de forma estrepitosa a la hora de formar una candidatura conjunta con la que tener opciones de desbancar a Lai.

En cuarta posición, casi sin chances, se colocaba hasta hace apenas unos días el magnate Terry Gou, fundador y exdirectivo de la gigante tecnológica Foxconn, con fuertes intereses en China, que acabó finalmente retirando su candidatura por segunda vez tras haber invertido cientos de miles de dólares en su campaña electoral. Sus carteles, como las cámaras de seguridad, estaban repartidos por todo Taipéi.

El PDP define los comicios como una elección entre «democracia» versus «autoritarismo». Mientras, el KMT asegura que los taiwaneses escogen en las urnas las opciones de «paz» o «guerra». Un marco que coincide precisamente con la óptica de Pekín. Aunque fuentes del gobernante PDP trasladan a este periódico que sea cual sea el resultado es improbable que cambien las relaciones con la China continental. «Al comienzo de la campaña había candidatos que proponían diferentes aproximaciones, pero conforme han ido avanzando las semanas, las posiciones han tendido a homogeneizarse», explican. «La política en el Estrecho de Taiwán es estable. En los siete últimos años, la gente ha apoyado mayoritariamente las propuestas de la presidenta Tsai. El resto de los candidatos no tienen casi experiencia en la gestión de las relaciones con la China continental».