Materias primas
El oro en África (III): una herramienta útil para la violencia y el desarrollo
Con la caída del colonialismo, nuevas naciones y viejos conocidos se han aprovechado del comercio del oro en África, hasta que la mejor herramienta para el desarrollo se ha convertido en un arma letal
“Los franceses quieren nuestro oro”. Esta corta frase dicha por Abdoulaye mientras sorbe su vasito de café en Bamako (Mali), sentado y sin empleo, ajeno al trajín de la calle, podrían haberla dicho sus antepasados a lo largo de las últimas seis o siete generaciones. Pero los matices que siguen a esta acusación quienes consiguen situarnos en el contexto histórico actual, al asegurar el maliense que “los franceses venden armas a los yihadistas del Sahel para crear la desestabilidad necesaria para llevarse el oro”. Y, como él, piensan millones de africanos que mantienen en el recuerdo los tortuosos años del colonialismo, cuando los franceses tomaban el oro y les gobernaban como único pago.
Y tampoco les falta razón para molestarse cuando se considera que Francia, que no posee minas de oro en su territorio, guarda la cuarta mayor reserva de oro mundial; mientras Mali, nación conocida por sus minas, apenas si cuenta con el preciado metal en sus arcas.
El oro africano que fue motivo de riquezas y de gloria en los tiempos previos al colonialismo se ha convertido desde las independencias en un grave motivo de sufrimiento entre los pobladores africanos, ya sea de la mano de influencias externas o por propia iniciativa de sus gobernantes y hombres de negocios. Al menos cuatro de los conflictos actuales en África (Mali, Burkina Faso, Sudán y República Democrática del Congo) deben al oro una generosa parte de la violencia que nace de su brillo.
El oro para financiar la yihad
Mali y Burkina Faso viven hoy inmersos en un prolongado conflicto contra el yihadismo que afecta a millones de sus habitantes (sólo en Burkina Faso, el 40% de su territorio se encuentra en manos yihadistas). Entre los métodos de financiación de los yihadistas entran el cobro de impuestos de las zonas ocupadas, el tráfico de drogas, de cigarrillos y de personas, el secuestro… y la extracción de oro de minas artesanales ocupadas por las AK-47 de los diferentes grupos en acción. El especialista en alertas tempranas de la UNDP, José Luengo-Cabrera, publicó recientemente un mapa donde aparecían señaladas las áreas burkinesas que han sufrido ataques terroristas entre enero de 2017 y abril de 2023, y, en lo que respecta al norte y este del país, puede apreciarse claramente la relación que existe entre unas y otras.
Los yihadistas burkineses buscan en definitiva controlar estas minas artesanales y de una pureza relativa, para así cobrar un impuesto de extracción a los mineros y engrosar sus arcas, aunque sea de forma indirecta, gracias a los beneficios que reportará el oro una vez vendido a Suiza y la India.
Esto tampoco significa que no haya en el Sahel minas de mayor envergadura en posesión de grandes multinacionales extranjeras, protegidas tanto por elementos de seguridad privada como por las fuerzas estatales. Dichas minas sacan cada año cantidades de oro que rondan entre los 200 y los 600 millones de euros a precio de mercado, donde se ha vuelto una costumbre conceder un 20% de la propiedad de la mina al Estado (ya sea maliense o burkinés). Un caso conocido entre la colaboración de las mineras y el Estado podría encontrarse en la mina de Komana, al sur de Mali, donde tres jóvenes fueron asesinados por los gendarmes malienses durante una jornada de protestas en 2018.
El motivo de su muerte: los jóvenes pertenecían a la vecina localidad de Bougoudale, y protestaban porque la minera británica Hummingbird Resources prometió a los ancianos del pueblo que construirían un hospital y una escuela a cambio de sus tierras, hospital y escuela que nunca construyeron, y prometieron formar y ofrecer trabajo a la población local, formaciones y ofertas que tampoco llegaron. Protestaban contra la mina y les asesinó el Estado.
Historias que se repiten
Los abusos contra la población africana comenzaron con la colonización y prosiguen todavía hoy. La única diferencia podría encontrarse en que, ahora, lejos de ser los europeos los únicos socios, las naciones asiáticas y norteamericanas también participan en el juego, o incluso otros países africanos. Tal caso podría encontrarse en el este de República Democrática del Congo, tierra fértil en cobre, coltán y oro, y donde soldados de hasta 66 países patrullan las aldeas. En torno a 130 grupos armados locales, algunos de ellos financiados por potencias extranjeras (como es el caso del M23 y Ruanda) también matan para llevarse su parte de la tajada.
Para que pueda comprenderse el funcionamiento del Congo en cuanto a la extracción de minerales, quizás baste con saber que el despliegue de cascos azules chinos se sitúa en torno a la mina de Twangiza, cuya extracción del oro corre a cargo de la minera de origen chino Shomka Resources. O que los soldados kenianos integrados en la misión de la CAO (Comunidad de África Oriental) para la estabilización del Congo se encuentran estacionados en las zonas de extracción de oro y cobre próximas a Kibumba, en el territorio de Mwenga, que son operadas por la Kamituga Mining Company… cuya sede se encuentra en Nairobi (Kenia).
Otro dato interesante vendría al comprobar que Ruanda, país vecino del Congo y financiador del grupo guerrillero M23, debe un 23% de sus exportaciones al oro, mientras no cuenta en su territorio nacional con una sola mina de la que extraerlo. Entrevistas hechas por este periodista a contrabandistas de oro y de coltán en la frontera congoleña mostraron un cómodo tipo de contrabando y venta a Emiratos Árabes Unidos donde,en palabras de uno de estos traficantes, “el mayor peligro es que nos caiga un árbol encima”.
En entregas anteriores sobre el oro en África se explicó la participación de los países árabes en su comercio durante los siglos anteriores al colonialismo, y cómo fue Europa quien usurpó este puesto aprovechando la decadencia del mundo árabe durante los siglos XVIII y XIX. Esto ha cambiado en las últimas décadas; y llega de nuevo el brillo dorado a los puertos árabes, tanto siglos después de la interrupción descrita. Sólo en 2021, Emiratos Árabes Unidos importó desde África una cantidad de oro valorada en más de 26.000 millones de dólares (una cifra superior al PIB de 82 países), donde Mali, Zimbabue y Sudán se posicionan como los mayores socios en esta materia.
Entre las operaciones que relacionan a Emiratos Árabes Unidos con el comercio de oro, en los últimos meses ha sido noticia su posible implicación en el actual conflicto de Sudán. Pese a que los motivos que impulsaron la guerra en curso sobrepasan el plano económico, se conoce que la pugna entre los árabes y Rusia para hacerse con la mayor cantidad del metal es uno de los aspectos más internacionalizados del conflicto. La CNN publicó en 2022 un reportaje donde se probaba que Yevgueni Prigozhin, el líder del Grupo Wagner, había fletado hasta 16 aviones cargados de oro sudanés no declarado en dirección a Rusia.
Una herramienta para el desarrollo
Pero no todo es negativo. Dentro de este amalgama de violaciones de derechos humanos y dolor ocasionado por el oro, el sur de África ha conseguido gestionar su enorme riqueza de manera que, quitando las mordidas a políticos o el despilfarro ocasional, contribuye en gran medida al crecimiento económico de los países tocados por la varita dorada, que serían Sudáfrica y Zimbabue.
No entra en duda que ambos hacen gala de una distribución de la riqueza desigual entre sus ciudadanos (el salario mínimo de Sudáfrica es de 224 euros al mes), como tampoco se duda de que el país más austral del continente forma hoy parte de los BRICS y ha sido durante décadas un referente económico en África subsahariana. De la misma manera que la renta per cápita Zimbabue se ha quintuplicado desde la década de 2010, coincidiendo este ascenso económico con el momento en que Zimbabue aumentó el valor de sus exportaciones de oro desde los 118 millones de dólares en 2006 hasta los 3.5 mil millones en 2021.
El oro vuelve a estar de moda en África. Países como Sudáfrica han sabido gestionar su enorme potencial económico y deben hoy un 14% de sus exportaciones (20.000 millones de dólares) al oro, sin que este haya sido motivo de guerras ni de disputas que vayan más allá del plano sociopolítico. Otras naciones, como Burkina Faso y Mali, sufren su maldición. República Democrática del Congo se desangra parcialmente por su causa, Sudán se vuelve interesante cuando las vidas no son suficiente. El oro es hoy sinónimo de conspiraciones como las que habla Abdoulaye, de asesinatos y riqueza soñada; nada nuevo bajo el sol que quema las espaldas de quienes lo extraen.