Explotación
Oro de sangre en Mali: así es el retorno de las mineras a las prácticas coloniales
Prometieron escuelas y hospitales y pagaron con el asesinato de tres jóvenes: dos pueblos al sur de Mali luchan contra la minera Hummingbird Resources a las espaldas del mundo
Acceder a la mina de oro de Komana (Mali) no es tan fácil como debería. Un concepto básico dentro de un Estado de derecho, como puede ser el libre tránsito de los individuos dentro del territorio nacional, queda en entredicho cuando uno se encuentra con el puesto policial ubicado a las afueras de Yanfolila, una pequeña ciudad ubicada a una hora de la mina. Aquí los gendarmes dan el alto a los motoristas e inspeccionan con suspicacia sus pertenencias. Si cabe la posibilidad de cobrar un “peaje” a locales y extranjeros antes de concederles el paso, lo harán sin molestarse. Y son los gendarmes quienes deciden quién puede o no acceder a este pedazo del sur de Mali que roza con la frontera de Guinea Conakry.
Tan mutilada queda aquí la noción de Estado, que situado junto al control puede apreciarse un cartel manchado de colores pardos y donde se lee un mensaje impreso con grandes letras azules: “La Sociedad de Minas de Komana S.A le da la bienvenida”. Las minas quedan a una hora por unos caminos de tierra apenas transitables durante los días de lluvia, pero la Sociedad de Minas de Komana S.A deja claro al visitante que se dispone a penetrar en una tierra donde la ley y el orden corren a cargo, si no de la minera, de las fuerzas de seguridad malienses alquiladas por la propia compañía minera, tal y como se verá más adelante. Y después de cruzar el puesto policial (con la billetera más ligera que antes) se suceden ráfagas de barro y relámpagos frescos de vegetación, fugaces escenas de mujeres que caminan al borde del camino y desaparecen para siempre por el retrovisor, pequeños asentamientos, ojos que se levantan para mirar sin demasiado interés al que se cruza.
La mina de Komana linda con dos localidades muy próximas entre sí: Kéniéba y Bougoudale. Tan cerca están una de la otra, abrazados como amantes los edificios de tejados de chapa, que la calle donde termina un pueblo marca el comienzo del otro, y sólo uno de los locales podría señalarnos con exactitud el lugar donde empieza Bougoudale y donde acaba Kéniéba.
Pero la mina puede verse mucho antes que los edificios de estas localidades. A pocos kilómetros del camino se eleva una montaña mutilada y con la tierra roja que ha sido removida hasta adquirir un tono clareado, como si se tratase de un dios muy antiguo y que poco a poco sufre cómo sus vísceras sagradas le son extraídas por los bulldozers y las excavadoras. Entrar en la mina y acariciar la piel rugosa del dios asesinado es una misión imposible para un periodista. En la sucursal de Bamako dedican unos días a marearte con permisos y peticiones, retrasan todo lo posible las reuniones programadas y finalmente dejan de contestar al teléfono. Cuando uno se presenta en las oficinas, le mandan esperar unas pocas horas a que aparezca un empleado con autoridad, hasta que se excusan con que el empleado no vendrá y mandan al interesado de vuelta a casa, las veces que hagan falta. Incapaces de acceder al núcleo del dios, rascamos la corteza de su divinidad; eliminada cualquier posibilidad de analizar el acto, buscamos sus consecuencias más cercanas.
Minas locales a treinta céntimos la hora
La impresionante escena del dios moribundo desaparece entre los árboles y el camino sigue en dirección a Kéniéba y Bougoudale, dando lugar a una nueva imagen de un corte mucho más humano, quizás por el tinte de suciedad que posee. Donde la montaña de Komana se veía a lo lejos con un halo de pulcritud, decenas de diminutas minas locales agujerean la tierra de alrededor en busca de virutas del preciado metal. Muestra un panorama mugriento porque los mineros llevan las ropas sucias y jironadas desde primera hora de la mañana, y desborda humanidad porque aquí se ven jóvenes, adultos, mujeres y niños buscando el oro como si les fuera la vida en ello. Trabajan desde que sale el sol hasta que se pone, sin horarios ni convenios laborales, sin prevención de riesgos ni seguridad social. Trabajan cavando, sacando agua, filtrándola, limpiándose con el dorso de la mano los chorretones de sudor que les corren por la frente entremezclados con barro y polvo de oro.
En cada una de estas minas locales trabajan unas 20 personas. Los más fuertes cavan, las mujeres y los niños filtran la tierra y rebuscan con los dedos. La mayoría de los días no extraen nada de valor, y los días que más tocan a 30 gramos de oro para compartir entre la cuadrilla y que venden a 10.000 francos CFA por gramo (unos 15 euros). En el mejor de los días, cada uno de los mineros se desembolsa 22 euros, lo cual sería una suma relativamente razonable si no fuera porque aquí vuelan meses enteros donde no consiguen llegar a la codiciada cifra de 30 gramos diarios. Lo normal es que consigan entre 5 y 10 gramos diarios, que finalmente pagan unos 120 euros al mes por 360 horas de trabajo. Estas ruinosas minas locales son los últimos reductos que quedan del floreciente negocio que se ejercía aquí hasta la llegada de la minera Hummimgbird Resources en diciembre de 2017, cuando los tiempos eran mejores y el gramo de oro se compraba a 30.000 francos CFA (45€).
El jefe de una de estas minas locales se quejaba de que pronto se acabará su línea de negocio. Su voz rota se mezclaba con el estruendo de la maquinaria, que se retorcía y temblaba en todo momento como a punto de estallar. El fin va a llegar porque “la compañía minera ha adquirido ya la totalidad de los terrenos que rodean Kéniéba y Bougoudale”, y dentro de poco será ilegal que los habitantes de la zona extraigan un solo gramo de oro de su tierra. Dios se vuelve exclusivo en el sur de Mali. Todavía quedan quienes se introducen durante la noche en los terrenos de Komana para extraer un par de gramos que venden luego de forma clandestina, pero los castigos son demasiado severos como para arriesgarse: hasta dos años de encierro le esperan al minero ilegal cuando ingresa en la prisión de Yanfolila.
Hummingbird Resources
Antes de introducirnos de lleno en las duras realidades que palpitan dentro de Kéniéba y de Bougoudale, merece la pena dedicar unas líneas a explicar qué es la compañía Hummingbird Resources, cuya sede principal se encuentra ubicada en Londres. En su página web se definen como “una empresa líder en la producción, el desarrollo y la exploración de oro de múltiples activos y múltiples jurisdicciones, miembro del Consejo Mundial de Oro (WGC)”.
Además, resaltan que el centro de su cometido gira en torno a una serie de políticas “medioambientales, sociales y de gobernabilidad” mientras aseguran su interés por “aprender cada detalle de los proyectos, lugares y personas con las que trabajamos”. Cabe a destacar, aunque sólo sea como una curiosidad, que todas las fotografías que facilitan de sus minas en Mali muestran el proceso de construcción de los centros de producción, mientras omiten mostrar alguna imagen donde pueda verse la situación de los trabajadores en los procesos de extracción actuales.
Las minas de Komana (también conocidas como las minas de Yanfolila), extraen una media anual de 132.000 onzas de oro, convirtiéndola en una de las minas más lucrativas de Mali. Los beneficios brutos de la minera en Mali alcanzan así los 200 millones de euros en un mal año.
Mentiras, trampas y engaños
Ya entramos en Kéniéba. Mientras lo habitual sería encontrar los pueblos del sur de Mali dominados por un delicioso trajín de vida, allí donde las vendedoras ofrecen sus cacahuetes, las chiquillas cargan bidones de agua sobre sus cabezas, los hombres discuten animadamente sobre fútbol y política..., Kéniéba recuerda a uno de esos pueblos del Oeste americano con las calles vacías si no es para presenciar un duelo épico entre pistoleros. En un pequeño bar se reúnen algunos jóvenes con los ojos enrojecidos por la marihuana, bebiendo en silencio carajillos de café con licor de menta. Atravesamos la localidad tras consultar direcciones a los jóvenes del bar, y llega un momento indeterminado donde cruzamos la frontera de Bougoudale, que dormita con la misma somnolencia que sus vecinos.
Yagu es el jefe de los jóvenes de Bougoudale. Nos espera en la boutique de su hermano y será él quién nos guíe en lo que resta de esta historia. Como suele ocurrir en Mali, no nos espera solo; con él se encuentran el jefe de los jóvenes de Kéniéba, Alou, y varios locales que poco a poco irán introduciéndose a lo largo de la narración.
Yagu explica primero por qué vendieron sus terrenos a la minera: “Hace cinco años que llegaron unos funcionarios del Gobierno (maliense) acompañados por varios blancos que se reunieron con los ancianos del pueblo”. En ese momento les hicieron una oferta tan buena que no podían rechazarla: los “blancos” comprarían los terrenos a un precio reducido, puede ser, pero a cambio “construirían una escuela, una nueva carretera de asfalto que llegaría hasta Yanfolila y un hospital para ambas localidades”. También se comprometieron a contratar a la mayor parte del personal minero entre la población local, garantizando así que una buena tajada de los ingresos del oro se mantuvieran en manos de sus dueños originales. En esta reunión, avisaron a los ancianos de que las maquinarias que traería Hummingbird Resources consigo multiplicarían la extracción del metal, mientras que los obsoletos medios que venían utilizando hasta entonces no garantizaban a nadie que fueran a sacar el máximo oro posible. En resumen, Yagu acusó a la compañía minera de “aprovecharse de nuestra ambición, ofreciéndonos todas las facilidades disponibles para multiplicar nuestros beneficios”. ¿Quién iba a decir que no a una oferta tan generosa?
La mayoría de los afectados vendieron sus terrenos a precios irrisorios y se sentaron a esperar a que les contratasen, a ellos y a sus hijos. Cuál sería el pavor que les invadió cuando pasaron los días, las semanas, los meses, y las únicas noticias que tenían de la minera eran los camiones que entraban y salían del recinto vallado, inaccesible para ellos desde que le pusieron precio. Tal y como confirmaron posteriormente fuentes internas de la propia minera, de 1.500 trabajadores que operan en la mina de Komana, tan sólo 50 pertenecen a las localidades de Kéniéba y Bougoudale. Y los cincuenta empleados no participan en el proceso de extracción del oro, sino que se dedican a limpiar las máquinas por un salario de 2.500 francos CFA al día (3,8 €).
Los habitantes de estos dos pueblos fueron testigos de cómo les arrebataron mediante engaños su modo de subsistencia, igual que los colonizadores engañaron a sus antepasados con contratos y firmas en francés. Cientos de personas que hasta ahora se habían dedicado a la extracción del oro se quedaron sin trabajo de un día para otro. En su lugar aparecieron para trabajar en las minas una serie de sujetos traídos desde Ghana, Níger, Burkina Faso, Nigeria y otras regiones de Mali.
Tampoco construyeron la escuela, ni el hospital, ni la carretera. Yagu se lamenta: “Doscientos millones de beneficio bruto y no pueden construir una escuela de 14.000 euros, que es lo que les costaría”. Y, al haber vendido todos sus terrenos, los locales tampoco pudieron optar a nuevas salidas laborales, por ejemplo dedicándose a la agricultura o la ganadería. Súbitamente se encontraron sitiados dentro de sus pueblos, sin nada que hacer que no fuera beber carajillos con licor de menta. O luchar.
La guerra de una mañana
Oh, sí, al principio lucharon. Armados con machetes para cortar juncos y viejos mosquetones de sus abuelos se lanzaron a recuperar la tierra que les fue arrebatada con unas técnicas idénticas a las que utilizaron los colonizadores con sus antepasados. Al otro lado se encontraron con decenas de gendarmes y policías malienses (¡los mismos que juraron protegerles!) armados con fusiles semiautomáticos. Tres jóvenes murieron durante la revuelta, aunque no salió en ningún medio de comunicación, ni siquiera en los medios malienses.
Al llegar a este punto de su narración, Yagu señala a un anciano que se encuentra sentado entre los curiosos. Su nombre es Adama y es padre de dos hijos. El primogénito vive en Italia desde hace años. Al pequeño le asesinaron durante las protestas de 2018. Es él quién cuenta cómo animó a su hijo a salir junto al resto de jóvenes para reclamar los derechos que los viejos vendieron por error. Lo que nosotros llamamos protestas, él lo califica de “guerra”. Una guerra contra la minera que comenzó a las siete de la mañana y que terminó antes de la hora de comer. Al hijo de Adama le alcanzó una bala en la pierna y se desangró en pocos minutos. Si al menos hubiesen tenido un hospital cerca…. Pero lamentarse no le sirve de nada a Adama. Ahora sólo queda él para cuidar de su familia, pero es viejo, tiene la pierna enferma, y tumbado sobre la piel de carnero que trajo de casa y vestido con una camiseta sucia parece tan vulnerable que temo que desaparezcan de un momento a otro.
Adama da una lección a todos los presentes cuando asegura con la voz rasposa que está dispuesto a olvidar, a perdonar el asesinato de su hijo, si la compañía rectifica y ofrece las condiciones que ofrecieron en un primer lugar. “Al fin y al cabo”, asegura, “un cambio como este daría un sentido a la muerte de mi hijo”. Y aprovecha el momento para sacar a relucir su experiencia y asegurar que la vida en Bougoudale es más dura hoy de lo que era en su juventud. Hace 40 años, Adama sólo tenía que ir a la montaña con una pala para cavar y sacar unos gramos de oro que vendía a los compradores de la zona. Entonces no eran ricos, ni mucho menos, pero su honor seguía intacto, y los hombres y mujeres de aquí tenían algo que hacer durante el día.
El Estado concedió a Adame una compensación de 500.000 francos CFA (762€) por la muerte de su hijo, pero cuando se corrió la voz de que el fallecido había dejado en herencia 450.000 francos CFA, los gendarmes se apropiaron de este dinero como compensación por los daños y perjuicios provocados por el difunto a la minera. Ya podemos comprobar que las fuerzas de seguridad públicas en la región de Komana se privatizan para proteger los intereses de Hummingbird Resources, y que la ley y el orden, tal y como venía anunciando el cartel a la salida de Yanfolila, realmente corre a cargo de la minera.
Aunque Kéniéba y Bougoudale son los pueblos principales, un total de ocho localidades se ven afectadas por esta situación. No se dan por vencidos. El pasado diciembre amenazaron con boicotear los trabajos pero su poder sobre la mina es tan irrisorio que “no sirvió de nada”, tal y como afirma Yagu ante los gestos de asentimiento que profieren los demás. En el mes de octubre de 2022 se cumplieron tres meses desde que se inició un largo proceso de negociación que debería culminar con un generoso número de locales trabajando en la mina por 900€ al mes, aunque tienen pocas esperanzas de que se consiga.
Antes de terminar, debe entenderse que la extracción de oro en Mali no es tan sencilla como un negocio. Desde los años medievales del magnífico emperador Mansa Musa, el oro en este país es una tradición, cultura profunda, motivo de orgullo y de honor, el oro en esta nación es sinónimo indivisible de patriotismo. El oro es a Mali como el mar al marinero, es una razón de ser fundacional que empuja a los jóvenes, si es necesario, a la guerra y a la muerte contra un enemigo invencible. Porque esto ya no es un tema de dinero, en palabras de Yagu, “sino una cuestión de honor”.
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