Materias primas

El oro en África (I): desde Heródoto hasta las expediciones portuguesas

Diversos imperios, rutas comerciales, nexos religiosos o nacionalismos africanos no habrían sido posibles sin la fuerte presencia del oro en ciertas regiones del continente

Grabado que representa a mercaderes berberes entrando en Tombuctú sobre 1300.
Grabado que representa a mercaderes berberes entrando en Tombuctú sobre 1300.Dominio Públic

Los seis países de África que más oro producen (Sudáfrica, Mali, Burkina Faso, Ghana, Zimbabue y Sudán) exportaron en 2021 un total de 46.5 miles de millones de dólares del preciado metal. Tanto Mali como Sudán y Burkina Faso dependen del oro como un recurso fundamental para su supervivencia económica pero, a su vez, estas tres naciones están hoy en guerra o viven sumidas en graves conflictos armados. El oro en África subsahariana ha sido desde el inicio de sus letras una fuente de riquezas sin fondo aparente pero también un ingrediente recurrente en los conflictos que llevan zarandeándola desde que el primer hombre mató con una piedra. No podría comprenderse el potencial del sur del Sáhara, ni muchos de los problemas que lo agobian, sin entender antes el papel que tiene el oro en las vidas de millones de personas y de sus antepasados antes que ellas.

Haría falta remontarse en primer lugar a los años anteriores a la colonización. Cabe a recordar que no pocos nacionalismos africanosque dieron luz a los Estados formados en la segunda mitad del siglo XX vienen, precisamente, de reinos e imperios africanos donde el oro era una fuente, no sólo de riqueza, sino también de orgullo patrio y de poder.

La cuenca del Níger

El Imperio de Mali es un ejemplo excelente para comprender el nexo entre el oro y el nacionalismo. Entre los siglos XIII y XIV comenzó a fortalecerse un reino a las orillas del río Níger que pocos años después ocuparía lo que hoy conocemos como gran parte de Mali, Senegal y el noreste de Guinea Conakry. El punto fuerte del Imperio maliense no era otro que el oro. Este metal ya había sido crucial en el desarrollo de civilizaciones a lo largo del caudal del Níger y sus alrededores, como pudo ser la ciudad-estado de Takrur en el norte del actual Senegal. Pero fue durante el periodo maliense cuando la fama de la riqueza del Sahel alcanzó al panorama internacional.

Vista aérea de Tombuctú. La ciudad de los 333 santos estuvo controlada por los islamistas en 2013.
Vista aérea de Tombuctú. La ciudad de los 333 santos estuvo controlada por los islamistas en 2013.Mousssa NIAKATEhttps://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es

El nombre del emperador Mansa Musa todavía resuena en las voces de los descendientes de este Imperio. Nadie ha olvidado que trajo a arquitectos granadinos para que construyeran mezquitas en Tombuctú, ni que a su paso por Egipto durante su peregrinación a la Meca repartió tanto oro que devaluó el precio del metal en el país de los faraones y provocó una crisis económica que duró varios años. Los malienses lo cuentan hoy entre risotadas, recordando, quizás con cierta nostalgia, los tiempos en que eran tan poderosos que sus meros regalos desequilibraban la otra punta de África.

El oro como canalizador del islam

Entonces, el oro en Mali no se sentía como ahora. Como tampoco en Zimbabue. Este otro reino del sur de África acumuló riquezas y poder en plena Edad Media gracias al comercio de oro y de marfil, que vendía a los árabes asentados en la isla de Zanzíbar y el norte de Mozambique. Porque fueron los árabes quienes establecieron los primeros intercambios comerciales con los territorios citados, antes de la participación europea iniciada por Portugal a finales de la Edad Media. La apertura de rutas comerciales en el Sahel y dirigidas a las costas de África austral beneficiaba por igual a árabes y africanos.

Los primeros se suplieron del oro, el marfil y los esclavos capturados en los reinos enemigos; a cambio, procuraron a los africanos de sedas, especias y tecnología que les permitiera levantar edificios que aún perduran, como sonlas estructuras amuralladas de Gran Zimbabue.

Vista aérea de Gran Zimbabue.
Vista aérea de Gran Zimbabue.Janice BellCreative Commons

Para rematar este intercambio, las rutas comerciales del África austral y del Sahel permitieron la introducción paulatina del Islam en el continente. Un rápido vistazo al mapa religioso africano demuestra que las zonas costeras de Tanzania y Mozambique, así y como Sudán y el Sahel, son de una mayoría musulmana en la actualidad pese a la evangelización procurada a posteriori durante el colonialismo. No cabe duda de que las religiones en África no serían hoy las mismas de no existir los intercambios citados y donde el oro, este metal proclive al engaño, fue el gran protagonista junto con los esclavos y la sal.

Axum y el Rey Salomón

El oro crea y destruye. Antes de que surgieran los imperios de Mali y de Zimbabue, una minúscula región montañosa al norte de Etiopía se hizo conocida por el oro que guardaba entre las rocas. Tigray vive ahora las consecuencias de una guerra que ha durado dos años (2020-2022) y que se ha cobrado la vida de 600.000 personas, pero en los primeros siglos de nuestra era formaba parte del rico reino de Axum. Textos romanos y griegos hablan de este reino cuya existencia, aunque cierta, cabalga en ocasiones entre el mito y la realidad, y cuyos vestigios todavía se conservan en algunas de las ruinas más conocidas del norte de Etiopía.

Las leyendas etíopes aseguran que el rey Salomón viajó hasta aquí para conocer a la legendaria reina de Saba, con la que engendraría un hijo bastardo que daría origen a la dinastía salomónica de Etiopía. Dicha genealogía gobernó el país africano de forma interrumpida hasta la instauración de la república en 1975. Pero la riqueza de Axum alcanzó su apogeo mucho antes del derrocamiento del Rasta Fari, más atrás, tan atrás como el siglo IV. Entonces exportaba obsidiana, oro, marfil y resinas aromáticas a Roma y a la India, importando a cambio sedas y especias.

Pese a que el reino de Axum desapareció hace milenios, la resaca de su poder se mantiene incrustada en los ideales de los tigranios, que se resisten a aceptar la precaria realidad que les somete y pugnan a conciencia por recuperar su influencia en la zona. El último intento de volver al glorioso pasado sobrevino en la guerra de Tigray, una catástrofe humanitaria donde el oro no se veía ni se tocaba (las reservas mineras de Tigray en cantidades industriales se agotaron en torno al siglo V), pero donde la riqueza de Axum aún se recordaba como un sueño irrepetible tras el despertar.

Igual que no podría concebirse un Sahel musulmán sin la presencia del oro, tampoco se entendería la extensa riqueza cultural de Etiopía sin mirar primero hacia Axum, y Axum no habría pasado de ser un reino menor y con ansias de grandeza de no ser por el oro que le permitía enfrentar los pagos a soldados y a los comerciantes extranjeros.

La leyenda de Hannón el Navegante

Axum, Zimbabue y Mali, pero también el imperio de Songhai se sirvieron del oro como punto de apoyo para acumular poder en sus respectivas zonas de influencia. Incluso los antiguos egipcios explotaron las reservas de oro en Nubia (actual Sudán), una región cuya riqueza gracias al oro llegó al punto en que una dinastía faraónica, hoy conocida como “los faraones negros”, expulsó temporalmente del poder a los faraones egipcios de pura cepa. Los faraones negros de Nubia y su clase adinerada perviven hoy a través delas pirámides, porque es Sudán, y no Egipto, el país con un mayor número de construcciones de este tipo (2.000 pirámides en mejor o peor estado motean el desierto sudanés frente a las 200 que conserva Egipto).

Resulta que construirlas se volvió demasiado costoso para los egipcios; pero el precio no supuso un problema para los acaudalados nubios. De hecho, algunos historiadores han determinado que la palabra “nubia” procede del vocablo “oro” según los antiguos dialectos egipcios; tal es la influencia que tuvo el metal en esta época.

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El griego Heródoto ya mencionaba en sus crónicas el extenso comercio de oro en las costas de África Occidental, que definía como cauteloso por temor a los engaños y a los robos. Y un antiquísimo escrito griego habla de un cartaginés llamado Hannón el Navegante. Se supone que este explorador del siglo V a. C llegó a las costas de la actual Gabón con el fin de fundar ciudades de libios y fenicios a las orillas del Atlántico y de establecer asimismo una ruta comercial que abasteciera de oro a Cartago. Sea cierto o no el periplo de Hannón, las evidencias del oro en África subsahariana que tuvieron su origen en la Edad Antigua dieron paso a una época de frenéticas exportaciones durante el medievo: algunas fuentes determinan que sólo en África Occidental se comerciaba entonces con un 10% del oro mundial.

Con la llegada de los europeos al escenario subsahariano, los principios de cooperación comercial y respeto territorial que caracterizaron el comercio del medievo entre árabes y africanos comenzaron a desmoronarse. La llamada del oro y las riquezas que lo acompañaban se hizo demasiado fuerte para los portugueses, franceses e ingleses que dieron comienzo a la era colonial, tras una primera etapa donde la presencia occidental se limitó a la creación o conquista de contadas ciudades costeras que les permitiesen exportar bienes y esclavos.

Los imperios centenarios se desmoronaron a partir del siglo XVII y toda opción del continente de participar en la carrera del desarrollo se disipó antes de su comienzo, víctimas como fueron de los incomprensibles tratados europeos y de la fuerza de sus armas. Y el oro, que en África había sido hasta entonces una fuente de riqueza y de orgullo para tantos, fue a convertirse, un paso a cada vez, en la maldición que es hoy.