Lo importante es participar
Taymi Chappé: tocada... y hundida en Atlanta 96
La espadachina de origen cubano era una de las apuestas firmes de España para los Juegos del Centenario, pero no ganó ni un asalto
Una mala noticia para los muchos amantes de las leyendas nacionales: la esgrima no es, como se repite a menudo, el deporte olímpico inventado por los españoles. Competiciones de lucha con arma blanca siempre hubo, al menos desde los gladiadores romanos (que toman su nombre del «gladius», precisamente, la espada corta que usaban los legionarios), pero el primer reglamento se codificó en víspera de los Juegos de Atenas de 1896, los inaugurales de la Era Moderna, pactado por las delegaciones de Francia e Italia. Eso explica que los transalpinos acumulen en una sola disciplina los mismos 49 oros olímpicos que lleva ganados España, incluido el de Paquito Fernández Ochoa en esquí. Los franceses atesoran, por ahora, cinco menos.
En un deporte que NO es español, por tanto, los podios olímpicos nacionales se reducen al bronce de José Luis Abajo «Pirri» en Pekín 2008, en espada individual, botín exiguo que la sablista Lucía Martín-Portugués intentará aumentar en París. Antes, en Atlanta 96, Taymi Chappé debió haber inaugurado el medallero de la esgrima española, pero el inmisericorde sistema de competición acabó con sus ilusiones en menos de tres minutos.
Habanera e hija de Pedro Chappé, baloncestista que logró para Cuba una histórica medalla de bronce en Múnich 72, Taymi se proclamó campeona del mundo de espada individual en 1990, cuando aún representaba a su país natal. No participó en Barcelona 92, ya que el programa femenino sólo incluía las dos pruebas de florete, y obtuvo la nacionalidad española tras casarse con un catalán. Su calidad y carisma la convirtieron en la líder de una selección que entonces apenas si destacaba en el concierto internacional… hasta que el equipo de espada que conformó junto a Rosa Castillejo, Carmen Ruiz y Cristina Vargas se proclamó campeón mundial.
El siguiente bienio, que llevaba hasta los Juegos del Centenario, lo pasó Chappé encaramada a los podios del circuito internacional. Con tanta regularidad que llegó a Atlanta como cuarta cabeza de serie y, por tanto, exenta de la primera ronda. En los dieciseisavos de final, su asalto contra la surcoreana Go Jeong-Jeon debería haber sido una formalidad. Sin embargo, pagó caro el vertiginoso ritmo de la espada, con asaltos que rara vez llegan a los tres minutos de duración: quince tocados de la asiática cuando ella llevaba doce y a casa. «Me despisté un segundo», justificó cachazuda y sin perder la sonrisa.
Al año siguiente, Taymi Chappé ganó otra medalla mundialista, de bronce, pero su motivación no le alcanzó para entrenarse durante una olimpiada entera y se retiró cuando rozaba la treintena. Ya no quería ser deportista, sino vivir la vida, y por eso se mudó a Nápoles, donde residió alejada de la alta competición pero siempre en contacto con la esgrima… que practicó hasta el último momento de su vida. Literalmente, porque murió con las botas puestas y la espada en la mano. En noviembre de 2020, cuando residía en la Pequeña Habana de Miami donde tantos exiliados cubanos engañan la nostalgia de su tierra natal, la campeona española falleció a causa de un infarto de miocardio sobrevenido mientras disputaba unos asaltos con unos amigos. Mientras hacía lo que más le gustaba.
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