Lo importante es participar

Amézola y Villota, dos pelotaris y una gesta ignota y rocambolesca en París 1900

Sin disputar un solo partido y sin que el COI reconociese su oro hasta 2004, la pareja inauguró el medallero olímpico español

José de Amézola y Francisco Villota, pelotaris y primeros medallistas olímpicos españoles
José de Amézola y Francisco Villota, pelotaris y primeros medallistas olímpicos españolesLa Razón

Los II Juegos Olímpicos de la era moderna, París 1900, fueron los primeros en los que participó España, ausente en Atenas 1896. Cuatro remeros con su timonel, un noble espadachín –el Duque de Gor– y un aventurero al que le retiraron la medalla que ganó en tiro de pichón por profesionalismo, Pedro Pidal y Bernaldo de Quirós –también de sangre azul, pues era Marqués de Villaviciosa– formaban la exigua delegación de siete deportistas que acudió a la capital francesa. Hasta que el investigador Bill Mallon, en una tesis publicada en 1998 –a la que el COI dio carta de oficialidad en 2004–, rescató la historia de los pelotaris José de Amézola y Francisco Villota.

Fernando Arrechea, doctor en Ciencias del Deporte y seguramente el más acreditado especialista español en historia del olimpismo, narra que la Société de Pelote Basque de París organizó, en el marco de los Juegos Olímpicos, un torneo en el frontón que regentaba en la calle Borghese de Neuilly-Sur-Seine. Antes del torneo profesional de cesta punta, fuera del palmarés estrictamente amateur de los Juegos, se montó una competición amateur… a la que se inscribieron dos equipos: los españoles Amézola y Villota contra los franceses Maurice Durquetty y Peio Etchégaray, que no comparecieron por discrepancias con la organización.

José de Amézola –miembro de la alta sociedad vizcaína, consejero del Banco de Bilbao y diputado en Cortes– y Francisco Villota –cántabro afincado en Madrid, donde presidió el Club Euskal-Jai– ganaron así la primera medalla olímpica de la historia del deporte español sin jugar un solo partido. Aunque el COI reconoció este oro en 2004, en su archivo digital de Olympedia no aparecen ninguno de los cuatro protagonistas de esta historia. Durquetty y Etchégaray, por su parte, tampoco figuran en ningún listado de medallistas franceses.

La confusión surge por la propia naturaleza caótica de aquellos Juegos de París, que se prolongaron durante cinco meses enmarcados en la Exposición Universal del mismo año cuando aún no estaban nítidas las fronteras entre el deporte y el folklore. Mallon, en su citada obra «The 1900 Olympic Games. Results for All Competitors in All Events, with Commentary», fijó cuatro criterios para incluir en el palmarés oficial los muchos eventos que fueron organizados: ser una prueba amateur, internacional, sin discapacitados y abierta. El torneo de cesta punta, pese a su exigua inscripción y a su nonato desarrollo, reunía estas cuatro condiciones, así que Amézola y Villota son tan campeones olímpicos como Fermín Cacho.

Se trata de la medalla más rocambolesca de la historia del olimpismo español, además de la primera. Durante más de un siglo, ninguna institución nacional o internacional le reconoció e incluso después de que Mallon le diese carta de naturaleza, permanecieron sin despejar muchas incógnitas: nadie ha visto nunca esas preseas y la propia identidad de los deportistas –de los que al principio sólo se conocía el apellido– era difusa. Ninguno de sus herederos guardaba memoria de la gesta. Normal, pues fue un triunfo sin derramamiento de sudor.