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Peter Brook, la última máscara del teatro

Defensor de los espacios vacíos y artífice de extraordinarias relecturas de Shakespeare, el director británico revolucionó el paradigma teatral de todo el siglo XX y buena parte del XXI
Giovanni Giovannetti©GTRESONLINE

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Hace un año que Peter Brook (1925-2022) pisaba nuestra tierra. Visitaba Barcelona, el Grec, con la excusa de dar una charla, otra clase magistral más. 96 años tenía por entonces, mayorcísimo y en silla de ruedas, una edad suficiente como para temer su pérdida en cualquier momento, más viendo su fragilidad, pero la verdad es que el director de Turnham Green (Londres) será eterno. Aquel Marat/Sade, de otro Peter (Weiss), en los sesenta es visita obligada para cualquiera que sienta la mínima curiosidad por el personaje y por el mundillo. Y no menos importante fue su versión escénica del Mahabharata (1985); el poema épico-mitológico de la India se convirtió, entonces, en más épico todavía: nueve horas que son historia de los escenarios.
Al conocer la noticia, las reacciones, muchas, fueron inevitables para sus conocidos, ya hubieran estado con él o se hubieran pasado por algún momento de su obra. Entre los miles de palabras que se le han dedicado en estas primeras horas sin Peter Brook, Alberto Conejero –director de un festival, el de Otoño, en el que el fallecido estuvo en una docena de ocasiones– daba en el clavo: «Mientras exista el teatro existirá Brook». Amén. Es cumbre del arte teatral. Y no menos verdad llevaba Israel Elejalde en un tuit donde el actor apuntaba contundente que todos «estamos en deuda contigo». Igualmente, amén.
Y es que el Princesa de Asturias de las Artes de 2019 es de esos directores que no solo han impactado a las generaciones teatrales que han ido pisando detrás de él, sino que marcaba a quien tenía a su alrededor. Como Grande que era, su sola presencia imponía. Lo describió muy bien José Luis Romo, en 2016, aprovechando la visita del inglés a los Teatros del Canal de la capital: el periodista, nerviosito por el monumento que tenía delante; y la «troupe» que se arremolinaba en varios metros a la redonda, cortada, hablaba «entre murmullos» por no molestar a un tipo que, en verdad, no se hubiera molestado. Nos referimos a uno de esos «seres de luz», que se dice por ahí. Lo demostró una vez más en esa última visita a Barcelona: «Hay personajes devorados por la codicia, por la cólera, por el deseo de venganza, pero también hay deseo de libertad y capacidad de perdonar. Esto último es muy importante porque todo el mundo comete faltas, pero hay que perdonar». Apúntenselo para convertirse al «brookismo».
Brook fue una verdadera catedral de las tablas que, por unas o por otras, no tuvo a su cargo a demasiados españoles. Sí lo hicieron dos hombres que presumirán de ello toda la vida: Antonio Gil y César Sarachu. El primero describió su experiencia en Fragments como más que sencilla, aunque trabajar con el maestro fue, sobre todo, ver hacer «cosas de los magos, supongo, que hacen parecer, aparecer y desaparecer cosas. Peter Brook es un mago que no necesita varitas, guantes ni espejos trucados. Trabajando con él desaparecían dudas, inseguridad, preguntas innecesarias. Eso es magia», se entregaba al «gran gurú inalcanzable».
Más experiencias tuvo un Sarachu que aprendió del director que «el actor debe vaciarse» y él que se grabó a fuego una máxima que le «costó entender a que se refería, pero con el tiempo sí», explicó en una conversación en la que también desmintió el «método Brook»: le «horroriza» que se afirme algo así, sentenciaba, pues el director londinense no quería imposiciones. Reía con la similitud de dos palabras en su idioma «director» y «dictadura»: «Suenan igual», confesó a LA RAZÓN un tipo «permeable, ecléctico, transversal, totalizador, curioso, práctico e intuitivo», en boca de nuestro crítico, Raúl Losánez.
La creación fue para él una búsqueda constante «de la esencia» –decía–, un juego, un camino que debía recorrerse porque el teatro solo podía ser jugando; y, como buen inglés, no dudó en tener en Shakespeare una referencia absoluta en lo que autoconocimiento del ser humano se trata: «Cada palabra tiene sentido y en cada frase hay cosas que no se pueden explicar. Es poesía y sencillez».
Peter Brook debutó sobre las tablas a los 18 años con el Doctor Fausto de Christopher Marlow –a la vez que lo hacía también en cine, con una película titulada Un viaje sentimental–, eran los años 40 del siglo XX,... Y no se irá nunca.