Prueba Marfeel AMP
Buscar Iniciar sesión
Pinche aquí

Suscríbase a nuestro canal de WhatsApp

Marisa Paredes, mucho más y nada menos que la hija de la portera

La actriz nunca renegó de sus orígenes humildes y los enarboló para construir una sólida y labrada leyenda entorno a su carrera 
Marisa ParedesArchivo
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

Alguien que sale de un colegio de monjas donde las ricas entraban por un lado (la puerta situada paradójicamente en la calle Mesón de Paredes) con un uniforme azul y las pobres por otro con un babi blanco con un lazo rojo, lleva registrada involuntaria o, como es el caso, voluntariamente, la conciencia de clase hasta la exhalación de su último aliento. 
Esa niña adulta con expresión de gran dama rusa, esa indomable mujer cargada de rabia y miel que era Marisa Paredes y que hoy deja tras su inesperado fallecimiento a los 78 años  al mundo de la cultura temblando de frío y de pánico por la imposibilidad de poder reemplazarla, era hija de Lucio, un trabajador de la fábrica de cervezas El Águila y de Petra, portera de profesión. También la menor de cuatro hermanos integrantes de una familia de clase obrera de la plaza de Santa Ana. 
En aquella entrevista, la diva madrileña hablaba de su madre con la ternura de los agradecimientos heredados, con el convencimiento generoso de las renuncias que tuvo que vivir "mamá" para que ella fuera capaz de no repetirlas. "Yo le debo todo a la portera. No me hubiera podido dedicar a esto si esa portera, aparte de enseñarme, de hacerme sentir y de decirme: "Tu haz lo que quieras, que yo no he podido", no hubiera convencido a mi padre y, además, no me hubiera enseñado, con sensibilidad, lo que eran la vida y el trabajo y el esfuerzo. Y la importancia de buscar la libertad". 
"Un día le pregunté a mi madre por qué éramos pobres. Me dijo: "Esto se hereda, hija, igual que lo otro". Ser rico se hereda, y ser pobre también". Eso lo tengo aquí", confesaba Paredes en una extraordinaria entrevista, la última que dio para un medio escrito, concedida a Icon el pasado febrero. El hambre y la posguerra estructuraron las aristas de una infancia sin expectativas pero con mucho deseo de que en algún momento apareciesen. "A los 12 entré a trabajar de modista en una casa de moda, en la calle de Bravo Murillo, del señor Tormo. Me llamaba Pajarito, como un personaje de Galdós", rememoraba la intérprete. 
El artefacto capaz de otorgar color a esos días tan socialmente alejados del azul machadiano de la infancia fue, por supuesto, la interpretación. "Dentro de esa posguerra terrible, gris, de la dictadura, yo veía a los actores que pasaban por la plaza y decía: "Yo quiero estar ahí". Porque ahí, recuerdo muy bien esta reflexión, pasan otras cosas. Mi vida y toda esta miseria que estamos viviendo, toda esta grisura...ahí eso no pasa". Y a la espera de que alguien la viera, de que alguien reparara en ella cuando se acercaba con una amiga a las puertas de los teatros a tentar oportunidades, consiguió su primer papel para una película de José María Forqué, "09, Policía al habla". 
Marisa iba de rojo ese día y desde entonces ese color, tan ideológico, tan simbólico, tan colérico y pasional la acompañó en casi todos los éxitos que jalonaron más tarde su carrera, lo lució en muchos de sus papeles almodovarianos, en algunas de sus grandes tragedias anunciadas. Como Lola Herrera en "Función de noche", Paredes solo estaba intentando que la adivinaran y por suerte para la cinematografía española, el arte, la cultura y la vida de quienes la subrayaron y apreciaron tanto, terminamos aprendiéndonosla de memoria.