La banda sonora de los años de nuestra vida suena mejor de lo que piensas
En la nueva y celebrada serie de Sorogoyen, "Los años nuevos", la música adopta una estructura casi protagónica
Madrid Creada:
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Aterrizados en el preludio emocional de una historia que está empezando, Ana y Óscar se despiden narrativamente ya descubiertos, ya mezclados, ya deshechos de todas las vidas posibles a las que están a punto de jugar, de un primer encuentro sexual sin imposturas, mecidos por la melancolía taciturna y engañosa de la letra de Nacho Vegas. "Cuando te griten con rabia que tu amor entero fue una estafa/ y tú protestes/ y no quede un alma allí para escuchar/ cuando ya no queden ritos/ suene un golpe seco y casi un grito y luego ya no te molestes/ ya no hay nada que arreglar/ es el día de la gran broma final/ ya nada será igual tras el día de la gran broma final".
Se está hablando mucho y muy bien, con esa grandilocuencia en el adjetivo tan propia de los estrenos recientes –y los tiempos de la crítica supeditada y rendida ante determinados nombres– de la dimensión estratosférica y representativa de la nueva serie de Sorogoyen, de la radiografía quirúrgica de los afectos que propone el director de "As bestas", de su naturaleza –involuntaria, en palabras del propio director– de artefacto generacional, pero poco o al menos no tanto como se debería, del carácter tan protagónico de la música escogida para su articulación.
Cada uno de los diez capítulos que integran "Los años nuevos" termina con una canción, con un ritmo, con un mensaje proyectado en forma de melodía dolorosa y preventiva. Esas canciones tristes y redentoras, escogidas estratégicamente con el firme propósito de incluir la carga anímica de sus letras en la cronología afectiva de la historia de amor a la que estamos asistiendo y anticiparnos el desarrollo de las grietas que vendrán después –después de la inconsciencia de las primeras veces, después de la detección de peros inevitables, gigantescos, sabios, después de la aparición de miedos antiguos, después de la exposición pública de defectos compartidos– operan como un elemento personificado de la propia trama.
Por eso en el segundo capítulo después de pasar una Nochevieja juntos un año después de haberse conocido, rodeados de amigos, con sus respectivas nuevas parejas encastradas dentro de un puzzle personal en el que ambos saben que no encaja ninguno, Óscar y Ana se miran y se reconocen en el recuerdo atascado de la noche en la que se cruzaron mientras se preguntan en silencio por qué no funcionó y entonces suena McEnroe y entendemos todo lo que se entiende solo si nos los cantan. "Acuérdate de mí, cuando veas algún rayo/ agrietando todo el cielo como un cristal/ no dejes de buscar/ incluso en la hora más oscura puede aparecer de pronto la electricidad/ yo estaré por aquí/ escondido en algún recuerdo/ o en el leve movimiento de sentir/ y/ cabe la posibilidad/ de que te vuelva a encontrar/ en algún incendio".
Por eso en el tercero, después de haberse encontrado en ese incendio, de que apareciera otra vez esa electricidad cabrona que no se apagaba, nuestra pareja naufragada se desea feliz año en el piso que ahora comparten y en el que hace apenas unos minutos disfrutaban de la cena con sus respectivas familias, de nuevo compañeros, arriesgadamente cómplices, con los acordes de Joe Crepúsculo advirtiendo que en este momento todo puede salir bien, que están dispuestos a creer "que aún se puede volar/ yo estaré donde estés/ y tú sabes dónde encontrarme/ y es raro pensar/ que lo que siento por ti se desvanece/ y no volverá jamás/ yo quiero saber dónde va a parar toda esta energía".
Y en las sucesivas búsquedas interminables de un amor elástico y afectado expuesto a la inclemencia de una década, escuchamos la maldita dulzura de Vetusta Morla, el pensamiento circular de Iván Ferreiro, a Silvia Pérez Cruz vestida de Nit, los destacamentos de El Columpio Asesino, las ramificaciones del árbol de la vida de The New Raemon, a La Bien Querida morir de amor, al argentino Gabo Ferro temblar porque "hace tanto frío/ que no puedo más que arder/ estallará, mi boca estallará/ en dulce de esmeraldas, en pájaros y espinas, y un paso se abrirá/ y yo me iré/ como el humo al aire, que no podrá volver/ me haré un tornado dulce, un perfume, una piel/ seré mi propio padre y así voy a aprender/ que irse es volver a volver" o a Drexler y Mon Laferte necesitar una noche de asilo "en tu regazo" dejando al mundo fuera, haciendo promesas, "yo te daré lo que tengo", preguntándose por "este amor que no me explico/ pasan los años y sigue a espaldas del tiempo".
Es que a lo mejor, nos dice Sorogoyen en contra del decálogo musical de Carolina Durante, la banda sonora de nuestras vidas sí sonaría mejor de lo que imaginabas. Siempre hay tiempo para acordarse de la canción que sonaba la última vez que fuimos felices. La de Óscar y Ana la firma Vegas y está compuesta ad hoc para la serie. "Mírame, mírame, mírame/ cien segundos y habrá transcurrido un año más". A veces te despistas y transcurre incluso una vida.