Era el 13 de septiembre de 1991. Fiestas de San Mateo en la capital de Asturias. Estamos en la plaza de toros de Buenavista, vibrante con camaroneros deseando escuchar a su ídolo, acompañado por
Tomatito a la guitarra. Nadie puede saberlo a ciencia cierta, pero está en la recta final de su vida, carcomido por un cáncer de pulmón que ya planea curarse en EE.UU.
Su salud se encuentra tan deteriorada que tienen que ayudarle a subir y bajar la rampa del escenario. Tiene solo cuarenta años. A pesar de la triste estampa,
José Monje Cruz conserva el poder de su torrente de voz, que desplegará esa noche en la plaza, enamorando a quienes le escuchan. Entre ellos está el técnico de sonido Javier García «Boby», que guardará la grabación de aquella noche durante tres décadas.
La casualidad quiso que aquel verano comenzasen a hacerse populares las cintas digitales y que «Boby» se decidiese a probarlas con el recital del mito. Camarón arrancó cantando por alegrías y luego fue improvisando, como solía hacer siempre, aprovechando el amplio repertorio a sus espaldas.
Destacaron los tangos y las bulerías, especialmente «Soy gitano», la única canción que el público se animó a corear. Hoy «Boby» agradece la suerte de haber capturado ese concierto con alta calidad, suerte artística y solo artística, ya que nunca quiso cobrar la familia por el hallazgo, algo muy inusual en la industria de la música. El último guiño pop a Camarón con impacto global fue «Con altura», la canción de
Rosalía con J. Balvin y El Guincho. «Llevo a Camarón en la guantera», canta la reina de la música urbana. No se trata de simple postureo,
la relación de la cantante con el mito se coció a fuego lento desde la adolescencia, cuando le escuchaba en el parque con sus amigos.
«Un día sonó Camarón, y fue como si su voz fuera una flecha y me traspasara el corazón. Descubrirle fue una de las grandes epifanías de mi vida, porque a raíz de ser tan fan de él creo que creció en mí el deseo de convertirme en cantaora. Siempre que le escuchaba pensaba: ‘‘Camarón sabe algo que los demás no sabemos’’», responde Rosalía en el amplio y lujoso libreto, escrito por el periodista Nacho Serrano.
"La voz de Camarón fue una flecha que me traspasó el corazón. Descubrirle fue una de las grandes epifanías de mi vida"Rosalía
La sevillana
Mala Rodríguez, otra reina, consiguió su particular estilo fusionando hip-hop con flamenco. Sus declaraciones confirman que Camarón en Andalucía es un mito que desborda lo musical. «Mi primera vez fue un día de fiesta en casa, cuando un tío mío me obligó a escuchar palabra por palabra todo lo que decía una canción suya.
La letra hablaba de la honra, algo que Camarón hacía mucho, y me metí tan absolutamente dentro de su universo que creo que nunca salí de él. Solo era una niña y pensé que me había enseñado algo muy grande. Su voz, su sentir y aquellas palabras provocaron un cambio en mí», confiesa.
Romper barreras
Otra aportación clave del libreto es la de
Eliseo Parra, artista y etnomusicólogo que calibra el impacto del artista: existe «una tendencia con su manera de cantar que ha sido imitada por la gran mayoría de cantaores desde entonces, y que con el tiempo, se ha convertido en un referente aceptado por todos los estilos en la música española». Añade que hubo «una época en la que cada vez que teníamos ensayo, dedicábamos un buen rato a escuchar sus discos con atención.
Era como una ceremonia, ¡y eso que nosotros no tocábamos flamenco! Pero yo, como vocalista, aprendí mucho de su cante. Y más tarde me influyó en cuanto a la transgresión en el folclore, es decir, a no tener miedo de romper barreras a la hora de recrear la música tradicional», celebra.
Israel Fernández es un joven cantaor toledano a quien han comparado una y mil veces con Camarón. Su fiebre comenzó temprano: «De chiquitito, con ocho o nueve años, en el coche de mi padre, que siempre lo llevaba puesto. Oír su voz fue una sensación inolvidable, como vislumbrar una luz a la que he querido seguir toda mi vida. Cuanto más lo escucho, más difícil se me hace cantar y más responsabilidad siento. Porque él fue único e irrepetible.
Es uno de esos seres humanos que llegan a la Tierra siendo reyes, siendo algo sobrenatural. Yo tenía un añito cuando él murió, pero al verle en vídeos, solamente con su forma de andar, o de fumarse un cigarro, transmite tanta personalidad tanto carisma, que te das cuenta de que él tenía cosas que ni se aprenden ni se compran. Era una de esas personas que tienen el poder de transmitir sin hacer nada», resume.
Otra estrella que escuchaba a Camarón con su padre es
Manuel Carrasco. «Recuerdo ver una infinidad de veces a mi padre llorando mientras le escuchaba. En esos momentos era como si pudiera observar su infancia,
me imaginaba a mi abuela cantándole fandangos mientras lo peinaba. Había un mundo que traspasaba en lo profundo al escucharlo, había algo que no se puede explicar, más allá de lo artístico», comparte. Era inconmensurable. Enrique Bunbury subraya la transversalidad del repertorio camaronero: «Si vives en España, siempre hay un momento en el que descubres canciones como ‘‘Volando Voy’’, ‘‘Como el agua’’, ‘‘La leyenda del tiempo’’ o ‘‘Soy gitano’’.
La primera vez que fui consciente de escucharle fue con la ‘‘Nana del Caballo Grande’’, en la versión de ‘‘La leyenda del tiempo’’. A mí, que siempre estuve muy interesado por la India y su cultura, tuvo que entrarme Camarón con la única canción que grabó con sitar». De una manera de o de otra, Camarón te termina atrapando.
La plaza no se llenó, aunque sí alcanzo los tres cuatros de aforo. «Solo había un temor: que Camarón cumpliera con la tradición y no se presentara. El Turronero, que hizo de telonero, disipó dudas: ‘‘Tranquilos, que Don José ya está ahí’’, dijo». Las piezas de flamenco más puro las dejó para el final. «Camarón mostró sus auténticas dotes, dejó claro por qué el mundo requiere su voz. Era maravilloso. Tal parecía que íbamos a asistir a una traca final impresionante», escribió el cronista Javier Blanco. Al final, Camarón les dejó con las ganas: tras un ahora justa de música, se retiró sin despedirse..
La voz de Dios
Tanto Pitingo como Jaime Urrutia (Gabiente Caligari) coinciden en el libreto en que Camarón transmitía algo sagrado. «Su voz es un instrumento de Dios. El día que empezó a cantar fue como el antes y después de Cristo. Era el rey de los gitanos, tenía una luz que iluminaba cualquier sitio donde estuviera. No podías parar de mirarlo. No era de los que salen cada cien años, sino que sentías que jamás habría nadie como él. Su influencia no es flamenca, trasciende cualquier género», defiende Pitingo. «Su aura era increíblemente especial, semidivina. Le vi en un evento taurino, donde varios cantaores cantaban mientras los toreros toreaban. Cuando salió Camarón, vi como todo el público de la grada se movía hacia él para verle más de cerca. La imagen me recordó al Flautista de Hamelín. Todos hechizados detrás de su silueta».