La cueva toledana de Hércules
No solo existe la de Platón como metáfora relativa a la caverna, sino que hay multitud de lugares recónditos que inspiraron a Homero, Buda, Pitágoras o al propio héroe e hijo de Zeus
Gran parte de los mitos y leyendas gira de alguna manera en torno a una caverna primordial. Hay algo en esos lugares de poder que fascina al viejo narrador de la tribu desde que habitaba en esos mismos lugares. Hoy sabemos que la caverna no fue la cuna del ser humano, sino que más bien salimos del hábitat selvático para ir hacia la sabana, y que luego, con la evolución del bipedismo, se nos condenó a la visibilidad vertical como puntos en la llanura especialmente vulnerables. Seguramente la caverna adviniera justo después, al buscar amparo de esos amplios espacios abiertos. Y en ella se congregaron las comunidades humanas para protegerse, dormir, amar y, sobre todo, narrar. Como quiera que sea, en nuestro imaginario mítico hemos salido de la caverna y a ella hemos de volver indefectiblemente. No solo la de Platón es una de las metáforas más antiguas de la ascensión al conocimiento, sino que hay multitud de cuevas recónditas que inspiran todo tipo de narrativas míticas, filosóficas o religiosas, desde Homero a Pitágoras y Buda, de las apariciones marianas a Mahoma o los indios pueblo. Filosóficamente hablando el tema es sobrecogedor por lo omnipresente e inevitable, como ha mostrado estupendamente Hans Blumenberg en su impresionante libro «Salidas de caverna». Y es que el mundo subterráneo ejerce una fascinación casi subconsciente en nosotros.
Sería una larga aventura enumerar las muchas cavernas de la geografía mítica hispana. Hace poco evocábamos la terrorífica de Zugarramurdi. Pero hay muchas y son apabullantes los usos históricos, los vestigios arqueológicos y, por supuesto, las dimensiones legendarias de todas ellas. Desde las Cuevas de Canelobre en Alicante a las del Águila en Arenas de San Pedro, en primer lugar, nos fascinan por su valor geológico. Aunque luego tenemos también toda la potencia mitológica que albergan, como lugares sobrenaturales de enseñanzas mágicas, moradas de héroes y vírgenes, desde la Balma en Castellón a Covadonga en Asturias, por no hablar de otros célebres santuarios marianos.
En algunos de estos lugares se practicaba una antigua magia, medicina o sanación por los sueños –la incubación clásica– que tiene que ver con esas «técnicas del éxtasis» que estudió Mircea Eliade bajo la etiqueta de chamanismo. La coincidencia de lugares donde hay una presencia y un rito ininterrumpido –desde las capillas del arte rupestre hasta los mitos y cuentos medievales o modernos, llegando incluso al bandolerismo– nos habla de una serie incesante de experiencias de la caverna, que diría Blumenberg, que se ve especialmente reflejada en las leyendas.
Por poner un ejemplo simbólico, que se encuentra en el epicentro de la España antigua y medieval, hablemos de la de Hércules en Toledo. Es un epítome de la cueva como lugar clave del viaje iniciático a la sabiduría primordial: la catábasis, o descenso al lugar de poder, sigue el esquema inverso a la platónica. Se baja para conocer lo arcano, en vez de ascender para salir de la tiniebla. En la toledana se supone que Hércules –o acaso uno de esos descendientes míticos de la prosapia del bíblico Túbal que enlaza con la mitología de los reyes fabulosos de la España antigua– enseñaba a usar las artes mágicas a sus acólitos en la escuela de saberes arcanos que fue siempre Toledo.
Según la tradición, era una cámara secreta a la que fue conducido el rey don Rodrigo, rompiendo todos los candados y puertas que la albergaban desde una torre encantada, después del episodio de la violación de Florinda y al hilo del desencadenamiento de la guerra que acabaría con la conquista árabe de la España visigótica. Allí dentro, el rey habría encontrado vestigios de la España más antigua, en caracteres griegos y mágicos, descubriendo un paño profético donde se vaticinaba la pérdida de su país. La dimensión profética de la cueva es importante desde la catábasis de Ulises a la de on Quijote a la Cueva de Montesinos. La de Hércules en Toledo estaba bajo la iglesia de San Ginés y es una de las muchas muestras del submundo de la ciudad, que posee una amplia red de cavernas, a veces interconectadas por pasadizos, que dan fe de la vieja tradición hermética que ha hecho de esta ciudad el submundo de poder por excelencia en el mundo hispánico. Llama la atención que, justo al otro lado de las «columnas de Hércules», en Marruecos, también exista una cueva llamada «de Hércules». Está en Tánger y la tradición la relaciona con las viejas colonias de los fenicios, como un refugio marino provocado por la erosión de muchos siglos. El héroe fundador, Melkart-Heracles-Hércules, también es héroe revelador del paso al otro lado simbolizado por la caverna, de doble dirección. La encontraremos en muchos mitos y por doquier, como veremos, en la geografía mítica de nuestro país.