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¿Cuál es el inquietante y hermoso relato de J.G. Ballard en el que se ha inspirado la temática de la Met Gala 2024?

El autor de "Crash" situaba la mayor parte de sus historias en una suerte de presente profético
"Las rosas de Heliogábalo", de Sir Lawrence Alma-Tadema
"Las rosas de Heliogábalo", de Sir Lawrence Alma-TademaMuseo Nacional del Prado

Madrid Creada:

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Armaduras de pétalos brotando en espacios vacíos, profusión inquebrantable de ramas y hojarasca trepando por las esquinas de las telas, arreglos florales rocambolescos en forma de tocado, vestidos fabricados con arena emulando la pesada carga del tiempo -espectacular la propuesta de la cantante sudafricana Tyla- o volúmenes superlativos entrelazados de forma jardinesca y decimonónica desfilaron ayer por la alfombra verde de la Met Gala de este año, cumpliendo las fantasías de los más adeptos a esta cita ritualística que cada año convierte el primer lunes de mayo dentro del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York en una celebración de la extravagancia, en un homenaje al arte, la belleza y la moda, pero también en un pretexto para el juego.
Desde la belle époque en la década de los ochenta hasta el orientalismo o el cubismo de los noventa, pasando por el movimiento punk, la moda en la era de la tecnología, lo camp o la imaginería católica de los 2000, el código de vestimenta escogido para dicha ocasión ha canalizado el grueso del sentido de la gala y marcado las pautas de su proyección mundial. En esta ocasión, el tema escogido fue algo tan aparentemente inofensivo o reduccionista como un cuento corto, escrito por el autor inglés J.G. Ballard.
"Al atardecer, cuando la gran sombra de la villa alcanzaba la terraza, el conde Axel abandonó su biblioteca y bajó los anchos escalones de estilo rococó que conducían hacia las flores del tiempo. Una figura alta e imperiosa con una chaqueta de terciopelo negro; un alfiler de corbata de oro brillaba bajo su barba a lo Jorge V. En una de sus enguantadas manos mecía ligeramente un bastón. Comenzó a inspeccionar las exquisitas flores de cristal, sin emoción, mientras escuchaba los sonidos del clavicordio de su esposa, que estaba tocando un rondó de Mozart en la sala de música. Los ecos de la melodía vibraban a través de los translúcidos pétalos".
Con este estilo tan marcadamente wildeano y descriptivo da comienzo el hermoso relato "El jardín del tiempo", con el que el profético autor -convertido en los años 60 en referente de la llamada nueva ola de la ciencia ficción inglesa-, relata la coyuntura contemplativa y casi bucólica de un conde que invierte su tiempo en admirar la extraordinaria belleza de un jardín de ensueño enclavado en un escenario distópico en el que las flores son de cristal y la música de Mozart suena incesante de manera percutida.
Sin embargo, de forma abrupta, esa sensación balsámica en la que el matrimonio se encuentra sumido dentro de su burbuja de privilegio se ve interrumpida por una horda multitudinaria y arbitraria, de "chusma", tal y como el propio Axel indica en un momento determinado, que se dirige amenazante a las inmediaciones de su palacio rococó. Y entretanto el proceso inevitable la espera. Las horas avanzando. Los días transcurriendo. Las flores muriendo. "Mientras esperaba a la condesa, Axel miró las dos florecitas que quedaban; sólo conseguirían hacerles retroceder un corto trecho en el próximo atardecer. Los tallos de cristal a los que arrancó las flores se alzaban en el aire, pero todo el jardín había perdido su lozanía", describe el también escritor de la mítica novela "Crash", esa meditación turbadora y explícita sobre la relación entre el deseo sexual y los coches que provocó un tenso debate sobre los límites de la censura contra la "obscenidad" cuando Cronenberg la adaptó al cine en el 96.
Es por eso que recoger las flores, se convierte en la única manera efectiva que encuentra para encapsular entre sus manos la eternidad de lo bello que nace en el jardín y dilatar todo lo posible el gozo y lo placentero antes de que lleguen las inquietantes gentes que le perturban. Y es que las historias de Ballard tratan, en el fondo, de nuestro tiempo, están situadas en una especie de "presente profético", que no las proyecta hacia el futuro porque lo que le interesa es el futuro real que él veía próximo y que no ha perdido un ápice de su pertinencia. En la gran tradición de la ficción breve especulativa, Ballard es un maestro consumado de este género. Como él mismo explicaba: "Los relatos cortos siempre me han parecido importantes. Me gusta su idoneidad para tomar instantáneas, su capacidad para centrarse con intensidad en un solo tema". Sin duda el de este cuento es el de la inevitable incapacidad que tiene el pasado para volver. Por mucho que apretemos flores entre nuestras manos. Por mucho que intentemos salvarlas.