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Juan Mayorga: “Hay que desconfiar de las ideologías que utilizan el lenguaje para sus intereses”

El escritor, que el próximo viernes recibirá el Premio Princesa de Asturias de las Letras, nos muestra el mayor tesoro de su dramaturgia: los cajones con papeles repletos de anotaciones de donde surgen sus obras de teatro
Descripción de la imagenAlberto R. RoldánLa Razón

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Juan Mayorga es un dramaturgo con pudor. El hombre que desnuda sus obsesiones y curiosidades en textos teatrales se revela tímido y cohibido, casi, hasta reticente, cuando muestra la colección de cientos de notas que conserva en cajas corrientes, más propias de un chino de barrio que de una tienda de Serrano, que mantiene en una estantería y ahora, debido a una gotera, apiladas en un rincón. Son montoncitos de papeles ordinarios, todos de igual tamaño y recuadro, de Din A7, que a nadie llamaría la atención, pero donde él ha ido apuntando a lo largo de su vida frases, ideas, pensamientos, aforismos, ocurrencias, decires y expresiones que ha escuchado a unos y otros, en la calle, en el transporte público o en el bar. Estas palabras, con una letra similar, muy abierta y solo descifrables para él, son los mimbres originales sobre los que levanta la arquitectura de su dramaturgia. «Solo los he enseñado una vez. Me da vergüenza». Es el tesoro del escritor. El lugar de donde nacieron sus obras y donde todavía aguardan docenas de posibles obras. Como en todo aparente caos siempre existe una organización, la llave para comprenderlo. Y esta clave solo la sabe él. «Las tengo clasificadas por categorías. Una es, por ejemplo, argumentos y, otra, filosofía del teatro, pero tampoco sé con precisión cuántas hay».
El escritor, que viste camisa azul para la entrevista, pero camisetas para su día a día, ha recibido el Premio Princesa de Asturias, que recibirá el próximo viernes. «No me lo merezco. Es un premio que me excede. Mencionaría antes a José Sanchis Sinisterra, que podría ser un magnífico galardonado, o a narradores como Luis Landero. Entiendo que el premio no se me concede a mí, sino a la literatura dramática en general. Es un reconocimiento a las letras teatrales. Creo que los premios no te los dan por lo que has hecho, sino por lo que esperan de ti».
Mayorga hace énfasis en un aspecto de esta concesión: está dedicado a las Letras y no al Arte, donde también hubiera podido tener cabida, como sucede con el cine. «Se tiende a ignorar la literatura dramática frente a la narrativa y la poesía. Y no lo entiendo. Porque en este país han sido fundamentales autores como Lope, Calderón, Lorca y Valle-Inclán. Es más, se considera que el gran escritor de la historia es otro dramaturgo, William Shakespeare». El teatro no es solo literatura, el teatro es una experiencia viva que jamás puede reducirse a la literatura. El teatro está vinculado a la historia». Luego sostiene que este premio se debe al redescubrimiento que ha habido del teatro después de la pandemia. «Había cierta nostalgia por el encuentro. Y eso explica en buena medida que las salas se llenaran cuando reabrieron y que la gente exprese tanta gratitud hacia los actores, que son los oficiantes más importantes de esa reunión».
El autor, que ingresó en la Real Academia Española en 2019 y que conoce el peso exacto de cada término, muestra sus reticencias ante la manipulación del lenguaje y el intento de algunos por retorcerlo. «Siempre hay que desconfiar de los de la política partidista y de las ideologías que tienden a utilizar el lenguaje según sus intereses y a su vez a reducirlo. Si un partido o político hace suya una palabra, los ciudadanos tenemos que trabajar por recuperarla. Se debe tener una sospecha permanente respecto al lenguaje del poder y los poderes, pero también del propio. Cada día me hago esta pregunta como ciudadano y como escritor: ¿quién escribe mis palabras? ¿Hasta qué punto soy autor de mis propios textos? ¿Hasta qué punto repito lugares comunes? Soy receloso con los vocablos que me rodean, porque algunos de ellos me atraviesan y se incorporan a mí. Por eso debo ser crítico con mi alrededor y hasta con lo que yo mismo pronuncio». El escritor se toma un breve respiro para añadir después: «Creo que todos debemos ser comentaristas de textos. No solo los medios de comunicación, sino también de los propios textos que pronunciamos cada uno».
Mayorga, que vive en un ático espacioso, de una enorme claridad, pasa sus anotaciones. Mantiene con ellas una relación constante. No es un rimero de papeluchos apartados. Es una fuente constante de inspiración. Mientras abre una de esas cajas, aparta un taco y dice: «Esto es para repasarlas ahora». El dramaturgo explica su vinculación con estas abreviaciones. Hay aquí una decantación de sentencias, jergas y reflexiones populares que ha ido recogiendo. Incluso de su propia madre. Algunas de ellas han sido el germen de una de sus próximas obras: María Luisa, una pieza que nace de algo tan sencillo como la recomendación de un portero de finca a una vecina y que decía: «Debería poner más nombres en su buzón para que no se sepa que vive sola». A partir de ahí se desarrolla una trama que se estrenará en La Abadía –el teatro que dirige– en abril.
Mayorga es un batallador del lenguaje en sus obras, pero también una especie de cruzado cuando se trata de definir palabras y atraerlas al diccionario de la RAE, una actividad que, lejos de aburrirle, le motiva y le divierte. «Soy un explorador de palabras. Estoy constantemente en alerta. Me sorprende escuchar términos como “foquista”, que aprendí durante el rodaje en Jaca de La lengua en pedazos o los que me traen mis hijos de la calle. Es un problema fascinante ofrecer definiciones lo más adecuadas posibles, si bien cualquier definición es un fracaso porque siempre quedará algo fuera». Respecto a la inclusión de género y desde otros parámetros, recapacita y concluye: «No tiene sentido controlar la lengua desde los poderes. La lengua es de la gente. Tenemos que recordar siempre que en la RAE trabajamos para los que hablan nuestra lengua. Somos notarios de ella». Después comenta algunas que se han introducido gracias a él: «Clorocaucho», «masa madre» o «corredor humanitario».
Sobre el escritorio, repartidas entre papeles, lápices, libros y rimeros de folios subrayados, se ven unas esculturas de dos tipos: manzanas diminutas que usa de pisapapeles y manzanas con peana. Las primeras aluden al número de veces que ha sido finalista en los Premios Max; las segundas, al número de ocasiones que ha ganado (cinco). «El alma de la tragedia es la fábula; es el espíritu de un espectáculo. Está lo que se expone y lo que se expresa. Es un hombre moviéndose a partir de unas ideas». Mayorga explica que sus obras nacen de una palabra o algo que oye, que le genera una curiosidad y le plantea una situación. El idioma, a partir de ese momento, hibridado con la imaginación, crece.
«Veo a los personajes en un contexto. Por ejemplo, en una ocasión escuché: “Esta noche le dejo dormir en casa, pero mañana le pido que se vaya”. A partir de aquí me pregunté: ¿a quién se refiere? ¿A un exmarido? ¿Un hijo? ¿Un amante? ¿El padre alcohólico? Todo empieza a desarrollarse. Las escenas vienen a continuación. Por ejemplo: visualizo a ese personaje, que no sabe que le van a echar al día siguiente. Lo veo en un lugar, ignorante de todo. Pero, en cambio, el público ya conoce esa información. Esto genera tensión. Lo importante de todo esto es que cuanto más abierto sea el cuento, mejor, hasta que sea innegociable. Con esto me refiero a que llega un momento en que tengo que decidir quién es esa persona. Así surge mi teatro».

UN PROBLEMA DE HERENCIA

Todo en Mayorga es teatro. Cualquier situación que le salpique se convierte en carne de literatura, algo que trasladar, primero, a un papel y, luego, a un escenario, darle el molde de tres o cinco actos. ¿Qué hacer con todas estas notas repletas de potenciales historias? Él mismo admite que ahí existen historias que nunca llegará a desarrollar, aunque le gusten. Por eso, ha tratado de dar respuesta a esta cuestión de la mejor manera: creando alrededor de esta tesitura un texto teatral. «No me dará la vida para terminar todas las obras que tengo ahí. Ojalá llegara la ocasión de poder escribirlas. Por ejemplo, al reflexionar sobre el destino de estos apuntes cuando yo me muera, me vino un argumento que he llamado La colección. Se trata de un matrimonio de señores mayores sin hijos al que la gente le pregunta por el destino de su legado. Esta pareja piensa en dejárselo al Estado, pero no se fía, o, como finalmente deciden, buscar un heredero. Cuando ellos se preguntan por qué no han tenido un hijo, su respuesta era: “Porque se merecían a alguien digno de esta colección”».