Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por

Sandra Carrasco: "Madrid me comió, me tragó como un caño"

A punto de finalizar la gira "Recordando a Marchena", la cantaora anuncia dos nuevos trabajos para 2025. Aquí repasa su carrera y
reniega de los géneros de moda
Sandra Carrasco: "Madrid me comió, me tragó como un caño"
La cantaora Sandra Carrasco, fotografiada en Madrid / © Jesús G. FeriaJesús G. Feria
Javier Menéndez Flores
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

Madrid Creada:

Última actualización:

La onubense Sandra Carrasco suma ya siete discos muy distintos entre sí, pues van de la raíz sin apenas margen de maniobra al experimento libérrimo. Ella se considera una intérprete químicamente pura y por su boca han pasado el flamenco, la copla, el bolero, la bossa, el jazz y la canción de autor. Escucharla debería estar obligado por ley, puesto que es un bálsamo contra el estrés y el cabreo que nos inocula el trajín de la vida moderna. 
El 11 de febrero, junto al guitarrista y compositor David de Arahal, cerrará la gira «Recordando a Marchena» en el Teatro de La Zarzuela de Madrid, y cada semana ofrece conciertos de flamenco al uso o de sus espectáculos «Travesía» y «Piano y voz», este último con José María Cortina. Sandra era muy moza cuando comenzó a hacerles coros a diversos artistas flamencos, entre ellos el guitarrista Manolo Sanlúcar y los cantaores Miguel Poveda y Estrella Morente. 
¿Qué aprendió de ellos? «Son tres referentes tanto a nivel artístico como personal –responde–. Miguel Poveda es una línea a seguir y adonde me gustaría llegar, porque su forma de trabajar me resulta muy inspiradora. Es muy inteligente. Y con Estrella y Manolo Sanlúcar he llorado en un escenario, completamente sobrecogida, algo increíble. Sentí el poder del arte y la capacidad que tiene una persona para hacer vibrar a otra y que tengas que romper a llorar porque no puedes expresar de otra manera el sentimiento que te transmite».
"El reguetón y el trap son una epidemia. Me aburre. Está todo sexualizado"Sandra Carrasco
Su llegada a Madrid, en 2007, para participar en un musical, lo cambió todo. Ahí empezó la vida de verdad: «Sí, sí, Madrid lo cambió todo –asiente–, de dentro a fuera, total. Me dije: «¿Qué he estado haciendo todo este tiempo, por qué no he venido antes?». Ahí empecé a hacerme a mí misma, a conocerme. Me fui a vivir sola, que es muy importante, y cambié la ubicación a todos los niveles: no estaba con mis padres, tuve que conocer a gente nueva, rodearme de músicos que ya no eran flamencos sino de otras disciplinas, y eso me abrió la mente y me cambió los valores. Crecí como persona, valorando al otro. En Huelva tenía muchos privilegios y Madrid es la ciudad sin ley, una selva, y ahí tienes que ponerte a prueba. Porque viene alguien y te dice: «¿Tú de qué vas?», ja, ja, ja, y eso nunca me había pasado en Andalucía. Entonces espabilas y te conviertes en otra persona. Sí, hay un antes y un después». 
Sin olvidar su noche, tan fascinante como peligrosa, en la que es fácil irse por el sumidero: «No hay que irse por el sumidero y perderse. Puedes irte por el sumidero –explica– para volverte a encontrar y volver a la vida, porque a mí me ha pasado. A mí Madrid me comió. Llegó un momento en el que me tragó como un caño. La vida de Madrid me comió absolutamente, la noche, porque cuando terminó el musical, que fue lo que me trajo hasta aquí, me tuve que buscar la vida y ganar dinero por otro lado. Esa nómina se acabó y yo no me quería ir. Sabía que la ciudad me tenía que ofrecer mucho más y que yo tenía que aprender mucho más. Y tuve que buscarme la vida y, claro, los tablaos lo que hacían era alargarte la noche y estar en sitios en los que veías muchas cosas y se aprende mucho. Cantaba en el Cardamomo, en Casa Patas, en el Villa Rosa, iba de un sitio al otro. Y haciendo fiestas privadas, que ahí se estilaba mucho y me salvaba bastante la economía. No todo el mundo tiene que venir a Madrid para hacer carrera –prosigue–, eso depende. Si te quedas en tu pueblo vas a esquivar todas las cosas peligrosas que tiene Madrid, y tienes que ser muy inteligente para estar aquí y no caer en ciertas cosas que son terriblemente nocivas. Aunque de la mala vida puedes sacar buenas enseñanzas y llevártelas al arte, sí».

La "epidemia" del reguetón

Reniega Sandra del reguetón y el trap, los sonidos de moda. Le parece música ordinaria que abusa mucho del sexo, demasiado obvia: «Me aburre –afirma rotunda–. Está todo sexualizado. Me da mucha pena porque se está perdiendo la profundidad. Ellos tienen el poder, llegan a las grandes masas, y es una epidemia. Antes el sexo, en la música, estaba implícito, era mucho más elegante todo. Veías a Rocío Jurado en el escenario y no hay cosas más erótica y sexual que los escotes y vestidos que llevaba, pero ella no cantaba ordinarieces. Mi hija de seis años se pone el otro día a cantar y le pregunto: «¿Qué estás cantando?», me lo canta y era terrible. Pero lo escucha sin ella querer, porque le está llegando». 
¿Es pornografía musical? «Sí, sí, tal cual –asiente–. No lo he dicho yo, lo has dicho tú, pero puede ser que esa expresión la pueda comprar. No tan dura, pero ¿cómo lo llamamos entonces? Aborrezco esa música. Yo ligo el arte a la belleza y ahí no hay poesía ni literatura ni romanticismo. El arte tiene que sanar y emocionar, la gente tiene que llorar». Y traslada ese sentimiento a la vida: «Hay un libertinaje... Tampoco me gusta este movimiento de las parejas abiertas, aunque lo respeto y acepto porque sé que la vida va caminando hacia ahí. Pero ¿tú sabes lo bello que es estar enamorado de alguien y no poderlo tener? ¿De dónde van a venir las canciones si no de ahí?». 
¿Ella nunca compartiría al ser amado? «Nooo. En absoluto. Aunque en algún momento me lo he llegado a plantear, fíjate. En cuanto a que he amado tanto a alguien y no lo he podido tener, que he dicho sería capaz de entrar ahí… Sí, sí, compartirlo con otra. Pero es una fantasía del momento, impulsiva, más narcisista que otra cosa. Es una urgencia porque yo lo quiero, el ego lo quiere. Pero luego te vas feliz a casa diciendo «soy lo que soy y estoy contenta de ello», y de no echar balones fuera ni meterme en la vida de los demás. Esa es mi religión».
Además de un disco de sevillanas que saldrá en la primavera del año que viene y que producirá Javier Limón, para el otoño de 2025 tiene previsto lanzar un disco inspirado en una famosísima cantaora cuyo nombre no revela: «Quiero hacerle un homenaje a una artista que está muy transitada, una cantaora de flamenco, que sólo con decir eso la gente sabrá quién es –¿La Niña de los Peines?–. Está tan explotada que para mí es un reto, porque le voy a dar la vuelta. Voy a hacer cosas de ella que a nadie se le ha ocurrido hacer. Voy a intentar que sea algo más profundo y buscar una dramaturgia, un trasfondo humano. Y se lo quiero dedicar a mi madre, porque está viviendo un momento de cambio y yo también», concluye.

Todo al 13

Por Javier Menéndez Flores

Desde el interior de una melena, Sandra mira profundo y habla bajito. Quizá alguien le enseñó que los ojos nunca hay que perderlos de vista y que la voz sólo hay que alzarla en los escenarios y en las contiendas. Si quedas a las cinco de la tarde, pase lo que pase ya le has metido temperatura a la cita. Pero ella no necesita estímulo alguno y antes de que el piloto rojo despierte ya está sirviéndote porciones generosas de su biografía, que se ha forjado al sagrado calor de un millón de canciones. Y cantar es celebrar la vida asomada al balcón del grito.
En Huelva el sol tiene cátedra y los viejos del lugar aún recuerdan, como quien rememora una visita extraterrestre, aquella nevada que duró unas horas y permaneció sobre las aceras una larga semana. Pero también ha caído nieve alguna vez en el Sáhara para asombro de los tuaregs. Y de Cartaya a El Rocío refulge una línea de vida que serpentea entre el mar y la marisma, y en unas y otras aguas, bajo la mirada protectriz de una Virgen que cada año le arranca risas y lágrimas a miles de devotos, echó Sandra sus fuertes dientes.

La niñez era un lugar donde la guerra y sus apóstoles tenían vedado el acceso, pese a que doña Adelita, allá en la sevillana Alameda de Hércules, te enseñase a cantar historias en las que la desolación era la única trama. La copla y el flamenco comparten pesares y urgencias, dolores y anhelos, y quien empieza por ese toro, si rema y desoye los ladridos, puede llegar a salir por la puerta grande del Madison Square Garden. Todo eso se cantará, Sandra, ya lo verás, tiempo al tiempo, etcétera.

Y qué alucinación la del Madrid hondo, fauces temibles en las que adentrarse sin brújula ni linterna ni machete. Tierra de promisión, pecados al portador, vientos huracanados y la brisa cómplice de un río sin playa. Había que cantar y cantaste con todo lo que tenías, sentada y de pie, en garitos cargados de humo y en casas opulentas, y no solo sobreviviste sino que lograste hacerte un sitio en el prieto vagón del arte. Seguro que algún ángel custodia tus pasos, pues hasta el número 13, o sobre todo ese número, te trae buen fario desde la misma cuna.
Océanos, travesías, luces del entendimiento, canciones al oído, Pepe Marchena ardiendo como madera seca en la chimenea de la memoria. 

No ha estado nada mal el viaje, qué va. Has conocido príncipes y mendigos, sabios y trileros, amigos para siempre y mentiras con patas, pero el saldo es un pulgar hacia arriba porque la vida que soñaste tener va por buen camino. Todavía es pronto para casi todo, Sandra, pero ya es demasiado tarde para no saber qué sabores nos alegran o maltratan el paladar. Así que vade retro, reguetón, trap, hijos de mil demonios, y ponedme raciones tochas de Juan Habichuela, Bach, Camarón, João Gilberto, Nat King Cole y Barbra Streisand. Para seguir creciendo necesitas ser regada con música de oro puro y no con eructos de simio.

Ese hombre que ya no está aunque siga ocupándolo todo, se plantó una madrugada frente a ti, entre la vigilia y el sueño, y te señaló el sendero que debías seguir igual que lo haría un cielo estrellado. Desde entonces sólo tú pilotas tu barco y diseñas la hoja de ruta. Y él, allá donde esté, sonríe y asiente todo el rato, hinchado de orgullo.