Juan Mayorga: “Los regímenes autoritarios tienen miedo a las palabras”
Capaz de ver teatro en cada acto cotidiano, el autor madrileño es el nuevo Premio Princesa de Asturias de las Letras “por su calidad, hondura crítica y compromiso intelectual”
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Juan Antonio Mayorga Ruano (Madrid, 1965) es un carterista de la lengua. Huye de ser científico de las palabras y prefiere ponerse del lado de los traperos y de los remendones, como dejó claro durante el discurso de entrada a la Real Academia Española (en mayo de 2019). Y por todo ello se le concede el Premio Princesa de Asturias de las Letras, aunque el jurado lo camufle con términos más académicos: «Ha propuesto una formidable renovación de la escena teatral, dotándola de una preocupación filosófica y moral que interpela a nuestra sociedad al concebir su trabajo como un teatro para el futuro y para la esencial dignidad del ser humano»; así como «por la enorme calidad, hondura crítica y compromiso intelectual de su obra», continúa. En el acta del jurado también se pueden leer unas palabras tomadas del propio premiado: «Acción, emoción, poesía y pensamiento». Enumeración que es raro que el dramaturgo no deslice durante sus entrevistas. Son los pilares de su teatro; «las cuatro fuerzas», dice, que le mueven.
Confiaba Mayorga en el que el día de ayer fuera «tranquilo», pero la llamada de la Fundación cambió el plan por completo. No había tiempo para coger el metro (una de las grandes fuentes de inspiración de un cotilla que canaliza como nadie los murmullos), así que Juan Mayorga tiró de taxi ante la urgencia de llegar a La Abadía, centro que dirige desde febrero. Y fue en la parte trasera del coche donde tomó el enésimo apunte en su bloc de notas. «El último», asegura, antes de esta entrevista. Porque el DIN-A6 siempre está preparado en el bolsillo de este autor madrileño: «He apuntado lo contento que se ha puesto el conductor al enterarse que me habían dado un premio», confiesa.
−¿Ha abandonado a su querido e inspirador metro?
−Hoy había prisa.
−Conociéndole, no le veo entrando en el taxi y presumiendo, de primeras, por el galardón.
−No, pero le ha sorprendido tanta llamada y entendido que algo me había sucedido. Estaba tan contento como yo.
−Cuando recibe una noticia de este peso, ¿usted es de los que gritan, se queda en «shock», llama a la familia, escribe un WhatsApp...?
−Me invade la alegría. Pero desde que en 7º de EGB me pusieron un 9 en una redacción no he dejado de sentir que tenía reconocimientos desmesurados. Entiendo que este es un premio muy alto, exagerado, para mis escasos méritos. Yo siempre pienso que los galardones no te los dan por lo que has hecho, sino por lo que esperan que hagas, así que creo que debo esforzarme más.
−Sin embargo, algo le habrá salido bien desde que publicase Siete hombres buenos, en el año 1989.
−Premiándome a mí entiendo que el jurado señala a la autoría teatral, a los dramaturgos, no olvidemos que es «de las Letras»; y, en general, al teatro, ese arte de la reunión y la imaginación.
−Hace no mucho que Nuria Espert dijo lo mismo cuando recogió el Premio Princesa de Asturias de las Artes (2016). ¿El teatro vuelve a estar en el mismísimo centro de la vida social?
−Hay un redescubrimiento del teatro en España, desde luego, pero también en otros lugares, como lugar de reunión, imaginación, crítica y utopía. Siento mucho la gratitud de los espectadores por lo que se está entregando en los escenarios a día de hoy. Existe una complicidad especial entre público y actores. El arte teatral tiene una enorme vitalidad y no deja de sorprendernos cada temporada. Lo digo sin exagerar: es el arte del futuro. Su misión es examinar las acciones humanas reales o posibles. Un programa infinito que siempre fascina.
−El jurado le ha cogido prestado eso de «acción, emoción, poesía y pensamiento».
−Estoy convencido de que se lo entregan al teatro que aspiro hacer. Algo han visto.
−¿Y a qué aspira?
−A estar atento a todo, a no perder de vista lo importante, que puede estar enmascarado por humo y espejos. Y quiero llevar todo eso al escenario con mis dos próximos proyectos: La colección, en la Abadía, y Amistad, que lo dirigirá José Luis García Pérez. Son dos obras muy distintas, pero tienen que ver con el tiempo y con qué hacemos con él como materia de nuestras vidas. Espero que tengan «acción, emoción, poesía y pensamiento».
−Este año ha estrenado Silencio y El Golem, centrado en la palabra, ¿se queda con los silencios o con las palabras?
−No son antagónicos.
−Su entrada a la Academia sirvió de excusa para levantar una obra que protagoniza Blanca Portillo (la mencionada Silencio), ¿tendremos texto ovetense?
−No lo sé, pero el teatro siempre está a la vuelta de la esquina. Seguro que ese viaje a Asturias será especial y van a aparecer personajes, historias y experiencias.
−Además de las obras citadas, esta misma temporada hemos visto Voltaire, El jardín quemado y El diablo cojuelo, ha recuperado La lengua en pedazos, más lo que le han montado en el extranjero y se materializó la llegada a la dirección de la Abadía... ¿Está en su mejor momento?
−No sé. Dirigir un teatro tan bello y cargado de tanta fuerza como ese es una enorme responsabilidad y una ilusión. Resulta apasionante convocar experiencias para que la gente se reúna, acompañar los trabajos de otros creadores y también el llegar a un lugar nuevo, porque uno empieza a pensar cosas nuevas.
−Veo que los asuntos farragosos de la gestión, de momento, no le perturban.
−No, ahora estoy centrado en estas tres cosas.
−Pregunta para el Mayorga académico: ¿qué le provoca el cierre de la Nicaragüense?
−Es un tremendo dolor. Se trata de una institución hermana de la RAE que estaba haciendo un trabajo muy importante. El cierre de dicha corporación es un ataque a la cultura y a la crítica.
−Sergio Ramírez, poeta y ex vicepresidente de ese país, habló de «acto de barbarie».
−Porque se ataca a la sociedad nicaragüense de lleno. Los autoritarismos tienen miedo a las palabras. Y aquí, en el caso de Ortega, se demuestra una vez más.
−¿Debe alertarnos de que el castellano está en peligro (sumado al 25% que la Generalitat se resiste a aplicar)?
−En absoluto. Estamos en un momento extraordinariamente rico. Pero, eso sí, debemos cuidar la lengua entre todos.
−A principio de año luchaba por introducir «clorocaucho», entre otras expresiones, en el diccionario español. ¿Por qué palabras se brega ahora con sus compañeros de Academia?
−Hay muchas extraordinariamente interesantes. Es la realidad la que me ha hecho fijarme en algunas formas complejas, como «corredor humanitario», que ojalá no tuviéramos que utilizar nunca. Y ahora mismo estoy en conversaciones con varias personas para revisar los términos «performance», «performer», «performativo»... Creo que se puede ampliar el concepto.
−La última: su sillón, la letra «M», nos remite inmediatamente a Mayorga, ¿pero a usted, después de tres años en la Docta Casa, a dónde le lleva?
−A «madre», la mía y la de mis hijos. Es una palabra maravillosa y son dos personas extraordinarias.
Así es Juan Mayorga, un ser muy sencillo, pero con una capacidad infinita para trasladar lo cotidiano al papel y al escenario. Sus textos no dan puntada sin hilo y él se define como «un enfermo del teatro» que busca uno «que ayude a las personas a examinar su vidas reales y posibles». Desde sus inicios, el autor ha propuesto la renovación de la escena teatral hasta convertirse en el dramaturgo actual más representado y tercero en obtener el Princesa de Asturias de las Letras tras Francisco Nieva (1992) y Arthur Miller (2002). Y en su CV quedan hitos como Siete hombres buenos, El traductor de Blumemberg, Cartas de amor a Stalin, Últimas palabras de Copito de Nieve, Hamelin, El cartógrafo, El chico de la última fila, Reikiavik, Intensamente azules...; más los premios nacionales de Teatro y de Literatura Dramática, el Valle-Inclán, cinco manzanas de los Max...